La práctica del ayuno ha sido muy frecuente en el judaísmo del primer siglo y aparece en el Nuevo Testamento, especialmente con los discípulos de Juan Bautista (Mc 2:28). Jesús ayunaba en todo momento y cada vez que necesitaba obtener conocimiento ( Mt 4) y su advertencia de no manipular esta práctica para atraer atención (Cf Mt 6,17; Lc 18,12) no debe interpretarse como un rechazo más bien al contrario. Como los profetas, Jesús enfatizó en la sinceridad y el arrepentimiento como la esencia del ayuno. Él criticaba a aquellos que exhibían la práctica del ayuno de manera “teatralizada”, a cambio, Jesús predicaba que se practicase en silencio, sin hipocresía, para un mayor dominio de los aspectos terrenales, una superación del hombre espiritual sobre el natural.

Debido a que el cristianismo proviene de forma directa del judaísmo (esto es tema para un libro) el ayuno cristiano comparte muchas características con el ayuno judío. La características del ayuno –de una manera práctica- varían entre las denominaciones, el catolicismo distingue entre “ayuno” (que involucra tres comidas diarias, en las que sólo una puede incluir carne roja) y “abstinencia” (ninguna carne roja). El período de ayuno más conocido es la Cuaresma, la cual tiene unos 40 días de duración. En la actualidad, la Iglesia católica prescribe como dias de ayuno obligatorio el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, recomendando el ayuno personal. Cerca de la mitad de los protestantes carecen de la tradición del ayuno. En iglesias evangélicas y denominaciones paradenominacionales, el ayuno se practica frecuentemente, muchos de los cuales lo llevan a cabo con abstinencia total de alimentos durante un lapso, ingiriendo solamente agua. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, una rama de protestantes, por ejemplo, ayunan cada primer domingo de mes durante veinticuatro horas, y ayunan cada vez que necesitan tener conocimiento o estar en consonancia con Dios.

Parece evidente que la enseñanza del ayuno es tomada principalmente del realizado por Jesucristo durante sus cuarenta días en el desierto, después de haber sido bautizado. En los comienzos de la iglesia primitiva el ayuno era un periodo de recogimiento que constaba de dos días de ayuno semanales, ya que era costumbre de los judíos devotos ayunar esa cantidad de días, aunque para realizar una diferenciación observaban días distintos. Los judíos observaban el ayuno los lunes y jueves, mientras que los cristianos los miércoles y viernes. Durante los primeros años del siglo III aquellos que se preparaban para ser bautizados realizaban un ayuno durante el viernes y el sábado, y su bautismo tenía lugar en la madrugada del domingo, de manera análoga a la resurrección de Jesús. Con la declaración del cristianismo como religión oficial del estado por el Concilio de Nicea, el ayuno comenzó a declinar en fuerza, debido a que en la Europa Occidental no era bien visto el ayuno y la falta de sueño por el sólo hecho de castigar el cuerpo, algo lógico si no existe un motivo espiritual. Esto cambió durante las cruzadas, donde la historia cuenta que Pedro Bartolomé indicó a los cruzados que ayunaran por cinco días, y después atacaran a sus enemigos.

El ayuno debe realizarse con el fin de buscar la presencia de Dios, alimentar el espíritu y así poder tener control sobre la naturaleza carnal. (Gálatas 5:16-17) Es de aclarar que la Biblia enseña que no es correcto ayunar con el fin de ser visto por otros y aparentar ser espirituales. (Mateo 6:16) Esto es lo más deleznable a ojos de Dios. Es de destacar el hecho de que hay multitud de personas que utilizan el ayuno como manera de dominar el cuerpo y los instintos o tendencias que dominan a éste. Igualmente se ayuna para depurar de tóxicos el cuerpo y para limpiar de vez en cuando nuestro organismo que se haya muchas veces en manos de multitud de sustancias nada beneficiosas para la salud. Aquel que sea fiel a sus convenios con Dios debe ayunar para crecer en conocimiento, para entender, para saber, para que sus oraciones tengan mayor sentido, para estar en mayor consonancia y recogimiento con sus propósitos divinos. El creyente, el que lo es, lo sabe.

 

Rosa Amor del Olmo

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