ILLY NES / FRED MOLLEY.
Un día me dije… ¿por qué no ser militar? Yo era antimilitarista (que conste) pero era una solución vital: si no puedo hacer Biológicas y no puedo retomar Veterinaria, al menos el Ejército es un sueldo seguro. En la Academia evidentemente te empiezas a dar cuenta de tu homosexualidad y aunque es algo que sabes, terminas por confirmarlo. Sin embargo, no tienes ningún tipo de experiencia y te da pánico. Pánico porque todavía esta vigente la Ley de Peligrosidad y Reinserción Social, también en el Código de Justicia Militar. Se llamaba de ese modo en la época de Franco y el artículo 352 suponía 6 años de prisión militar, la expulsión del Ejército con deshonor y la pérdida de todos tus derechos. Como es lógico, vives un terror atroz.
Así hago los tres cursos que me faltaban de Academia y con 23 añitos salgo como teniente del Arma de Ingenieros. Mi primer destino fue la Escuela de Montaña y Operaciones Especiales de Jaca. Después tuve oportunidad de irme a Hoyo de Manzanares, era un pipiolo con un instinto sexual brutal. Recuerdo que estaba de segundo de a bordo cuando el capitán enfermó, dejando a mi cargo una compañía de Policía Militar de 208 hombres con los que me tocó visitar todos los prostíbulos que había desde Hoyo de Manzanares a Villalba.
Era la época en la que los soldados cambiaban de provincia y de región. Los años de los 18 meses de “mili”, en la que evidentemente los alrededores de los cuarteles estaban llenos de mancebías y a mí me tocaba vigilar a los soldados y salir con mis compañeros militares. Había una discoteca en Villalba que se llamaba “El Quinto Infierno” donde habitualmente había follones y siempre me tocaba acudir a causa de esos líos. En la discoteca había una chica que a menudo me tiraba los tejos, un día quedé con ella y cuando intenté follármela en el coche no pude. Me fue totalmente imposible. Entonces confirmé mi homosexualidad. Estás con 208 hombres y sabes que te gustan, quien es guapo o quien es feo. Así, tras aquella experiencia, lo ratifiqué: era homosexual.
Empiezas a tener ese instinto de reconocer a otro homosexual, un instinto de supervivencia. Un día ya no podía más, me compre la revista Lib de entonces y me fui al hotel Meliá Castilla. Cogí una habitación y llamé a un chapero. Esa fue mi primera iniciación sexual seria, con un chico de 23 años. Tenía miedo porque todavía aquello suponía 6 años de prisión. Acudió a la cita un canario encantador, tengo un magnífico recuerdo. Cuando llegó a la habitación yo había escondido el dinero y mi arma, tenía verdadero pavor. A los 30 segundos yo había eyaculado.
— ¿Es la primera vez?, me dijo.
— Sí. (Se echó a reír)
— Vamos a fumarnos un cigarrillo y te voy a enseñar (Lo disfruté muchísimo…)
— Ahora el dinero que me has pagado nos lo vamos a gastar, te voy a llevar a Chueca.
Aunque no recuerdo el nombre del autor de aquel servicio, conservo un grato recuerdo de aquella experiencia. Perdí el miedo al poco tiempo.