Hemos llegado a un grado tal de degeneración moral que muchos españoles han renunciado a pronunciar el nombre de su nación. En lugar de España utilizan la muletilla “este país”. Si España es “este país”, siguiendo su lógica ñoña y socialdemócrata, Francia, Portugal y Marruecos serán esos países y Rusia, Estados Unidos o Nueva Zelanda habrán de ser, supongo, aquellos países de allá. Pero no. Cuando quieren nombrar a otro país que no sea España, dirán siempre el nombre de ese país. La odiosa muletilla la usan solo con España. La próxima vez que vaya a España, aviso para no ser un vil traidor, y escuche la frasecita, preguntaré, cada vez, de qué país están hablando, hasta que salga de sus labios ese nombre que ha sido desterrado por el politocorrectés, esa pseudolengua, esa neolengua que anticipara Orwell en su magistral y profética novela 1984.

Llevo toda mi vida escuchando y leyendo el politicorrectés. Lo entiendo, lo sé interpretar, pero no lo practico. Hoy quiero hacer un intento, a ver qué tal sale. Voy a seguir en esa jerga oscura  que a muchos les parece el summum de la prosa elegante.

Yo diría que, en este país, es decir, en el Estado español, pese a tener la democracia más avanzada concebible nunca, tan avanzada que nunca la terminamos de alcanzar, pues nos la dimos a nosotros mismos con un esfuerzo titánico tan brutal que el hecho debería ser considerado el decimotercer trabajo de Hércules. Decía, o más bien querría decir, o no, ya  que no hay nada inmutable y todo es relativo, que este país democrático, de derecho nada torcido, social o socialdemócrata, multiplural y multivitamínico, de españoles y españolas, de demócratas y demócratos, de tontas de baba y tontos de babo, de trabajadores y trabajadoras, de hipócritas e hipócritos, de traidores y traidoras, de niños y niñas, de todos y todas, de iguales e igualas, de… Me he perdido. Lo que quería decir, y es posible que algún día diga, es que desde el más escrupuloso de los rigores opino que este país se está intentando suicidar. Lo que digo, ahora ya en serio, es que o los habitantes de este país reaccionamos o pronto tendremos que retirar la segunda palabra, pues solo quedará un triste “este” o “esta”. Más bien será un incomprensible “esto”. Esto que tenemos ahora, esto que hemos permitido que hagan con nuestra España, esto, es un crimen.

Levantemos la voz de una maldita vez y digamos alto y claro, día sí y día también, que no soportamos más la situación política y social de España, que no queremos vivir en una permanente mentira. Seamos los voceros de la verdad. Cambiemos de estilo y destaquémonos, porque muchos, igualmente hastiados y desesperados, nos seguirán sin pensarlo dos veces. Y no hagamos el juego al politicorrectés. Hablemos claro, seamos precisos y directos. Las palabras pueden ser bombas si las sabemos utilizar. Repliquemos con inteligencia y sin miedo a todos los zombis que dormitan en esta partidocracia inmunda y que pretenden que nos diluyamos cual azucarillo. Hablemos de temas interesantes, leamos libros buenos, propiciemos debates de ideas, no repitamos consignas de nuestros enemigos partidócratas. Ridiculicemos, con ironía si es necesario al principio, la telebasura que está convirtiendo a nuestros compatriotas en una especie de robots que repiten frases y consignas, o la última papanatada salida del cerebro de esos pobres personajes televisivos, encantados de formar parte de la carnaza más vil y repugnante, creada para degradar moralmente a un pueblo que, aunque nunca fue culto, sí tuvo, siempre, decencia, honor y valentía. No podemos sufrir el miedo de nuestros enemigos, los políticos españoles, traidores y cobardes, que no es otro que la abstención. Imaginemos a dos boxeadores. Uno de ellos flaquea y busca el clinch (abrazarse al contrario) con frecuencia, para tomar aire, porque está desfondado. ¿Qué hará el rival? ¿Abrazarse a su vez y bailar un pasodoble con él porque se ha contagiado del miedo al intercambio de golpes del rival o sacar manos como un loco para conseguir la victoria? Nosotros, la sociedad civil, el pueblo, la nación, somos el rival más fuerte, estamos enteros, podemos golpear sin parar. Pero preferimos abrazarnos a un oponente sin fuerza, derrotado, ya casi vencido, al que no queremos darle la puntilla.

Una simple combinación, un clásico uno-dos, con directo de izquierda y gancho de derecha, basta para tumbar a este sistema corrompido y delincuente. Ese uno-dos se llama abstención activa. Es mortal.

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