PACO BONO.
Lo político se refiere a lo posible y lo probable, pero para que se dé, es imprescindible la condición de ciudadanía por parte de los habitantes de una nación. La forma de gobierno democrática convierte a los súbditos o siervos en ciudadanos. Tras su instauración en un Estado “res-pulicano”, el “demos” (el pueblo), participa y controla al “kratos” (el poder). Es esta condición de control y limitación de poder la que ha hecho de la democracia el mayor enemigo de los que han pretendido ostentar y abusar del poder de forma indefinida a lo largo de los tiempos, ya fueran reyes, emperadores, dictadores de toda índole ideológica, socialpartidócratas, subvencionados varios e iluminados en general.
En el caso de España, la forma de Estado que padecemos es la monarquía, y forma de gobierno, la partidocracia (gobierno de partidos). Son los partidos subvencionados los que disfrutan del privilegio de la exclusividad en la acción de gobierno, lo que impide que haya sociedad política, produciéndose un reparto de poder dentro del Estado, votado por los súbditos para su asignación porcentual cada cuatro años, y sancionado por el poder vitalicio de la Corona, practicado en la trastienda del sistema. La Transición española conllevó el traspaso del poder autoritario del dictador Franco al Rey Juan Carlos, acuerdo que se desarrolló sin ruptura, y significó el fin de la tecnocracia (gobierno de tecnócratas) y la asunción de una oligocracia pactada en consenso entre el monarca y los nuevos partidos del Estado.
¿Qué se puede esperar de una oligarquía sino su degeneración en una nueva clase de timócratas que acaben desarrollando su acción de gobierno como auténticos plutócratas? Oligarquía, timocracia y plutocracia, conllevan autarquía, el Estado de partidos se gobierna a sí mismo, sin límites, y se impregna en la sociedad provocando una dualidad social: la sociedad de los mantenedores (la nación) y la sociedad de los mantenidos (el Estado). Las consecuencias son más graves que la desconexión entre el Estado y Nación, puesto que el Estado anula a la Nación, la secuestra y la vincula a su triste destino. El desequilibrio es total y muy lesivo para las libertades civiles.
Pero si esta situación es ya de por sí gravísima, en España, además se aceptó la sinarquía, dividiéndose el Estado en feudos autonómicos gobernados por oligarcas y plutócratas que hoy actúan como príncipes bajo la tapadera de una falsa democracia que camufla el pensamiento único tras las tapas de una ley de leyes imposible y contradictoria, cuyo fin es garantizar la pervivencia de este régimen corrupto y destructor de lo mejor.
Ni se da la democracia formal, ni hay constitución que constituya. Por lo tanto, lo que no hay no se puede reformar. Resulta utópico e ingenuo pensar que los partidos de los plutócratas se vayan a practicar un haraquiri en pro de la Nación. Para qué, ¿para dejar el poder y abandonar sus privilegios de sociedad mantenida? Si se quiere instaurar la democracia en España se deben dar unas circunstancias nacionales e internacionales, la primera de ellas consistente en la difusión de una democracia formal que se funde en la distritocracia y que nos permita la apertura de un periodo de libertad constituyente . Hay que conseguir que los partidos vuelvan a la sociedad y se transformen en meras asociaciones de carácter ideológico financiadas con las cuotas de sus afiliados, sin que reciban un sólo euro del Estado. Si los partidos dejan de ser colectivos de poder, ¿quién ostentará en una distritocracia? La respuesta es sencilla: la Nación. Don Antonio García-Trevijano, en su libro “Teoría pura de la República” descubre el distrito electoral como la unidad mínima de poder político, toda una revolución que hace factible la convivencia de lo individual y lo colectivo, aportando el nexo entre los conceptos de individuación e individualización. El distrito aúna el todo y las partes; esas partes son los individuos convertidos en ciudadanos gracias a la democracia, ciudadanos partícipes de la acción política, de lo posible y de lo probable, mediante su representación. Del distrito saldrá elegido un sólo diputado que formará parte del otro todo, la Asamblea Nacional; la Nación será la que legisle.