Alberto_buelaALBERTO BUELA.

En otros trabajos hemos definido al discurso político de la partidocracia de nuestras sociedades de masas como un compromiso que no compromete.

El político hace como sí se comprometiera pero en realidad realiza un acto de simulación ante el auditorio.

Ahora bien, si estas son las consecuencias naturales de todo discurso político, conviene preguntarnos por las causas. ¿ Cuál es el hecho que produce semejante doblez o cinismo en la mayoría de los políticos de nuestros días?

El agudo pensador no-conformista español, recientemente fallecido, Gonzalo Fernández de la Mora (1924-2002) se ocupó del tema a fines de los años setenta sosteniendo que “el decoro es un sistema de coherencias entre lo que se piensa y lo que se dice, entre lo que se afirma y lo que se afirmó, entre lo que se declara y lo que se hace, entre lo recibido y lo dado. Predominan los usos contrarios: la ambigüedad, el disfraz, el oportunismo, la infidencia y el dudoso estilo. Todo ello amenaza muy directamente a la democracia inorgánica pluralista, que es un sistema que para funcionar aceptablemente requiere claridad, autenticidad, consecuencia, transparencia, lealtad y modales”.

Así pues, una de las causas del doblez del discurso político es la falta de decoro.

Las raíces de las palabras siempre nos ayudan un poco a la aproximación de lo que ellas encierran, así decoro viene de decus-oris que significa dignidad, ornato. Y este a su vez del verbo impersonal decet: Lo que conviene a una persona, lo que le es apropiado. Resuena aquí aún la semnothV (semnótes) clásica griega, entendida como dignidad en tanto que condición empírica complementaria de la decencia como condición ideal. Esto es, el hombre público se presenta en su condición de modelo social como decente, pero en la vida político-práctica debe mostrarse digno. Vemos en esta aproximación etimológica como el decoro está vinculado a la dignidad.

Dentro del cuadro de las virtudes clásicas o cardinales establecidas desde Platón y que recorre toda la ética hasta nuestros días: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, el decoro está vinculado a la templanza en cuanto virtud de la medida. Ahora bien, el decoro no es tanto una virtud ética como lo puede ser su vecina la honestidad (hay acciones honestas como la especulación financiera que no son decorosas y hay acciones deshonestas como la infidelidad matrimonial que no afectan, en la medida que no transcienden, al decoro). Sino que el decoro supera el ámbito de la ética para convertirse en una categoría sociológica con connotaciones morales y estéticas.

Y es en este sentido lo que queremos estudiar acá. Pues hay que separar la política de la doblez y del cinismo. Del doble discurso y de la mentira sistemática. Es indecoroso mentir cuando se habla al pueblo, así como es indecoroso que no concuerde lo que se dice sobre la cosa pública con lo que se hace. Pero también es indecoroso el orador soez y el atuendo o el gesto chabacano. Y sobre todo es indecorosa la no concordancia entre lo que se recibe y lo que se da. En este último sentido el político recibe mucho de la sociedad (sueldos, prebendas, canongías, reconocimientos) y da poco o nada. Ha extraviado la noción de gratitud. Y la lealtad a los ideales y al pueblo que lo llevó al poder es una forma de gratitud.

Es cierto que el decoro es una categoría que tiene que ver con la exterioridad, con lo que se muestra, con lo que aparece, pero es un requerimiento formal, independiente del programa político y como tal una categoría prepolítica que debe ser tenida en cuenta si se quiere hacer verdadera y genuina política.

Relación entre políticos y filósofos

Si algo tiene la filosofía, si algo no ha perdido aún y la distingue del resto de los saberes es la dignidad con que ha sabido mantener su status. Recuerdo que la más significativa filósofa argentina, Amelia Podetti, nos decía a finales de los sesenta “sólo la filosofía no se ha sometido a las exigencias del imperialismo en la nueva estructuración de las ciencias”.

Esta dignidad la conservan la mayoría de los filósofos del mundo pues ellos realizan dos y sólo dos tareas específicas: a) Cuando escriben se dirigen exclusivamente a otros filósofos y lo hacen en revistas especializadas. b) Cuando enseñan, enseñan un tipo de filosofía que quien la asimila será capaz de devenir filósofo universitario profesional.

Gracias a Dios, existe otra manera de hacer filosofía. La de los menos, que consiste en pensar sobre la realidad, las identidades, las necesidades y los padeceres de los pueblos. Estos filósofos, infinitamente menor en número al del “normalismo filosófico de los profesionales universitarios”, son los que se relacionan con los políticos y aquí es cuando el trato, la relación entre ambos puede tornarse indecorosa.

En general, estos filósofos que son los verdaderos filósofos, y no simplemente profesores de filosofía, porque piensan sobre lo que es, sobre la realidad, son sub valuados, infra valorados por los políticos a quienes se dirigen.

Y ello es así porque en primer lugar los políticos, esto se extiende a los dirigentes sociales también, forman parte del statu quo vigente, que como tal les dice que “filósofos son los profesores universitarios”; “los que viven en el limbo” sin ocuparse de las cosas de este mundo. Y en segundo término porque ellos que son los que tiene el poder (potestas) y no conciben la distinción entre poder (potestas) y autoridad (auctoritas).

La tarea del verdadero filósofo en este sentido es una especie de apostolado laico con rédito cero. Mostrar a quien tiene el poder, sean cargos públicos o electivos, que ello no le confiere autoridad, es una tarea infinitamente difícil que, en general y cuando se hace a conciencia, termina en un indecoroso trato, por parte de quien tiene ocasionalmente el poder. Este trato indecoroso ya lo tuvo Dionisio, el tirano de Siracusa, con Platón cuando lo hizo vender por esclavo y lo tuvieron que comprar sus discípulos.

Es que el poder por sí mismo no garantiza la calidad institucional de una democracia, sino que es la autoridad de quien ejerce el poder que la consolida.

Y esta distinción no corresponde a una ciencia específica de esas miles de disciplinas en que el imperialismo, para volver a Amelia Podetti, partió el saber, sino que es exclusiva y eminentemente filosófica. De ahí se explica que nuestros políticos, nuestros dirigentes prefieran consultar a “estos especialistas de lo mínimo”, a estos “cientistas de la parte” imposibilitados de ver el todo. Y los reclaman, y solicitan sus servicios porque en el fondo hay una arrogancia indecorosa de pensar que el poder le otorga de suyo autoridad.

(*) arkegueta, aprendiz constante

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