Rafael Martin Rivera

RAFAEL MARTÍN RIVERA.

Está claro. El Gobierno no tiene absolutamente ni idea de cómo salir de ésta; carece de toda iniciativa para adoptar las medidas necesarias para salir de la crisis, y su incapacidad únicamente le permite esperar que Bruselas le diga lo que tiene que hacer. No es nuevo, se le veía venir desde el principio, pese a las arengas preelectorales. Es lo que podríamos llamar la «doctrina de las políticas pasivas», que permite eludir toda responsabilidad ante las consecuencias que puedan derivarse de cualesquiera medidas acordadas: «¡Ah! Yo no sé nada, ha sido Bruselas quien obliga». Pero lamentablemente, quien obliga y está llamada a decidir las supuestas «políticas activas», véase Europa, tampoco tiene ni idea de cómo cuadrar las cuentas: «Mire usted, cumpla con lo que queda del mancillado PEC como buenamente pueda, y déjeme en paz». Total que unos y otros se pasan la pelota del déficit y la deuda, esperando que por arte de birlibirloque se desinfle sola. Y hacen lo único que saben hacer, es decir, aumentar la «partida ingresos» vía impuestos, reducir cuatro partidas miserables de gasto corriente y dejar el gasto estructural tal cual es. Lo que es casi peor que si no hicieran nada en absoluto.

Llegamos a las tan esperadas cuentas de 2012, y hasta con trampas de colegial que algún gamberro ministerial –cuyo nombre es mejor omitir por verdadero aburrimiento– denomina «cuestiones metodológicas», nos plantamos en un déficit 6,74% que el Gobierno en su insensatez desmesurada anuncia a bombo y platillo, antes de que Eurostat lo corrija y demuestre que, pese a las triquiñuelas de las devoluciones de IVA, IRPF e IS –diríamos «diferidas», según el «método contable Maricospe»– resulta ser del 6,98%. Mas como esto de los datos macroeconómicos parece ser «infinitamente expansivo» como el Universo, resulta que, incluyendo las ayudas a la «banca no quebrada», el déficit de España S.A., es realmente del 10,6%. En fin, un pequeño desvío de nada, teniendo en cuenta que el objetivo a alcanzar era del 6,3%. Vaya, que si en lugar de este Gobierno de la «señorita Pepis», estuviéramos hablando del consejo de administración de cualquier empresita de medio pelo, aquí habría dimitido hasta el que limpia los cristales de la sala de juntas.

A más abundar, en este disparate macroeconómico de «diga usted lo que le venga en gana», algún otro majadero nos alerta de que el problema sigue siendo la «partida ingresos», cuando el denominado «esfuerzo fiscal» –sin incluir cotizaciones a la Seguridad Social– nos sitúa en el «Top five» europeo, o acaso del mundo, con un bonito 41% de media sobre las rentas del trabajo, y subiendo. Pero hélas!, resulta que somos de los que menos recaudan con un 32% y bajando, ¡vaya por Dios!; pues gozamos con la inestimable ayuda de una economía sumergida del 23% del PIB que el ministro del ramo –el de siempre; la aburrida marmota– ha pretendido solventar con una amnistía fiscal que nadie sabía ni cómo acogerse a ella. Y así, pasado el plazo, más de uno ha decidido dejar las cosas como están, allá en las Caimanes tomando daiquiris a la salud del ministro. Los demás, que se han conformado, tan contentos, con tributar sólo al tipo medio del 3%, también habrán disfrutado de unos refrigerios a la salud del ministro que, al parecer, posee una «lista» de evasores de impuestos donde no está ni Bárcenas. Esto debe de ser como lo del «cuaderno azul de Aznar» o el «zurrón de Moragas» que nadie sabe lo que llevan ni si tienen alguna utilidad.

Desgraciadamente, tampoco se ha molestado nadie en recordarle al señor ministro –que anda mezclando peras con manzanas–, la famosa Curva de Laffer, y que por mucho que intente recaudar, las cifras le dicen que a mayor presión fiscal menos recaudación. No por fraude, no por economía sumergida, sino porque cada vez hay menos que puedan pagar sus impuestos. En pocas palabras: la economía se contrae bruscamente, se suspende la cadena de pagos, cierran empresas y aumenta el paro; y eso lo saben hasta los torpes del sindicato, el Señor Pebbles y el Gorila Maguila, revestidos de sus harapientos conocimientos de macroeconomía. Los efectos positivos que a corto plazo producen en la recaudación las subidas impositivas, desaparecen a medio plazo, con lo que en seis meses el señor ministro tendrá que volver a subir impuestos para cuadrar sus cuentas, y así sucesivamente; diga lo que diga el señor ministro. Porque la «madre de la oveja» –y por mucho que se le explique, mira que no lo entiende o no lo quiere entender– está en el gasto. Ese gasto desmesurado de la «desconcertante estructura administrativa española» que tan ocurrentemente definiera Financial Times, y que constituye el 50% de nuestro PIB, coadyuvado por el inefable Título VIII de nuestra Constitución, que habría de ser demolido con efectos retroactivos hasta que no quedaran ni las banderas. Eso y las subvenciones en «malinvestment» para energías que no dan energía y emprendedores que no emprenden nada; ayudas a organizaciones de «ideas» que no dan ideas y fundaciones e institutos de enchufados que publican chorradas que no le interesan a nadie; financiación de partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, asociaciones de empresarios y trabajadores, que no representan ni a unos ni a otros; y subsidios a gamberros del más variado pelaje que perciben todo tipo de ventajas a golpe de BOE para vaya usted a saber qué ocurrencia. ¡Señor ministro, cuando hay crisis: subvenciones y ayudas cero! No venga con la tontería de la paga extraordinaria de Navidad de los funcionarios, mientras subsisten esas 4.000 empresas y organismos públicos que, al parecer, eran prescindibles. No hable de recortes a las pensiones que no llegan ni al miserable salario mínimo, mientras se mantienen los viajes del IMSERSO para que la señora Eustaquia se dé un garbeo.

Es más ¿cómo se pueden seguir manteniendo paridas y partidas como la Renta Básica de Emancipación, aunque sea reducida, para niñatos que no quieren vivir con papá y mamá? ¿Por qué no les damos un subsidio semanal para «chuches»? ¡Las cosas hay que ganárselas, caramba! ¡Ganárselas y pagarlas! Y ni escraches ni «yes, we can» ni Marinaledas expropiatorias ni ocupas. No somos capaces de tocar una coma de las fundamentalmente injustas leyes de la «progresía social» de anteayer, y nos vamos a cargar de un tirón el secular Código civil y la Ley Hipotecaria, sin dejar piedra sobre piedra de las obligaciones y contratos, porque resulta que hay unos señores y señoras que no pueden pagar la hipoteca. ¿Pero qué disparate es este? ¿Alguien tiene la más remota idea en este país de lo que significa el principio de legalidad y la seguridad jurídica?

Miren: si no saben ni quieren gobernar, lo mejor que pueden hacer es marcharse con su perro y con su flauta a dar la tabarra a otra parte, y a pisar charcos majos.

twitter @RMartinRivera

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