PACO BONO SANZ
En sintonía con Don Antonio García-Trevijano, leal como él ante todo a la verdad y a la libertad, con la intención de contrarrestar con nuestros limitados medios las mentiras del régimen y de su prensa hegemónica, me dispongo a analizar la naturaleza política de Suárez. Los pueblos tienen la religión de sus reyes, pero también la moral de sus reyes. El elefante mediático del Estado, sin excepción, se ha puesto manos a la obra para construir el pedestal de Suárez y levantar sobre él la falsa estatua del falso héroe de la falsa democracia. Se escuchan aduladoras palabras y aplausos de aquellos que en vida lo traicionaron y tras su muerte lo ensalzan. ¿Quién era Suárez? ¿De dónde salió el hombre que encandiló a Franco y al Rey? La historia ha demostrado que Suárez fue un especialista trepador, como buen servidor del Estado. Suárez llegó a ser jefe de la Falange y ocupó puestos de gran responsabilidad en el Estado franquista. ¿Acaso podemos olvidarlo? ¿Es que un hombre es capaz de borrar de un plumazo las obras de su madurez?
Franco nombró a Juan Carlos y Juan Carlos, a la muerte de Franco, nombró a Suárez. Sólo entonces se produjo el “milagro”: ambos se convertían de la noche a la mañana en demócratas, y su “hazaña” era presentada ante el mundo como la heroica conquista de la democracia en España. Todos les rendían honores, había que gritar al Universo que España había superado la dictadura sin violencia. ¿Sin violencia? Sí, sin ruido de sables. Famosa frase dicha por Santiago Carrillo en un intento de doblegar la voluntad de los militantes de su partido y conseguir así que aceptasen la monarquía de Juan Carlos y se sumasen al carro del consenso. ¡Carrillo había pactado primero con Felipe y después con Suárez! Otro traidor a su ideología, otra traición más a cambio de poder, que no de libertad. Porque el proceso de la Transición fue el proceso de la traición por y para el poder. Ni uno sólo de los que participaran en aquella fechoría histórica y se lucraran después con el nuevo Estado de partidos es inocente. Ellos habían seguido el ejemplo de su rey, quien primero había traicionado a su padre, luego a Franco y, por último, a Suárez. ¡Pobre pueblo ingenuo! ¡Borracho de mentiras que todavía hoy lo sumen en un coma moral!
Han transcurrido ya más de treinta años desde que este régimen echara el vuelo, y toda la porquería ha salido a la superficie. La monarquía de partidos no se ha corrompido, ¡es corrupta desde su origen!, ¡la corrupción y la mentira son su factor principal de gobierno! ¿Acaso no juraron Suárez y el Rey lealtad al Movimiento? ¡Lealtad, señores! ¡Ah! ¿Pero conoce el pueblo español la diferencie entre la lealtad y la fidelidad? ¿Cómo puede ser leal a la democracia quien lo fue durante más de un tercio de su vida a la dictadura y al fascismo falangistas? ¡Franco no era demócrata!, ¡era un militar ultraconservador!, ¡un oportunista!, ¡pero ganó una guerra y se convirtió en Caudillo!, ¡ganó una guerra y eso es una verdad! Al menos en el dictador Franco había algo de verdad. ¿Pero en Juan Carlos? Un hombre al que su Estado de partidos, su corte de trepas y corruptos ha querido legitimar con mentiras. ¡La primera de todas es la de la figura de Suárez! La segunda, y la más grave, el fallido autogolpe de Estado del 23-F. ¡Juan Carlos pasaba por encima de Suárez y su elefante mediático lo transformaba en salvador de la Patria! Suárez abandonaría quince días antes el gobierno negando haber recibido presiones para ello. Pero su discurso le delataba. ¿Recuerdan su frase “me voy porque no quiero que el sistema democrático de convivencia sea una vez más un paréntesis en la historia de España”? ¿Por qué dijo eso? ¿Cómo sabía que su continuidad podría suponer un paréntesis para una democracia, de todas formas, inexistente? ¿Somos conscientes de esta falacia? ¿Qué podemos hacer para despertar de la embriaguez mental a tantos súbditos sometidos a la teoría de Goebbels según la cual una mentira repetida mil veces se convierte en verdad? Sí, Goebbels, el jefe de la propaganda nazi. El Estado homenajea al Estado sobre el féretro de Suárez. Entretanto, la Nación agoniza sumida en la enfermedad de su conciencia de unidad rota por las concesiones del propio Suárez y su errónea concepción de la Nación, inspirada en Ortega y Gasset y en José Antonio. He aquí el resultado de su breve obra: los traidores, ya lo fueran a sus antecesores o a sus ideologías, son todos ricos, disfrutan de honores de Estado sin moralidad, patriotismo, ni conciencia histórica ninguna. Y me viene a la memoria el recuerdo de un padre decepcionado que, seguramente, debió tragarse su orgullo para decir ante su hijo, coronado rey por un dictador que lo había derrotado con la sangre de su sangre: ¡Por España, Majestad, todo por España! Y esa triste imagen vale más que mil palabras. Pues si es despreciable la traición, más lo es la mentira sobre ella. Recordemos, hoy, mañana y siempre la verdad, luchemos por ella, divulguémosla hasta que la reconozcan unos y la asuman otros: no hubo transición, sino transacción de una dictadura a una oligarquía de partidos; no hay Constitución, sino una Ley Fundamental del Reino, porque la Carta Magna no separa los poderes del Estado de raíz; no hay democracia, sino partidocracia, Estado de partidos, socialdemocracia. La verdad por su crudeza nos duele más que sus mentiras. ¡Por España! ¡Lealtad, verdad, libertad!