EMILIO SUÑÉ LLINÁS.

Es muy triste ver cómo durante años, los políticos de uno y otro signo han manipulado sistemáticamente a su clientela: el PP con un nacionalismo español trasnochado ha contribuido a crear o mantener un sentimiento anticatalán en su electorado, mientras que los partidos nacionalistas han fomentado el sentimiento antiespañol y el PSOE, con su proverbial oportunismo, en la procesión y repicando. Así, a fuerza de cultivar la clientela de cada uno y el desconocimiento recíproco, han acabado profundizando en una fractura, si no creándola, que se supone el Estado de las Autonomías debiera haber contribuido a resolver. Y pudo haberlo hecho, si hubiera existido un mínimo de patriotismo por parte de todos, lealtad y hasta sentido común.
El daño ya está hecho y lo cierto es que, en las actuales circunstancias, puede suceder cualquier cosa. En el mundo de hoy, por fortuna, el empleo de la violencia para resolver problemas políticos es algo que acaba no dando resultado, ni siquiera en Libia. Es decir, que no es improbable que si Cataluña quiere irse, pueda hacerlo. El problema es que cuartear y hasta descuartizar España sigue sin ser una buena idea. El sentido común dice que hay que entenderse, vivir y trabajar juntos, desde el respeto a la diversidad, y lo que hemos hecho es justo lo contrario. No sé lo que nos deparará el destino, pero la fractura que se ha creado no va a ser fácil de resolver.
Lo grave es que habría que emprender justo el camino contrario, el de la reunificación ibérica, a través de una federación con Portugal, que ya nada tiene que temer de España y sería la forma de ser alguien en Europa, para lo que todo peso específico es poco. Si la Federación Ibérica no tendría inicialmente tamaño crítico para estar al nivel de Francia, aunque podría aspirar a ello, ¿a qué nivel estarían la Cataluña independiente o la nueva Castilla que surgirían de la fragmentación de España?, por no hablar de un minúsculo País Vasco seccionado internamente en otras taifas denominadas territorios históricos. Y eso que dejo en el tintero la posibilidad de articular no ya Hispanoamérica, sino Iberoamérica (con Portugal y Brasil), una magna obra histórica de la que sin duda surgiría una potencia mundial, afortunada e inevitablemente policéntrica, que no tendría nada que ver con el pasado colonial, e incluso podría redimirlo.
En el fondo, una cuestión decimonónica, el derecho supuestamente natural de una Nación a ser Estado, se plantea como un problema convivencial del presente en España. Y ello cuando el Estado está dejando de ser el paradigma de las formas políticas, en el presente mundo globalizado. Lo más grave es que, cuando lo era, en la época de la unificación italiana, Mancini escribió sus dos conferencias sobre El principio de las nacionalidades para unir y no para separar, con la intención que rememoraba a Dante, de que una sola Italia liberara a sus fragmentos de las manos de los bárbaros. ¿Qué habremos hecho la gente sensata para merecer, en España, tal cúmulo de despropósitos, los cuales, lo reitero, no son imputables a una sola de las partes?
Estos desatinos -insisto- no reflejan sino el profundo fracaso de la España de la denominada transición democrática, que finalmente se ha quedado en transición, a secas. Se ha ido del franquismo al postfranquismo, ya que no a una Democracia plena, que es incompatible con un sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas, donde el diputado sabe que le debe su puesto a quien le ha puesto en la lista y no al elector, cuyo voto sólo sirve para segmentar tales listas entre los que serán diputados y los que no.
Es ya hora de iniciar un proceso constituyente que supere la transición a la democracia, para entrar de lleno en una democracia que merezca este nombre, que cierre de una vez y con carácter definitivo las heridas de la vieja España, para emprender la ilusionante aventura de una Federación Ibérica que podría permitirnos, a todos juntos, ser alguien en Europa, mientras que nuestra dimensión iberoamericana daría paso a una potencia mundial no dependiente de España, sino policéntrica, para la que se abrirían todas las puertas y se borrarían cualesquiera límites.

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