Hasta ahora y desde hace muchos años, desde que me intereso por esto de la Política, desde mis jóvenes años -ya van para 43- yo creía que para que hubiera Gobierno de un Estado nacional, se tendrían que dar unas elecciones, y los ciudadanos tendían que acudir a las urnas a elegirlo libremente. Así mismo elegirían a sus representantes en la Asamblea Nacional o Congreso de los Diputados -como se le llama en España-.
Confundidos por todo aquello de la Transición del 78, el consenso y los pactos, nos dejamos llevar cómodamente en los años donde el “consenso” lograba lo que no conseguían los partidos estatales en las urnas. Cuando algún partido no conseguía la mayoría absoluta, pronto corrían otros en su auxilio, rápidamente llegaban a un acuerdo en el que unos y otros obtenían lo suyo. Entonces, y durante esos años hubo CONSENSO y las fuerzas mayoritarias eran solo dos.
Ahora, más recientemente han aparecido en escena otros dos partidos estatales, ahora son cuatro las principales fuerzas políticas en liza, pero además, ha desaparecido la argamasa que juntaba estas diversas facciones estatales para hacer posible la “formación de Gobierno”. Se ha roto el CONSENSO.
Dadas estas nuevas circunstancias políticas, y habida cuenta de la desaparición de esa voluntad de consensuar repartos de poder estatal, surge la dificultad inherente a este sistema electoral devenido de la C-78: Está Ley Electoral no sirve para elegir al Gobierno de España. Los ciudadanos no pueden elegirlo, han de ser los Jefes de las facciones estatales (partidos políticos) los que después de que aquellos hayan votado listas, y se produzca el recuento y asignación proporcional de representación, los que se pongan de acuerdo para “formar gobierno”.
Dice Manuel Ramos que, la mejor arma para combatir una verdad no es la mentira, es la confusión. Aquí está la cuestión, los españoles están esperando todavía el resultado de las dos votaciones celebradas desde diciembre para acá. Los electores saben que han acudido a las urnas, saben que han depositado su voto, y saben que le han otorgado un tanto por ciento a las listas y a sus partidos, pero no entienden por qué esa acción no se ha traducido inmediatamente en la constitución de un Gobierno, y eso es más difícil de entender si cabe cuando nos convocan a Elecciones Generales como si fueran Elecciones Presidenciales. No dicen que lo sean pero tampoco dicen que se celebren para elegir la representación política del distrito; de hecho promocionan solo a los candidatos a la Presidencia del Gobierno. Un verdadero lío.
Pero la confusión aumenta cuando pasa el tiempo y los ciudadanos observan que la Nación está sin representación y que el Estado está sin Gobierno. ¡Menos mal que las administraciones funcionan! Pero entonces ¿Para qué hemos sido llamados en dos ocasiones -en menos de un año- a la “Fiesta de la Democracia”?
A la vista de las declaraciones de los jefes de los partidos, de las conversaciones y tertulias de las Televisiones y radios, y de las opiniones de columnistas, de lo que se trata no es de que los ciudadanos podamos elegir, sino de que la oligarquía llegue a un acuerdo para formar gobierno, de que este o aquél partido se abstenga de votar en la Sesión de Investidura, de que un determinado jefe político se avenga a negociar a cambio de unas cesiones para los suyos. Ahora de lo que se trata es de “desbloquear el proceso de formación de Gobierno”, siempre ha sido que los ciudadanos elegían, pero ahora es que alguien “desbloquea”, alguien “cede”, alguien “tiene sentido de Estado”, alguien “debe estar a la altura de las circunstancias”.
Todo vale para no reconocer que no disponemos de un sistema justo, inteligente, democrático, representativo del elector y que separa los poderes del Estado y la Nación en origen. Todo menos otorgarle ese poder a los ciudadanos, a los gobernados. Todo menos Democracia.