PATRICIA SVERLO.
No bien Juan Carlos llegó a La Zarzuela, llamó por teléfono a Villa Giralda, pero no se atrevió a decir nada, ni siquiera a su madre, y se limitó a anunciar que Nicolás Mondéjar salía aquella noche para llevarle una carta a su padre. La carta de Franco para Don Juan, encabezada por “Mi querido Infante”, le anunciaba la decisión y añadía: “Quiero comunicároslo y expresaros mis sentimientos por la desilusión que pueda causaros, y mi confianza de que sabréis aceptarlo, con la grandeza de ánimo heredada de vuestro augusto padre D. Alfonso XIII”. Y, aparte, se permitía prevenirle “contra el consejo de aquellos seguidores que ven defraudadas sus ambicionas políticas”. Cuando la leyó, Don Juan exclamó: “¡Qué cabrón!”. Y rápidamente, igual que para todas las misiones sensibles, prácticamente en secreto, a espaldas de sus consejeros oficiales, llamó por teléfono a Trevijano para decirle: “Lo peor ha sucedido”.
Trevijano salió en su propio coche a toda velocidad y al cabo de pocas horas se presentó en Villa Giralda. Cuando llegó, Don Juan le enseñó la carta de Franco, que le provocó todavía más indignación que a Don Juan. Sentenció que era necesario responder.
Don Juan le encargó que redactara él mismo la respuesta. Al día siguiente, con Trevijano todavía clandestinamente en Villa Giralda, a Don Juan le llegó una carta de su hijo: “Como por teléfono no se puede hablar, me apresuro a escribirte estas líneas […]”. Con el recuerdo de los últimos enfrentamientos todavía vivo, aquel acto de adhesión al que no había ido, cuando murió la abuela…
no se atrevía a hablar personalmente. “Rogando a Dios que mantenga por encima de todo la unidad de la Familia”, le decía en la carta, mientras esperaba la reacción a una distancia más que prudente, “quiero pedirte tu bendición”. Esta carta todavía le sentó peor a Don Juan que la de Franco. Y también a Trevijano, que, lleno de cólera, le dijo que, aparte de las razones familiares, tenía que salvar su posición ante la historia: “Esta carta tiene que ser contestada con un documento para que conste”. Y Don Juan lo aceptó: “Paso a limpio la carta a Franco para que salga ahora mismo, y prepárame otra para mi hijo”. El texto que escribió Trevijano decía: “¿Qué Monarquía salvas? ¿Una Monarquía contra tu padre? No has salvado nada. ¿Quieres salvar una Monarquía franquista?… Ni estoy de acuerdo, ni daré mi acuerdo nunca, ni aceptaré jamás que tú puedas ser rey de España sin el consentimiento de la Monarquía, sin pasar a través de la dinastía”. Cuando estuvo acabada, Don Juan la firmó y la lacró, y se aseguró de que, junto cono la que iba destinada al dictador, saliera enseguida hacia Madrid.
Pero con otros consejeros (en concreto, Areilza y Sainz Rodríguez), Don Juan redactó otro documento, un manifiesto bastante más suave que las cartas, que fue el que se dio a conocer a la opinión pública: “[…] Para llevar a cabo esta operación no se ha contado conmigo, ni con la voluntad libremente manifestada del pueblo español. Soy, pues, un espectador de las decisiones que se hayan de tomar en la materia y ninguna responsabilidad me cabe en esta instauración”, decía.
Quedaba claro que no pensaba abdicar, pero tampoco se enfrentaba abiertamente con su hijo. Los consejeros le habían recomendado que no lo diera todo por perdido y que se mantuviera como candidato de la oposición al Régimen, como alternativa.
Cuando creyó que el temporal había pasado, Juan Carlos telefoneó insistentemente, pero Don Juan no se quiso poner. Seguramente lo hizo su madre, Doña María, y más de una vez. Se dice que durante estos días intervino en favor de su hijo tanto como pudo, calmando los ánimos e intentando evitar que se produjera una situación de ruptura irreversible. Entre ella, Sainz Rodríguez y los otros consejeros, consiguieron que Don Juan prácticamente se retirara, y le arrancaron el compromiso: “Yo contra mi hijo no voy a hacer una guerra civil, no voy a enfrentarme. Yo eso no lo hago”. Eso sí, prohibió a los miembros de la familia real asistir al acto de juramento en las Cortes y exigió a su hijo que devolviera la insignia de Príncipe de Asturias. En vísperas de la designación, el príncipe se había quedado sin título. López Rodó con Carrero Blanco, por una parte, y Juan Carlos, con Sofía y el marqués de Mondéjar en La Zarzuela, por la otra, tuvieron que ponerse a pensar deprisa y a salto de mata en lo que podría ser a partir de entonces. Al parecer, fue Sofía quien, inspirándose en su propio apellido, sugirió el de “Príncipe de España”, del cual no había ningún precedente histórico. Y a todos los pareció bien. ¿Qué otra cosa podían hacer?