PEDRO M. GONZÁLEZ
Como el Rey, Dívar también lamentaba lo sucedido. Al menos este último aunque sin conciencia de culpa, dimitió tras ser pillado in fraganti. Cómo Garzón, que sigue diciendo en la tele cada vez que tiene ocasión (que no son pocas) tener la conciencia tranquila por sus actos. Pero también como el monarca, no sabemos que es lo que lamentan todos ellos, ¿qué los hayan cogido en renuncio? ¿Qué haya quebrado puntualmente la intangibilidad del consenso? Los lamentos del expresidente del Consejo General del Poder Judicial se parapetaban en el daño causado con la identificación personal de su cuestionamiento a la institución que representaba. Que no se preocupe, la reeditada violación consensuada de la independencia de la Justicia perpetrada por sus antiguos jefes políticos lavan el crimen pretérito. Sus difusos lamentos son las lágrimas de cocodrilo de la partidocracia. Y las risotadas de los jefes de partido, satisfacción rijosa por la nueva cópula y cúpula judicial.
Garzón en su megalomanía daba por sentado que su conciencia se situaba por encima de la ley. Por eso no es de extrañar que también la tenga limpia. La de los presidentes del CGPJ se erige encima del bien y del mal gracias al consenso de su elección por los partidos monopolísticos del estado. –Yo Soy la Justicia y Mi Conciencia es Palabra de Ley- es la máxima de D. Baltasar. –Solo soy responsable ante Dios y ante el Consenso- podría ser la de D. Carlos, sus antecesores y sus sucesores.
Lamentos, risas y conciencia reales y garzónicas que ficcionan una normalidad democrática imposible, pues no existe Democracia. Acto de contrición, sin dolor de los pecados ni propósito de enmienda en el Rey. Garzón lleva la penitencia de una sanción mínima como premio a una vida de girasoleo al sol partidocrático, en el que la política y la justicia son un todo uno, como el propio estado de partidos que ejemplifica. El CGPJ, aúna y personifica las miserias del régimen que estos dos protagonistas de la postmodernidad de 1.978 representan a la perfección. Pero que los titulares de la más alta institución de lo judicial lo tengan claro, en el mismo momento en que no sirvan a los intereses de los partidos, los dejaran caer. Así lo hicieron con Garzón, y es indudable que, en el momento de descomposición máximo, en el momento de no retorno de esta monarquía parlamentaria, los partidos se aprestarán a apuñalar también a la corona para subirse al carro de lo nuevo e intentar sentar sus propios reales para que no cambie la relación de poder.
Es el deber de los demócratas estar preparados para impedirlo.
(Fuente: Adalme)