JESÚS CACHO.
En efecto, el rey Juan Carlos volvió el viernes al trabajo, asistiendo a la final del partido de Copa entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid en el estadio Santiago Bernabéu. Volvió al trabajo, digo, porque a su lado, en el famoso palco de los negocios a media luz, a media luz los dos, se iba a sentar el viceprimer ministro y ministro de Defensa de Arabia Saudita, el príncipe Salman bin Abdulaziz al-Saud, segundo hombre más poderoso de la monarquía petrolera árabe y primero en la línea de sucesión al trono del rey Abdulá, invitado para la ocasión al alimón por Florentino Pérez, capo del Madrid y de la constructora ACS, y por S.M. el Rey de España, que siempre le ha distinguido con su afecto. El saudí estuvo en Madrid en junio del año pasado y, como no podía ser menos, fue recibido con toda pompa en la Zarzuela, adonde acudió acompañado por seis de sus hijos. La visita de este fin de semana era esperada con sumo interés: se trata de amarrar de una vez la venta a Riad de entre 200 y 270 carros de combate Leopard fabricados por Santa Bárbara, operación que rondaría los 3.000 millones, la mayor de la industria militar española en la historia, con sustanciosas comisiones de por medio.
Para Florentino se trataba de recuperar el tiempo perdido en un país de inmensas riquezas petroleras donde hasta el momento, y de la mano del Rey y de su “entrañable amistad”, Corinna Larsen, le ha ganado por la mano el señor marqués de Villar Mir y su empresa, la también constructora OHL. Muchos proyectos en infraestructuras, miles de millones de euros en juego, en el desierto saudí. Pero el príncipe no se presentó, o al menos nadie divisó en el palco del Bernabéu su real blanco atuendo, sin que hasta el momento se conozcan las razones. Tampoco estuvo Corinna viendo la victoria del Atlético, aunque a ésta nadie la esperaba. Ella sigue a lo suyo; ella, al contrario que el monarca, nunca ha abandonado su trabajo. Los desvelos de Corinna se centran en la intermediación en los negocios financieros a cambio de una comisión. Como le gusta tanto España y los españoles, la señorita Larsen anda ahora atareada en el proyecto que la Generalitat de Cataluña ha ideado para construir en Barcelona una réplica de Eurovegas, el complejo de ocio y putiferio que Sheldon Adelson quiere instalar en los alrededores de Madrid, idea que Artur Mas ha puesto en manos de uno de nuestros ladrilleros más famosos, Enrique Bañuelos, el antiguo patrón de la quebrada Astroc.
Bañuelos tiene una opción de compra sobre unos terrenos propiedad de La Caixa, que La Caixa quiere quitarse de encima a toda prisa, pero que están sujetos a la concesión por la Generalitat de los correspondientes permisos siempre y cuando el promotor, el audaz Bañuelos, logre los apoyos financieros necesarios, gente con experiencia y chequera bastante en los tres planos de que consta el proyecto: casinos, shopping y hoteles. Pero, aunque don Enrique ha asegurado que antes del verano presentará los detalles concretos del asunto, parece que la pasta, el maldito parné, no aparece por ningún lado. Y ahí es donde Corinna entra en escena, siempre dispuesta ella a echar una mano a la gente rica en apuros, en este caso a Bañuelos, a quien está ayudando a encontrar inversores internacionales dispuestos a entrar en la aventura de Barcelona World, invocando, con gran activo, su relación personal con el rey de España y la simpatía con que el rey de España vería el proyecto y, por ende, el desembolso adecuado.
Corinna, a la caza de inversores internacionales
Parece que Corinna pastorea con especial dedicación al empresario brasileño Marcelo Carvalho de Andrade, un personaje que participó en el lanzamiento en su día de Terra Capital Group y del banco de inversión Axial SA, y que en la actualidad es responsable de desarrollo de negocios en Latinoamérica para Earth Capital Partners, además de consejero de Laep Investments, un fondo de inversión con sede en Bermudas, que cotiza en las bolsas de Brasil y Luxemburgo, entre otras ocupaciones, algunas incluso de carácter filantrópico y/o ecologista. Parece que también lleva de la mano a un emprendedor chino que explota casinos en Macao, y a un millonario ruso bien visto por la élite dirigente de Moscú. Desde la operación Lukoil (el intento de la petrolera rusa de entrar en Repsol comprando el 20% del capital social que entonces controlaba Sacyr), operación en la que don Juan Carlos y Corinna desplegaron sin éxito todos sus encantos, tanto el rey (“Ya sabéis, yo soy de Putin”) como Corinna tienen muchos amigos rusos, les gusta mucho Rusia, demasiado. La firma de consultoría británica que, con sede en Londres –la ciudad donde mejor se desenvuelve la supuesta “princesa” de origen danés-, sirvió en su día para organizar el fallido asalto ruso a Repsol, está siendo de nuevo utilizada para socorrer a Bañuelos en la búsqueda de parné. En Londres, Bañuelos y Corinna han mantenido varias reuniones con inversores, entre ellas una cena celebrada en el Harrys’s Bar de Abchurch Lane, a la que asistieron una docena de potentados de varias nacionalidades.
Naturalmente, en la Generalitat están al cabo de la calle de las idas y venidas de Corinna en torno a Bañuelos, entre otras cosas porque el propio Bañuelos se ha encargado de contarlo. El asunto, delicado hasta rozar lo escandaloso, está empezando a formar parte, como un dato más del problema, del envite, auténtica filigrana política, que, camino de la independencia, el Govern de Artur Mas ha planteado a las instituciones del Estado, con el Gobierno de la nación y el propio jefe del Estado por delante. El propio Mas se lo ha planteado a Mariano Rajoy. Lo ha hecho, según las fuentes, de manera coloquial y educada, lejos de cualquier apariencia de chantaje: conviene a todos hacer un esfuerzo por comprender las posiciones del nacionalismo, no ser tan duros con Cataluña, no apretar tanto con el déficit, dejar de perseguir con saña a la familia Pujol, porque aquí todos tenemos mucho que callar, al fin y al cabo nosotros sabemos que Cori va por ahí pidiendo pasta para Bañuelos en nombre del rey y no decimos nada, no hemos dicho ni pío, de modo que menos lobos.
Y en cierto sentido algo parecido dicen en La Caixa, interesada en la venta de esos terrenos, y que mucho cuidado, aconsejan, que si las últimas andanzas de Corinna salen a la luz eso va a ser un escándalo que puede perjudicarnos a todos. Aunque para preocupación la del CNI, que estos días despliega todos sus esfuerzos para taponar vías de agua y evitar que el asunto llegue a los medios. Y así están las cosas en esta patética España asediada por todas las crisis, la más importante de las cuales es la que tiene que ver con la quiebra de todo tipo de valores. En el entorno de la Casa del Rey se debaten ahora dos posiciones, dos posturas, dos planos de cuya evolución depende no solo la suerte de la institución monárquica sino el futuro político del país. Hay quien insiste en que el monarca estaría dispuesto a seguir los consejos, más bien las urgencias, de la mujer que ama por encima de todo, porque él sigue profundamente enamorado de Corinna Larsen, y abandonar el trono antes de Navidad o, en todo caso, en cuanto se resuelva favorablemente, ya me entienden, la posible imputación de la infanta Cristina en el desgraciado ‘caso Urdangarin‘. De hecho, el súbito arreón de actividad (“me vais a ver un día corriendo por ahí”) de las últimas jornadas no sería otra cosa que el intento, un poco a la desesperada, de recuperar imagen a última hora y evitar salir por la puerta de servicio, porque él estaría dispuesto a irse con su cariño crepuscular, pero, claro está, con condiciones.
Reinar exactamente hasta el año 2020
Y hay quien, por el contrario, opina que ni hablar, que de Zarzuela no le sacarán si no es con los pies por delante. Pero, entonces, ¿qué hacemos con Corinna? Y peor aún, ¿qué hacemos con Sofía de Grecia? Es el establishment, el eje de poder que sostiene el Sistema, el que se opone al relevo en el trono por miedo al futuro. Cuentan que este mismo mes de mayo, y organizada por uno de los mejores amigos del Monarca, el gran amigo de hecho desde la desaparición de Mario Conde, tuvo lugar una cena restringida a la que asistieron algunos directores de periódico, en la que se habría tratado de revitalizar ese pacto no escrito que funcionó a lo largo de la Transición y que convirtió en tabú la crítica a la figura del rey. Se trataría de alcanzar un compromiso para apoyar la continuidad de don Juan Carlos en el trono durante siete años más, exactamente hasta el año 2020, fecha en que se procedería al relevo en la jefatura del Estado, se supone que en la figura de su hijo, el príncipe Felipe.
Salman bin Abdulaziz no hizo acto de presencia en el palco del Bernabéu, aunque a mediodía del viernes su asistencia se daba por segura. En su lugar dicen que envió un mensajero, motivo por el cual tanto el rey como Florentino dieron la tarde noche por perdida, el último por partida doble. No hacía falta más que ver sus caras antes incluso de que Clos Gómez pitara el final del partido. Con el país conmocionado por el encarcelamiento del ex presidente de Caja Madrid Miguel Blesa, epítome helado de una corrupción que ha obligado al Estado a dedicar decenas de miles de millones para tapar los agujeros causados por una centena de señores que se lo han llevado crudo y siguen en la calle, los españoles prefirieron el viernes centrarse en el espectáculo de circo que se vivió sobre el césped del Bernabéu, olvidando que lo importante estaba ocurriendo en un palco convertido en cruel metáfora del declive del poder, la arrogancia y el derroche apalancado de una casta que, en lo más profundo de la crisis, se resiste -rey, políticos y empresarios- a abordar los cambios en profundidad que reclama el proceso de regeneración democrática que España necesita.