MANUEL MUELA.
La serpiente de ésta primavera de caos y de desfallecimiento ha aparecido de la mano de los muertos vivientes, el conjunto político-económico del régimen, que, contra viento y marea, intentan perpetuar su dominio en el país, aunque sea a costa de causar más daños a los españoles. Lo llaman pacto de Estado, pero es otra maniobra de nuestros zombis a los que su instinto de conservación les aconseja poner en marcha entretenimientos para distraer la atención y eludir sus responsabilidades en el conjunto de males que han provocado la hostilidad de los españoles hacia todo lo que huela a poder: desde la Jefatura del Estado hasta el último partido o sindicato, sin olvidar las finanzas y las grandes empresas, cosechan el suspenso sin paliativos de los ciudadanos. Y en vez de tomar nota de ello para corregir y cambiar drásticamente de rumbo, lo que se les ocurre es hacerse trampas en el solitario de su inanidad y tratar de dar más hilo a la cometa para aguantar hasta el verano, y después, ya veremos. Mientras tanto, analistas, tertulianos y medios de comunicación afines, se harán lenguas con las vicisitudes del pacto a mayor gloria del búnker. Creo que es un camelo que merece ser denunciado para insistir una vez más en que, sin enfrentar el cambio real, continuaremos en el viaje a ninguna parte.
La indigencia democrática estafa a los españoles
En ésta democracia española, que tanto ha desvirtuado los valores democráticos, han tomado carta de naturaleza expresiones tales como consenso y pacto de Estado que, si bien pueden tener justificación en circunstancias singulares, no son moneda corriente en un sistema democrático, cuyas reglas básicas son: la separación de poderes, el respeto al pluralismo, el gobierno de la mayoría y la consideración de las minorías. Es decir, el gobierno debe realizar su función de gobernar de acuerdo con las propuestas que hizo a los electores para recabar su confianza y el Parlamento y las oposiciones deben controlar los actos de ese gobierno, con independencia del ejercicio de las libertades de expresión y de manifestación por parte de la sociedad. Eso es resumidamente el funcionamiento normal; lo que sucede es que, si en España se funcionara así, este Gobierno ya no existiría, porque su actuación tiene poco o nada que ver con lo que ofertó a los ciudadanos por muchas excusas que se busquen para explicar lo ocurrido. Las razones de ésta anomalía democrática son de sobra conocidas y de ahí se deriva el uso y abuso de los llamados pactos y consensos, porque casi nadie cumple con sus obligaciones constitucionales.
Los que incumplen y se encuentran ayunos de soportes y de proyectos piden apoyos: el Gobierno, bastante desnortado, solicita adhesiones inquebrantables para él y para sus ‘batallas’ en las caóticas instituciones europeas y el PSOE, que está como está, desea que el Gobierno sea su cirineo- hoy por ti, mañana por mí- y se inventa lo del pacto de Estado que, al parecer, cuenta con la aquiescencia de la Corona, en situación difícil, y de lo más granado del capitalismo castizo. De lo que conocemos, ese pacto no es para transformar el Estado y para regenerar la democracia, premisas indispensables para cambiar nuestro negro horizonte económico, sino que se trata de una agregación de medidas, no dudo que algunas bienintencionadas como la de la moratoria del empleo, de dudosa aceptación por parte del gobierno y de escasa eficacia si no se cambian globalmente las políticas depresivas de los señores de la troika.
Acuerdos para el cambio, sí
En realidad se pretende lo acostumbrado, ganar tiempo que es lo que no se debe hacer. Eso sí, podremos pasarnos el mes de mayo y el de junio hasta el próximo Consejo Europeo elucubrando sobre ello, y después, llegará el verano. No digo que los pactos o acuerdos sean irrelevantes, por supuesto son necesarios, pero como complemento del funcionamiento normal y exigente de las diferentes instituciones del sistema democrático. En ningún caso, esos pactos como el que comentamos, pueden ofrecerse como panaceas para encubrir la falta de proyectos propios de gobierno y el déficit democrático del régimen español. Si en España no se plantea en serio que necesitamos acuerdos para buscar la salida a la quiebra institucional, seguiremos chapoteando en el barro y continuaremos incapacitados para revisar los compromisos con la unión monetaria, cuyos disparates económicos, dignos del Guinness, nos condenan a ser un erial.
Deseo que del debate parlamentario de éste miércoles, que se está celebrando cuando escribo, surjan iniciativas de esperanza y no de entretenimiento. Conociendo a nuestros clásicos no es difícil aventurar lo que puede salir del Congreso de los Diputados. Si los deseos no se cumplen, no habría que dejarse vencer por el pesimismo, al contrario, dispondremos de más elementos de juicio para reclamar la urgencia del cambio y poder celebrar cuanto antes las exequias de la Transición.