La educación en España es ese gran drama que deviene actual cada cuatro años. Uno de los grandes despropósitos nacionales, instaurado desde hace tiempo en la inoperancia e ineficiencia más sonrojante. Es más que probable que esta situación venga originada porque se decida utilizar las leyes sobre educación como herramientas electorales. De este modo cambiamos de sistema educativo al ritmo que cambia el partido gobernante.
Yo lo he vivido, y como yo, todas las generaciones de un tiempo a esta parte: LODE (1985), LOGSE (1990), LOCE (2002), LOE (2006) y LOMCE (2013). Tantos acrónimos, referentes a una materia que se presume común a los intereses de toda la nación, no pueden desembocar nunca en algo positivo. Tampoco resulta difícil comprender que ante este panorama los docentes terminen desmotivados y hastiados como consecuencia de los vaivenes normativos. Pero claro, si pedir a la oligarquía política estabilidad y coherencia en favor de un bien común es una quimera, pensar que pueda existir un acuerdo político duradero, aun a costa de perder votos, directamente son ínfulas patrióticas alejadas de toda realidad; pues como sabéis, los políticos sólo están sujetos a la disciplina de partido. En otras palabras, legislan para conseguir votos, cuando ni siquiera deberían tener atribuida esa potestad.
Pero me preocupa más, si cabe, el prisma de los estudiantes. Es decir, la finalidad que se persigue en nuestro paradigma educativo. Me reconozco lego en cuanto a lo que modelos educativos se refiere, debates sobre Pestalozzi, Montessori o Piaget probablemente me vengan grandes. No obstante, el sentido común me obliga a sacar a la palestra una pregunta que me parece fundamental y del todo lógica: ¿Son acaso todos los alumnos iguales? Porque se les trata como si lo fueran. Vivimos en una sociedad en la cual se instruye al alumnado en base a unos preceptos estandarizados, en la que no se potencia el espíritu crítico ni se apuesta por una enseñanza participativa. No, por supuesto que no todos son iguales. Cada uno tiene unas virtudes y unas carencias, y obviar esta distinción sólo conduce al alumno medio a la frustración y a la pérdida de motivación, que a la postre es la gran lacra, junto con el bajo rendimiento y la mala preparación, a la que se enfrenta el sistema educativo español.
En “Las reflexiones de Frato” de Francesco Tonucci, hay una viñeta muy acertada en la que se muestra a un alumno que, año tras año, tan sólo copia lo que ve escrito en la pizarra, y en el último año la profesora le hace la pregunta más importante de todas: ¿qué quieres escoger para tu futuro?, y el niño, mientras se encoje de hombros, responde: ¿qué es escoger? Se nos enseña a copiar y escupir temáticas regurgitadas, pero no a tomar decisiones en base a la información que tenemos, ni a sacar conclusiones. No se premia la capacidad analítica, ni de raciocinio o de cuestionamiento, y por tanto éstas se oxidan con el tiempo o no se llegan a desarrollar. Toda la materia ha de ser memorizada por los estudiantes y estandarizada por los profesores, así de simple. Un adoctrinamiento hacia la mediocridad, que a un Sistema mediocre le viene de lujo.
A nadie parece importarle que en los Indicadores de la OCDE se nos pinte la cara sistemáticamente. Si observamos el gráfico del último informe del Ministerio de Educación a raíz de estos indicadores sobre el Nivel de formación de la población adulta (25–64 años), éstos nos sitúan notablemente más próximos a los niveles de Brasil o México que a los de Alemania, Finlandia o Reino Unido.
Lo mismo sucede con las evaluaciones internacionales PISA, en las que nuestros alumnos sacan puntuaciones muy pobres en las tres categorías (lectura, ciencia y matemáticas). Siempre por debajo de la media ponderada de los países miembros, tanto de la UE, como de la OCDE.
Igualmente, tampoco parece ser considerado relevante por parte de nuestros “representantes” políticos que los indicadores sociales de la OCDE, muestren que nuestro porcentaje de ninis (15-29 años) sea el cuarto más alto de los 34 países miembros, con un escandaloso 22,7%.
Además de esto, nuestra tasa de abandono escolar, según datos del Eurostat, no sólo es la más alta de la UE, con un 19,97%, si no que prácticamente dobla la media comunitaria.
Resulta evidente que el sistema educativo es un rotundo fracaso, pero, ¿pensáis que a la oligarquía política le importa lo más mínimo estos datos? Ellos seguirán legislando para su partido y mientras la educación les siga dando votos, no tengáis ninguna duda de que se seguirán anunciando nuevos acrónimos en lo sucesivo.