En el estadio de fútbol bramaba la afición contra el árbitro. El suelo retumbaba de forma bíblica, como si el inminente temblor de las gradas presagiara un corrimiento de tierra proveniente de un abismo insondable. La masa de espectadores inyectaba de ira la sangre de cualquiera que sintiera onda expansiva y yo también sentí ese furor atávico. Por dentro me paré y pensé: ¿qué pasaría si esta gente tuviera que decidir sobre el futuro de su país?
Comprendí entonces que un miedo me trepaba hasta el cuello intentando ahogar la idea de libertad que me surge cuando pienso en política. Un miedo que atenazaba cualquier consideración de dar voz a esa masa informe e irracional. Quizá el miedo que ha tenido desde siempre la bienpensante clase dirigente de España cuando se ha dedicado a los asuntos del país. Ese despotismo, ilustrado o no, que jamás compartió la libertad política con sus ciudadanos sino que la secuestró para nuestro bienestar. Para que no cometiéramos locuras.
Muchos han sido los pensadores que han considerado las contradicciones que rodean al uso de la libertad. Desde los griegos, pasando por San Agustín, Kant, el psicoanálisis, el existencialismo hasta llegar a la disolución de este concepto en el postmodernismo. En el mundo occidental, y más concretamente en Europa, las guerras mundiales marcaron de forma indeleble este concepto pues los estados totalitarios produjeron unas aberraciones tan alejadas de la idea humanista del hombre que desconcertó a todo el pensamiento filosófico. Nuestra última herencia enraíza en estas consecuencias que aún consternan y siguen marcando, aunque sea de forma indirecta, las reflexiones que se hacen hoy en día.
El filósofo y psicoanalista Erich Fromm (1900-1980) fue uno de los pensadores que más ahondaron en las contradicciones antes citadas cuando se intenta definir la libertad. Su origen en la Escuela de Frankfurt y su formación en el psicoanálisis no le impidieron ser crítico tanto con un pensamiento como con otro. Su visión de la libertad humana resulta tan trascendental por su carácter humanista ya que no se limita al mero análisis político o metafísico sino que comprende al individuo en su relación con la sociedad y consigo mismo. En su obra “El miedo a la libertad” plantea la dicotomía libertad/esclavitud como una paradoja constitutiva del sujeto. Si deseamos ser libres entonces tendemos a la soledad y si buscamos las relaciones con otros individuos debemos renunciar a nuestra libertad. Por el miedo al primer escenario, las sociedades han preferido el refugio de la masa para no afrontar el árido desierto en soledad que conlleva tomar decisiones por uno mismo.
Esa renuncia a la libertad es lo que muchos han llegado a llamar “paz social” y por ella se han mantenido despiadados regímenes de tiranía. Ya lo advertía Tocqueville (1805-1859) en su famoso libro “La democracia en América” cuando decía: “Una nación que sólo pide a su gobierno la conservación del orden es esclava de su bienestar y es fácil que aparezca el hombre que ha de encadenarla” Obsérvese cómo hoy día, ante la pérdida de bienestar social en que nos encontramos por culpa de la crisis económica, un gran número de ciudadanos piden la protección social y las prebendas que antes disfrutaban sin comprender que está renunciando a su libertad futura precisamente por anteponer dicho bienestar a su responsabilidad. No en vano el pensador Antonio García-Trevijano ha calificado estas manifestaciones como reaccionarias pues intentan volver a una situación social anterior sin consideración de las circunstancias presentes.
Es normal que en esta situación, citando otra vez a Tocqueville, “la nación sea representada por algunos hombres. Éstos hablan solos, en nombre de una muchedumbre ausente o descuidada; sólo obran en medio de la inmovilidad universal; disponen, según sus caprichos, de todas las cosas; cambian las leyes y tiranizan a su antojo las costumbres; se asombra uno al contemplar el pequeño número de débiles e indignas manos en que así puede caer un gran pueblo.” Es precisamente la situación política actual en la que “algunos hombres”(los partidos estatales) rigen el destino de la nación por nuestra renuncia a la libertad. Una libertad que, por otro lado, nunca se ha tenido en España jamás en la Historia.
Podríamos comprender, de forma racional, que la libertad es algo deseable. Que la necesitamos para solucionar los problemas del país. Sin embargo, es patente la poca voluntad que los españoles manifiestan para llevar este pensamiento a término. Por tanto se impone analizar la paradoja libertad/esclavitud planteada por Fromm, esta vez en el caso español. Recordando mis sensaciones de irracionalidad en masa sentidas en el estadio de fútbol del primer párrafo, pensé en el convencimiento general de que cualquier asunto dejado en manos de los españoles acabaría en anarquía y desorden. Ese miedo es el que arroja a los ciudadanos a manos de la esclavitud. Ese es el miedo por el que nos vemos envueltos en espirales de loca alegría (fútbol como ejemplo) y placeres materiales que no hacen otra cosa que olvidar lo tristes y melancólicos que nos encontramos, precisamente porque tenemos miedo de ser libres. Ante este miedo cerval no cabe otra respuesta: si hay furor en las pasiones, libertad. Si la irracionalidad asusta, al encontrarse ante la necesidad vital de tomar decisiones, se disipa cualquier elección banal pues se enfrenta al individuo con sus verdaderas necesidades.
La respuesta ante el miedo a la libertad y su paradoja, Fromm la enfoca hacia un mayor desarrollo de los individuos que los haga “dueños de una voluntad y un pensamiento auténticamente propios” y esto sólo se consigue con la formación crítica del ciudadano. La masa de aficionados al fútbol que gritaba en el estadio pataleaba y vociferaba fuera de sí precisamente porque las decisiones del árbitro eran como las de un dictador cuya voluntad está separada de la de su nación. Al mismo tiempo, la virulencia de tal manifestación busca la evasión de tener que emplear dicha fuerza fuera del estadio, donde realmente se encuentran los problemas serios sobre los que tiene que tomar decisiones. Podríamos decir, para concluir, que habría que dejar de gritar en el estadio y empezar a gritar en el Estado.