Decir Austria es decir Thomas Bernard, que tanto peleó, a solas, contra el sistema que, “insistiendo en los más absurdos derechos”, creó en Austria “una sociedad de estúpidos de todos los colores”, la socialdemocracia, cuyo batacazo electoral habrá hecho sonreír en su tumba a nuestro fox-terrier de pelo duro.
La socialdemocracia, que niega la representación, es gobierno de tontos, por tontos y para tontos, parafraseando la majadería de Robespierre, luego repetida por Lincoln en Gettysburg.
A España esa aguachirle cultural la trajo, en el 59, Tierno, en los Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura sufragados por la CIA. Tierno, que acababa de traducir un ejemplar del “Tractatus” de Wittgenstein que le había levantado en Salamanca a Gustavo Bueno, no era ningún Millán Astray, y firmaba Julián Andía (“seudónimo de un conocido intelectual español, que por residir en España no puede firmar sus ensayos”).
Para Tierno, el problema de España era la exageración. Una exageración histórica, religiosa, intelectual… y vital:
–El español es tan vital que no trabaja, que viaja poco, que tiene una vida sexual torturada. Se limita a imaginar, hablar y aburrirse. Su vitalidad se disuelve en los espectáculos.
La solución de Tierno (“difícil, pero no imposible”) pasaba por educar a las nuevas generaciones “para que piensen desde lo relativo”.
Por ahí empezaría todo, ¡oh, patos de la aguachirle castellana!
–Para realizar esta tarea –escribe ¡en el 59! el hombre de Josselson en España–, hay que confiar en las generaciones ascendentes, que han crecido en un cierto clima de admiración por la técnica. Ellas son las que han de estudiar e imponer las nuevas categorías rectoras desde las cuales la regeneración es posible, a saber: Pragmatismo. Relativismo. Trivialización. Cientifismo. Mundanalidad. Eficacia. Predominio de lo concreto. Y bienestar, como condición inexcusable.