Encruzado (foto: zip 95) El vino podrido El noble ideal de Montesquieu de que la moderación y la virtud rijan las pautas colectivas de vida, sólo es posible con reglas del juego político sabias, es decir, democráticas. En Repúblicas que garanticen la libertad política. Si lo mejor de la sociedad, desde Sócrates, no va a la política, al menos la República Constitucional preservaría en los hombres públicos una suerte de decencia, de decoro, de punto de honor que les llevaría a dimitir si rompieran el vínculo de confianza que les liga con el elector. Pero fuera de esas instituciones, la degeneración de las pautas colectivas de vida política no tarda en hacer aparición. No falla. Donde no hay responsabilidad, no hay confianza. Y no hay vino bueno que resista a aguarse en odres podridos. El coqueteo con la amoralidad o con menos elegancia, el hábito de vivir en la mentira política que caracteriza a todo hombre público alimentado en las ubres de La Transición no hace discriminaciones. Decepción tras decepción. Ahora toca el turno de investigar a juristas de reconocido prestigio (letrados del Consejo de Estado, de las Cortes Generales) supuestamente mezclados con asuntos de corrupción urbanística en Boadilla. Importa poco este hecho, siendo muy grave. ¿Dónde queda el jurista, la lucha por el Derecho, el prestigio entre sus colegas? El vino bueno se echa a perder. Importa que conociendo ellos la lógica pervertidora de las costumbres de nuestra transición, sabiendo que en Roma no se puede estar sin ser cómplice de la mentira, decidan vivir en Roma. El hombre digno sabe que nada tiene que hacer porque no sabe mentir. Importa saber porqué personas que iniciaron tempranamente en la vida el camino del mérito a través del esfuerzo, que creyeron que la verdadera pasión de distinción se cimenta en la sólida y constante búsqueda de la sabiduría inviertan sus prioridades y pongan el mérito y el prestigio profesional al servicio del dinero y de la fama rápida y no el prestigio jurídico al servicio de un mayor ideal.