PATRICIA SVERLO.
Poco antes del golpe de Estado del 23-F, los reyes hicieron su primera visita oficial a Euskadi. Y esto es de lo que, cronológicamente, toca tratar ahora, aunque sea brevemente. Pero antes tenemos que retroceder un poco en el tiempo, para entender lo que aquel viaje significó en su momento. La obsesión de Franco por la sagrada “unidad de la patria” (“una, grande y libre”, lema acuñado en cada una de las pesetas que pasaban por las manos de los españoles) fue traspasada intacta al monarca. El dictador asumió, aparentemente sin más problemas, que tras morirse se llevarían a cabo reformas que tenderían a una democracia formal, tal como quedó demostrado, por ejemplo, cuando consintió la entrevista a Cambio 16 de su sobrino Nicolás Franco, colaborador del entonces príncipe, en la que hablaba del tema y se declaraba a sí mismo “demócrata”. En cambio, se esforzó al máximo, en los últimos tiempos de vida, ya moribundo, en recordar a su sucesor una sola razón de Estado que tenía que ser básica y guiar sus pasos en el futuro. De hecho, las últimas palabras “coherentes” que Juan Carlos recuerda haber oído de él fueron: “Alteza, la única cosa que os pido es que mantengáis la unidad de España“. En esencia, a nivel simbólico, éste es el pretexto de la monarquía como sistema político: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia“, como se recogió en la Constitución de 1978 (primer artículo referido a la Corona, número 56). El tópico de la unidad territorial es el que más se ha repetido en sus discursos a lo largo de sus ya 25 años de reinado, sobre todo en los mensajes navideños retransmitidos por televisión, en los que no faltó ni un solo año, casi siempre acompañando las críticas a los “nacionalistas exacerbados”. A veces, con párrafos — quién sabe quién los escribía– dignos de ser recogidos en la antología “nacional” del disparate. Como este del discurso del día de la Hispanidad de 1983, repleto de contradicciones: “Los Reyes Católicos crearon un Estado moderno, fundamentado en las ideas de unidad y de libertad, es decir, del derecho a la diversidad. Para ello no dudaron en reducir a los que alzaban sobre los intereses nacionales sus egoísmos y sus pequeños intereses de campanario derribando, cuando fuera preciso, sus castillos“.
En la intimidad, las conversaciones de los reyes con sus colaboradores sobre la cuestión todavía debían ser peores, por lo que sabemos. Un día de 1976 en que los miembros de la Casa discutían en el comedor de la Zarzuela si era conveniente o no hacer de inmediato una visita oficial al País Vasco, alguien opinó que quizás sería mejor dejar pasar el tiempo hasta que mejorara la situación. Entonces Mondéjar dijo: “Si no, se les da la independencia y ya está“. Aunque naturalmente,era una broma, la reina, que solía participar activamente en aquellas reuniones políticas, replicó alarmada que esta solución era impensable. Mondéjar continuó la broma añadiendo: “Se les da la independencia, después se les declara la guerra y, finalmente, se les conquista“. Y todos se rieron mucho. Al margen de las elucubracions más o menos graciosas, nadie sabe a ciencia cierta todo lo que hubo –o se discutió que podía haber– en los primeros pasos de la monarquía para solucionar un tema que se planteaba difícil, muy especialmente en Euskadi. El “GODSA político-militar” (del que ya se ha hablado en el capítulo 9), el Gabinete de Orientación y Documentación creado por Manuel Fraga en su etapa de ministro de la Gobernación, estrechamente vinculado con el CESID, aparte de “orientar” y “documentar” para ir en la dirección adecuada, pasaba una parte del tiempo elaborando planes que para ser ejecutados requerían algo más que unos artículos en la prensa. Jorge Vestrynge, el cachorro de Fraga (a quien años más tarde se le destiñó el azul y se volvió de izquierdas como quien se hace un vestido), forjó su carrera política en el GODSA, dónde se enteró de algunos de aquellos proyectos. Una vez, en los primeros años de la monarquía, Antonio Cortina (el militar que, destinado más tarde en el CESID, participó en el golpe del 23-F) le sondeó respecto a una posible intervención militar.
Cortina quería saber si la reciente Alianza Popular podría colocar a 30.000 personas en Burgos (AP tenía entonces unos 20.000 afiliados). El plan que estaban estudiando en el GODSA era concentrarlas en la ciudad castellana, y desde allí hacerlas avanzar a pie en una columna, con Fraga al frente, hasta el País Vasco. Preveían que, cuando pasaran, saldrían a recibirles contramanifestantes, conforme se acercaran a Gasteiz, y entonces –según lo que le explicó Cortina– un helicóptero del Ejército trasladaría a Fraga a Madrid para que no estuviera en peligro. El plan reproducía el golpe de la Rue de Isly durante la Batalla de Argel. En aquella operación, los extremistas del OAS organizaron una manifestación multitudinaria profrancesa que avanzó por aquella calle hacia un barrio musulmán controlado por los independentistas del Frente de Liberación Nacional argelino. Después de que el Ejército francés se interpusiera, algunos francotiradores escondidos dispararon contra los musulmanes para que éstos respondieran del mismo modo, con lo cual querían provocar a las tropas de interposición. Aun así, los militares franceses no cayeron en la trampa y acabaron disolviendo a los suyos a tiros.
Cuando Vestrynge, que siempre fue una persona muy excéntrica políticamente, se dio cuenta de lo que le estaba diciendo Cortina, se lo explicó a Fraga un poco alarmado, y éste dijo que él mismo sería el único que contactaría con Cortina a partir de entonces. Por la manera como se desarrolló la historia, sólo fue un proyecto que no se llevó a término. Pero no dejan de llamar la atención las coincidencias del plan con lo que pasó –o estuvo a punto de pasar– hace unos pocos años en Madrid. Con motivo de la muerte del concejal Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA, el CESID convocó en la capital una manifestación “espontánea” multitudinaria, con una nueva consigna que había creado para la ocasión: “ETA no, vascos sí”. Durante todo el día los canales de televisión modificaron las programaciones habituales para dedicar todo el espacio a retransmitir los acontecimientos conforme se producían, hecho que provocó una catarsis colectiva sin precedentes. Telemadrid, en concreto, hizo llamamientos para que la gente fuera a la manifestación y siguió, minuto a minuto, cómo iba creciendo el número de gente que se convocaba en la Plaza de Colón. Los locutores de telenoticias llegaron al extremo de llorar en directo, mientras daban la noticia de la muerte del concejal. Cuando la manifestación terminó, en la Puerta del Sol, todavía había de llegar uno de los platos fuertes, con la periodista Victoria Prego ensalzando a las masas desde un podio con su famoso “¡A por ellos!” En un momento concreto, el acto se dio por acabado. Pero las masas que se habían concentrado estaban demasiado exaltadas, enfurecidas, fanatizadas… No estaban dispuestas a disolverse. Un grupo de extrema derecha se sumó con banderas españolas para dirigir una marcha a pie hacia Euskadi, a la cual se habría de ir sumando gente de otras regiones a lo largo del camino. Iban a liberar las Vascongades. Como en el caso del golpe de la Rue de Isly, no llegaron a salir, afortunadamente. La Policía fue contra los suyos, contra los manifestantes de las “manos blancas”, y los disolvió con los antidisturbios. Sin embargo, permanece como un inquietante precedente, como aviso para caminantes de la disidencia.