En nuestro país el asesinato a cargos públicos -otrora reyes- se ha dado con mucha frecuencia, en otros países también, ahora comienza a desencadenarse en otros lugares con bastante profusión el desbancamiento de dirigentes y gobernantes explotadores (al menos no se les asesina que ya es). Las personas que gobiernan a los pueblos, o las que siguen la carrera de la política tienen que contar cotidianamente con un elemento intruso, pavoroso y muchas veces irremediable: el asesino. En todos los tiempos desde que existen gobernantes, hubo atentados a la persona; pero eran aquellos atentados fruto de una confabulación, movimientos colectivos que tenían carácter de conciencia y de responsabilidad. A César no le mató Bruto; le mataron todos los enemigos del cesarismo. Después y ya entrados en el XIX y XX, surgió la figura del hombre individual, que mata espontáneamente, a requerimientos personales. Este hombre de ahora tiene un sabor nuevo, más terrible y desconcertante que los conspiradores antiguos; tiene un sabor de fatalidad y de inconsciencia considerable, y esta inconsciencia y fatalidad le convierte en un ser tan pavoroso como irremediable.
¿Que cómo surgió esa figura del asesino aislado? la sociedad europea, también fue europea nuestra sociedad incluso a principios del XX y hasta el fin de la República, vio que los vínculos internos y asociados se rompían, dando paso a una forma de nihilismo o de independencia personal importante. El individuo que antes se sentía en las tupidas mallas sociales, y que dependía de la colectividad por una serie de jerarquías y sumisiones cesarias, hoy se encuentra aislado, libre de trabas, aéreo y móvil como una cosa al viento. La instrucción fundamentalmente enciclopédica le liberta de la dependencia cultural: tiene nociones de todas las cosas, y los libros baratos, los periódicos fácilmente adquiribles le nutre de numerosos y universales conocimientos, hoy el uso de internet le proporciona esa ventana a un mundo enorme y mágico que le nutren de universales conocimientos. Estos mismos perióricos y noticiarios que imagino que después son los que elaboran el notición, le aleccionan en los asuntos públicos y poniéndose humildemente a su servicio le hacen a él, anónimo lector, punto central de la vida política. Este hombre de ahora se siente halagado, y convertido, por consiguiente, en sancionador y juez de las cosas públicas. Añádase, además, el espíritu cosmopolita que va adquiriendo la vida civilizada, la dignificación del individuo por las huelgas y concesiones sociales y tendremos un ejemplar de hombre moderno que sigue, instintivamente, las lecciones de Marx Stirner: el uso del arbitrio individual ante todas las contingencias, morales o sensorias.
Los que se aventuran hoy en la carrera pública están obligados a contar con este hombre moderno, aislado, individualista, obediente a sus impulsos personales y arrastrado por el arbitrio de sus pasiones. Este hombre fatal es mucho más temible en los pueblos latinos o meridionales, por existir en tales pueblos una mayor propensión al homicidio y al asesinato, según parece. Y entre los pueblos latinos, el que más debería de temer a esa clase de seres es el pueblo español, por haber sufrido una triste condición de raza inexperta, ignorante y poco batida en los azares de la civilización. El pueblo italiano ha pasado lo suyo, todavía más propenso al homicidio que el español, ha dado hasta ahora la mayor parte de los asesinos políticos; pero, pasado el tiempo vemos como pasó a ese género de actividad el pueblo español, y de su inexperiencia, de su amorfismo rudo, se deben esperar grandes desdichas.
El desprecio por la vida –si se me permite- es ahora mucho mayor que antes. Cohibían el alma de nuestros antepasados múltiples terrores de índole religiosa y material; apartados los elementos airados, como eran los militares, los pícaros y aventureros, el resto de los hombres vivía en un cierto estado de infantilismo. Hoy la vida se la desprecia más, acaso porque vivimos en un régimen sensual; siendo el fin de la vida la consecución del placer, quien no alcance ese placer se sentirá fácilmente dispuesto a dejar una vida que no da lo que se pide. Los que ahora se inmolan y matan que lean la letra gorda, porque probablemente sean ejemplares típicos del hombre que renuncia a todo, porque carece de todo; rodando de taller en taller, disgustado del mundo y de sí mismo, abandonandose por último a la fatalidad de su destino como una alga; las últimas monedas las emplea en adquirir la pistola (un decir de una bomba) y cuando se lanza a la catástrofe está previamente roto, muerto, perdido para toda reacción de la voluntad. Más que un acto consciente, es una cosa que se desploma y que se rinde…
Decía Maquiavelo, al adiestrar a los príncipies en la escuela de la tiranía, que un príncipe debe apretar hasta el último extremo los resortes del poder y de la fuerza. Para esto aconseja que se prevalga el príncipe de un buen ejército y de unos inteligentes capitanes, y escudado en ellos, puede desafiar los agravios del enemigo exterior y del populacho. Y añade después, para sosegar los temores del príncipe, que éste no ha de temer el ataque individual, porque los hombres aman mucho su vida y nadie se expone al riesgo inminente de perderla. Pero esto podía escribirse en el siglo de Maquiavelo. Hoy todos podemos comprobar que no bastan ejércitos y los capitanes y que toda la fuerza imaginable deja siempre un resquicio por donde se cuela el asesino individual. Maquiavelo no conocía para los príncipes la posiblidad de consolar alienando al populacho casando a éstos con una de los de aquellos. En tiempos de Maquiavelo le era más fácil a un príncipe resguardarse de los ataques y asechanzas; pero hoy el enemigo -felizmente para algunos dirán- tiene armas de fuego certeras, bombas terribles y asoladoras. Quizás el remedio principal consistiera en proponer a los hombres que dirigen las conciencias una mayor responsabilidad; convencer a los que hablan y escriben de que el atentado personal es una regresión a la barbarie y de que una vez puesta al alcance de los inconscientes el arma ejecutiva y justiciera, los mismos inductores de hoy pueden ser los agredidos de mañana. Que el sistema de tomarse la justicia por la propia mano es un sistema incalificable, estéril, desconcertador, que debe poner miedo en todas las conciencias medianamente responsables, de acuerdo, pero que no se puede abusar de un pueblo al que se le humilla, se le deja en el paro, mientras otros se pasean por exposiciones, por países, asisten a cenas maravillosas con toda su jeta, porque por fin han conseguido alienar a los otros con sus astucias. La Monarquía es lo que viene haciendo. Eso es provocar al individuo…y luego, pasa lo que siempre ha pasado, que despiertan al asesino individual.
Rosa Amor del Olmo