PACO BONO SANZ
No voy a tratar lo acontecido en Burgos como lo haría cualquier medio hegemónico; me niego. Quiero presentar el problema desde otra perspectiva; no para justificar lo sucedido, sino para comprender su naturaleza real. ¿Tiene razón la mayoría de los habitantes de un barrio cuando se niegan a que el ayuntamiento se gaste 8 millones de euros en un proyecto que no desean? Dirán los más ingenuos que el consistorio goza de la mayoría para ejecutar los planes que le vengan en gana, “porque el pueblo ha hablado en las urnas”. Otros gritarán que ya está bien de algunos pretendan ganar en la calle lo que se han perdido en las urnas. Siempre las urnas, pero ¿acaso esos tipos saben algo de la representación ciudadana? ¿Para qué sirven unas urnas sino para elegir un representante o gobernante?
Hagámonos pues la primera pregunta: ¿en qué consiste la representación? Sencillo: una persona obra legítimamente en nombre de otras. Si en España hubiera un verdadero régimen democrático garantizado por una constitución que separase los poderes del Estado, en Burgos no hubiera acontecido tal rebelión. Desde la falsa transición, la política local, como la regional y la nacional, está en manos de los partidos estatales. Son los partidos los que elaboran listas (abiertas o cerradas) e invitan a sus ingenuos votantes a participar en un fraude. Coincidas o no con su ideología, sufragas los gastos de los partidos en el poder, porque todos son subvencionados por el Estado (de ahí su condición de órganos del Estado). Cuando un partido consigue suficiente número de votos como para obtener una mayoría de concejales, dichos concejales, seleccionados previamente por el partido, reitero, votan a su jefe para que ocupe la alcaldía. Esto significa que la política, el juego de poder local, se centra en la victoria de unos oligarcas sobre otros, que luego utilizarán dicho poder para beneficiar a los suyos y para favorecer los intereses del partido sin límite ni control ciudadano ninguno.
Imaginen otro escenario: la separación de poderes, la representación, la democracia. En estas condiciones, la elección del Alcalde, que ostentaría el poder ejecutivo, y de los concejales, que ostentarían el legislativo, se realizaría por separado. Al alcalde lo elegirían todos los habitantes de Burgos en unos sufragios a la alcaldía. Los concejales serían elegidos por distrito (en unas elecciones distintas de las de la alcaldía), mediante elección uninominal por mayoría absoluta y a dos vueltas, si fuera necesario. Esto significaría que en Burgos habría dos poderes enfrentados que se vigilarían mutuamente; dos ambiciones, la de los concejales, que legislarían y representarían a sus barrios (en distritos), y la del Alcalde, que representaría al consistorio y gobernaría conforme a las leyes municipales. Si los habitantes de Gamonal hubieran disfrutado de un concejal de distrito que los hubiera representado, ¿creen ustedes que habrían tenido que salir a la calle para controlar que no se llevara a cabo la obra no deseada? De nuevo estamos ante otra demostración de la desconexión existente entre los gobernados y el poder de los partidos. En España, la democracia es una forma inédita. Si hubiera democracia, el poder no temería la revuelta de la calle, porque ésta no sería necesaria. Me alegro del éxito de los habitantes de Gamonal en su causa (a pesar del boicot de esos violentos que siempre aparecen en autobuses procedentes de quién sabe dónde y pagados por quién sabe quienes), pero el problema continúa…