Ayer estaba Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool, en Es Cubells, la cala ibicenca donde se despachan (a precios que no alcanzó el marco en los días de la inflación alemana de entreguerras) los mejores raones del mundo, lo que vendría a dar la razón a quienes sostienen que estamos ante el IV Reich: un imperio que además de extraernos los euros… ¡nos come los raones!
El raón es un salmonete español con cara de loro y, como dice Séneca del salmonete romano, no es fresco si no muere a manos del comensal:
–Permitidme que con esta ocasión castigue la sensualidad y gula reinantes: nada hay tan bello, exclaman los sensuales y golosos, como un salmonete expirante, fuera del agua.
¿A semejante preciosidad romana del placer ha llegado el alemán contemporáneo? ¿Es Klopp el último romano? ¿Es el raón ibicenco la frontera del nuevo espacio alemán? ¿Qué espacio es ése, grande o vital?
Los americanos creían que “grande” y “vital” eran lo mismo, y en Núremberg querían cargar a Schmitt con la responsabilidad penal de ambos conceptos. Al jurista le costó hacerles ver la diferencia, con ejemplos de autorías intelectuales que aún dan que hablar: John Calhoun, el casto hombre de acero de los confederados, sería responsable de la Guerra de Secesión; Rousseau sería el causante del terror jacobino; y Jean Bodin, creador del concepto moderno de soberanía, sería culpable incluso del referéndum de Pep Guardiola en el tiquitaca de la sedición.
Guardiola, que parece haber leído más a José Luis Sampedro que a Carl Schmitt, pasa por ser un mago de los espacios (balompédicos), y a lo mejor por eso lo contrataron en Alemania, donde allá por los años veinte del siglo pasado se puso de moda el término “gran espacio”. Hitler lo incluyó en su “Mein Kampf”, anunciando una “marcha hacia el Este” que hacía dormir a Stalin con un ojo abierto, como las liebres, esperando la invasión.
Y si estas consideraciones son inspiradas por un plato de raones en la mesa, bien valen el imperio que cuestan.