JAVIER TORROX.
Cuando la libertad está cerca, sus enemigos acuden para impedir su triunfo. Esta es la conclusión que podemos extraer de cada una de las apariciones públicas de cualquier ex presidente del Gobierno de España. Felipe González es aficionado a que nos gobierne una institución supranacional cuyos cuadros dirigentes se eligen entre sí sin que los ciudadanos podamos opinar al respecto. Es un opresor, pero es un opresor coherente. Nos gobernó durante 14 años y jamás fue elegido para ello por los electores, así que no hay lugar para el asombro. A lo que es aficionado Zapatero es a utilizar un lenguaje ridículamente pomposo. El hombre no se da cuenta de que cada vez que abre la boca nos confirma sus carencias intelectuales. Dice que el acostumbra a guardar “el máximo silencio” sobre lo que opinen otros ex presidentes. Al parecer nos ha gobernado durante dos legislaturas un señor que cree que hay grados de silencio, alguien que, sin padecer una discapacidad acústica, es incapaz de discernir el silencio del ruido.
Y también tenemos a Aznar, al que el pasado lunes le hicieron una impúdica entrevista en Antena 3 TV. Los grandes medios de comunicación no parecen haberse enterado, pero el mensaje que lanzó Aznar fue: “Me he reunido con Rajoy. Le he dicho lo que tiene que hacer. Si no lo hace, volveré”. Los periodistas presentes no se daban cuenta porque se afanaban en cortejar a Aznar y ambas cuestiones fueron dichas en momentos distintos. Pero Rajoy y todo su Gobierno de partido las entendieron y las unieron al instante.
Y mucho ojo, porque esto es posible. No hace falta ni celebrar elecciones. Basta con que el gallego se vaya motu proprio o que una moción de censura lo destituya. Según la Constitución neofranquista de Juan Carlos, el Congreso procedería a elegir entonces un nuevo presidente. La Constitución juancarlista no exige al presidente que sea diputado. Puede ser hasta Aznar.