Es sabido que la 5ª República Francesa fue instaurada por el general De Gaulle, que pretendía poner fin al caos institucional de la 4ª República, acentuado por la guerra de Argelia. De Gaulle estableció un sistema electoral mayoritario de distrito uninominal a doble vuelta, frente al antidemocrático sistema proporcional anterior. Era, pues, un sistema parcialmente democrático, pues aseguraba el principio de representación, aunque no la separación de poderes (el poder legislativo debía refrendar el gabinete del presidente), el otro puntal de la democracia formal. La posterior financiación de los partidos políticos por parte del Estado vino a empeorar esta situación.
En una de las recientes ediciones de su programa Répliques en France Culture, el filósofo Alain Finkielkraut invitaba al profesor de ciencia política y filósofo Philippe Raynaud, autor del libro epónimo del programa, y al periodista político Jean-Claude Casanova. Este último, ante la situación creada en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales, en la que quedaron eliminados los candidatos de los dos principales partidos de gobierno, y que eventualmente dificultará que el próximo presidente cuente con una mayoría de apoyo parlamentario, proponía el cambio a un sistema electoral mixto como en Alemania, para asegurar gobiernos de coalición fuertes como en Suiza. Finkielkraut replicaba que De Gaulle había creado precisamente la 5ª República para evitar los débiles gobiernos de coalición de la 4ª. Por su parte, Raynaud comenzaba caracterizando la 5ª República como un sistema partidista (système partisan) de sistema electoral mayoritario a doble vuelta, y llevaba aún más lejos la propuesta de Casanova, al preconizar la instauración de un sistema electoral proporcional, para conseguir alianzas parlamentarias que excluyan al Front National, partido que no se integraría, y que se aprovecha, en cambio, de las ventajas que le ofrece el sistema mayoritario -afirmaciones sorprendentes si se piensa que el mismo FN pide en su programa electoral la instauración del sistema proporcional-. Finkielkraut, a su vez, replicaba que, en tal caso, los jefes de partido formarían las listas electorales a su antojo, y que los partidos usarían el voto del ciudadano para hacer las alianzas que quisieran -justo lo que ocurre en España-.
Sorprende, en fin, el tacticismo cortoplacista de los invitados del meritorio programa, y su falta de conocimientos de teoría política, que les lleva a despreciar los principios de la democracia formal, que el general De Gaulle recuperó parcialmente para su país sin saberlo; docta ignorantia que ahora está en riesgo de ver perder sus frutos ante la catastrófica posibilidad de que Francia se convierta en otro Estado de partidos como España.
Puede verse, en definitiva, en este fenómeno la presión que está ejerciendo sobre Francia la socialdemocracia partidocrática que predomina absolutamente en la Unión Europea, y de la que Inglaterra ha logrado librarse.