Según Hobbes -hoy le recuerdo especialmente- el conocimiento se funda en la experiencia, y su interés es la instrucción del hombre para la práctica, lo que ha explicado –a su ver- la búsqueda insólita del yo experimental. En esa búsqueda insólita es donde calculo que nos centramos cuando decimos que nos hemos perdido, o cuando percibimos la dualidad del yo, sobre todo cuando somos jóvenes e inexpertos que nos perdemos con facilidad, por eso, por la inexperiencia y el yo no encontrado. Al tiempo la filosofía de aquel filósofo inglés nos dice hoy como parte del nominalismo que los universales no existen, ni fuera de la mente ni en ella siquiera, pues nuestras representaciones son individuales; son simplemente nombres, son signos de las cosas, y el pensamiento es una operación simbólica, una especie de cálculo que está estrechamente ligado al lenguaje, ¡pues muy bien! La metafísica de Hobbes es naturalista. Busca la explicación causal, pero elimina las causas finales y quiere explicar los fenómenos de un modo mecánico, por medio de movimientos ¡aquí es donde veo yo el problema! Descartes también admitía el mecanismo para la res extensa, pero se contraponía al mundo inmaterial del pensamiento. Hobbes supone que los procesos psíquicos y mentales tienen un fundamento corporal y material; el alma no puede ser, según él, inmaterial, nada de espíritu con lo cual me condena al ostracismo porque yo sí creo en el espíritu. Por esto Hobbes es materialista, y niega que la voluntad sea libre. En todo el acontecer domina un determinismo natural. Hobbes parte de la igualdad entre todos los hombres y cree que todos aspiran a lo mismo; y cuando no lo logran, sobreviene la enemistad y el odio; el que no consigue lo que apetece, desconfía del otro y, para precaverse, lo ataca. De ahí la concepción pesimista del hombre que todos tenemos; es el homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre. Los hombres no tienen un interés directo por la compañía de sus semejantes, sino sólo en cuanto los puede someter. Aquí esta el quid de la cuestión: someter. Es obvio que la filosofía ha evolucionado en ilimitados conceptos, pero desde lo más básicos manejamos iguales conceptos, ancestrales sin apenas haber llegado a ninguna parte, por que el asunto es mucho más sencillo.
Según este propósito, los tres motores de la discordia entre los humanos son: la competencia, que provoca las agresiones por la ganancia; la desconfianza, que hace que los hombres se ataquen para alcanzar la seguridad, y la vanagloria, que los enemista por rivalidades de reputación. Esta situación natural define un estado de perpetua lucha, de guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes), donde el hombre está dotado de un poder del cual dispone a su arbitrio; tiene ciertas pasiones y deseos que lo llevan a buscar cosas y querer arrebatárselas a los demás. Como todos conocen esta actitud, desconfían unos de otros; el estado natural en ellos es el de ataque. Pero el hombre se da cuenta de que esta situación de inseguridad es insostenible; en este estado de lucha se vive miserablemente, y el hombre se ve obligado a buscar la paz. Para conseguir seguridad, el hombre intenta sustituir el status naturae por un status civilis, mediante un convenio en que cada uno transfiere su derecho al Estado. En rigor, no se trata de un convenio con la persona o personas encargadas de regirlo, sino de cada uno con cada uno. El soberano representa, simplemente, esa fuerza constituida por el convenio; los demás hombres son sus súbditos. Ahora bien: el Estado así constituido es absoluto: su poder, lo mismo que antes el del individuo, no tiene restricción; el poder no tiene más límite que la potencia. Al despojarse los hombres de su poder, lo asume íntegramente el Estado, que manda sin limitación; es una máquina poderosa, un monstruo que devora a los individuos y ante el cual no hay ninguna otra instancia. Hobbes no encuentra nombre mejor que el de la gran bestia bíblica: Leviatán; eso es el Estado, superior a todo, como un dios mortal. El Estado de Hobbes lo dice todo; no solo la política, sino también la moral y la religión; si esta no está reconocida por él, no es más que superstición.
No me extraña que cuando uno lee estas cosas ya sean escritas hace quinientos años, pues sufra una fuerte convulsión, por lo menos, de ver que no avanzamos nada en absoluto y que está todo más que inventado y los artistas de hoy aunque nos creamos los chamanes de la sociedad, bien tontos son los que nos siguen, pues somos una pandilla de farsantes. Cualquier Estado ahora ejerce sobre el individuo una fuerza de represión absoluta -aunque esté disfrazado-. En el fondo no hay más que censura, violencia y castigo que nos oprime sin cesar con su mano invisible, sin dejarnos respirar, es el poder que en manos de unos ejercen sobre los otros sin piedad y hay que hablar en términos de parábola como por ejemplo lo hacía Jesucristo exactamente igual: para que aquel que tenga oídos, pues que oiga. Él usó esta fórmula en ocasiones frecuentes durante su ministerio para enseñar verdades del evangelio. Su propósito sin embargo, al contar estos breves relatos no era presentar con claridad las verdades de su evangelio para que todo el que escuchara entendiera; no, más bien su propósito era esconder su doctrina a fin de que solamente los de espíritu iluminado pudieran entenderla, mientras que aquellos cuyo entendimiento estaba obscurecido siguiesen en la obscuridad…como hoy. Con todo, el ser humano es todavía más difícil e incomprensible al estar bajo el yugo del Estado, el Estado nos hace mucho más cretinos, mucho más, verbi gratia.
Rosa Amor del Olmo