Paco Bono Sanz

PACO BONO SANZ

Ante la tremenda confusión, quiero empezar este artículo hablando de la nación y del estado. ¿En qué consisten? El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (en adelante DRAE) define la palabra nación como el conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno (1), el territorio de dicho país (2) y el conjunto de personas de un mismo origen que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común (3). En cuanto al estado, afirma que es el conjunto de órganos de gobierno de un país soberano. Pero, ¿cuál es la naturaleza de esa soberanía? El DRAE responde que la cualidad del soberano (1) y la autoridad suprema del poder público (2). Sin embargo, si soberanía deriva de soberano, ¿qué se entiende por soberano? El DRAE contesta en este caso que soberano es aquel individuo que posee y ejerce autoridad suprema e independiente; por lo que la frase que dice que “la soberanía nacional reside en el pueblo español” supone una contradicción en sí misma, una mentira.

Se comprende la duda generalizada cuando leemos las definiciones del que se considera uno de los diccionarios de consulta más importantes en lengua española, ya que su semántica en lo político, condicionada por el consenso estatal, no aclara el significado de palabras clave, tan utilizadas por la clase política de la oligarquía de partidos. Con la intención de resolver esta cuestión, me atrevo a desarrollar una definición sencilla y sin contradicciones para que luego podamos preguntarnos sobre España. Primero diré que la nación consiste en el conjunto de lenguas, reglas sociales y costumbres heredados por los habitantes de un territorio enmarcado por sus accidentes geográficos y los hechos históricos que en él se han desarrollado. En cuanto al Estado, lo definimos como las instituciones que son comunes al territorio de una nación.

El orden de los términos no es casual, la nación es por naturaleza anterior al estado, por lo que un estado jamás puede fundar una nación sino es mediante la violencia y la exclusión de una parte de la sociedad, el nacionalismo. El derecho a decidir es en este caso una farsa malvada. ¿Cuándo se fundó la Nación Española? Según mi criterio, lo que se conoce como Nación Española tiene un origen romano. Fue Roma la que conquistó la península, estableció una provincia, Hispania, e instruyó un orden, una cultura y una lengua, el latín, del cual derivan todas las lenguas de España, salvo el euskera, que se hablaba en los montes vascos. Desde que Roma conformara Hispania, no ha habido rey que no se haya considerado “rex Hispaniae” (rey de Hispania), a pesar de que no reinara sobre todo el territorio nacional.

Si comprendemos lo anterior y lo aceptamos como cierto, ¿acaso puede haber más de una nación en España?, ¿es posible una ruptura nacional definitiva cuando sabemos que la Nación Española ha perdurado durante más de dos mil años? Este detalle es importante, porque nos permite asimilar el calado de lo nacional y de su herencia, la responsabilidad que tenemos los españoles de hoy con respecto a las generaciones futuras. Efectivamente, la nación no nos pertenece, somos nosotros los que formamos parte de una nación desde el momento en que nacemos y/o vivimos dentro de sus fronteras. Algo distinto sucede con el estado, que tras las revoluciones Americana y Francesa, pasó de ser un núcleo absoluto e intocable, a un centro de poder accesible, controlable y modificable por parte de los habitantes de la nación.

Si la nación es anterior al estado, y el estado ha sido ya sometido por pueblos como el norteamericano mediante el establecimiento de un sistema político republicano y democrático, cuyas características son la separación de poderes y la representación ciudadana, ¿cómo todavía hoy un estado como el español puede engañar y subyugar a una nación hasta llegar a destruirla? ¿Es reconocible la nación en la España presente? La respuesta es clara: en las actuales condiciones, no. Cuando los promotores del régimen impuesto en 1978, optaron por la división del estado en diecinueve comunidades, otorgando un poder legislativo y ejecutivo (inseparado, como el del propio poder central) a sus respectivos gobiernos, sometidos al sistema proporcional de partidos subvencionados, asumieron con ello la destrucción Nacional de España, porque su acceso al poder dentro del estado se antepuso a las necesidades nacionales, lo que ha conllevado que cualquiera de los gobiernos oligárquicos de las comunidades existentes pueda aspirar a constituirse en nación. Esto no es casual, es la falsa Constitución de 1978 la que les permite hacerlo. La traición perpetrada durante la llamada Transición significó la partición del estado y de su gobierno entre los partidos traidores. El Estado de partidos se ha cargado la nación.

Ante tan dramática situación, la solución no pasa por la mera toma del estado en su forma actual establecida, que es la ingenua vía de quienes creen que el estado fundado por este mismo régimen puede reconstruir la nación que ya ha desmantelado, los mismos que defienden además que el estado es garantía de unidad nacional, encabezada por la Corona y su Ley Fundamental (la Constitución de 1978), algo tan absurdo, como alejado de la realidad. Una vez que el estado ha despedazado la nación, y mientras se consienta que en algunos de los nuevos estados pseudonacionales se oprima a la mitad de sus habitantes, quienes sufren la censura de derechos fundamentales, como la normal utilización de la lengua común nacional, el Español, la cuestión es irreversible para un estado central ilegítimo y vacío ya de poder.

¿Qué hacemos para rescatar la Nación Española? Hemos de derogar el actual estado “constitucional” para reconstruir después la nación. Para ello se ha de abrir un periodo de libertad constituyente que otorgue el poder de decisión al pueblo español,  pero no sobre su condición nacional, que es moral e históricamente indudable, sino sobre sus formas de Estado y de gobierno. Es tal el daño que ha producido este régimen en sus más de treinta años de mentiras, que la misión se plantea harto difícil, no sólo por el impedimento del propio Estado y su poder dividido, sino por la herida de muerte que soporta la esquilmada nación por la inmovilidad de unos ciudadanos desarmados con la ignorancia. La clave está en el patriotismo natural, en lo real, lo posible y lo probable. La verdad (España), la lealtad a esa verdad y la libertad política.

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