Una empresa fundamental, por supuesto no la única, de este nuevo Diario, debiera ser a mi entender la desmitologización de lo Político, de la Política y de los mitos relacionados con ello. El mito se diferencia del error y la mentira; es algo más profundo relacionado con la naturaleza humana, que mueve la acción con demasiada frecuencia. Antonio García-Trevijano ha desmitificado la Revolución Francesa en sí misma, como concepto un gran mito, y otros relacionados con ella. Sin embargo, hay mucho por hacer, pues el poder del mito como una forma de saber es inextinguible. Hay mitos antiquísimos de los que la mitificación de aquella revolución es en gran medida un resultado; la ciencia política está tarada por mitos como los del Estado de Derecho y el parlamentarismo, que se enseñan, no siempre con aviesa intención, como ideales o metas; entre nosotros, operan con éxito mitos tan decisivos como el del consenso político. Símbolo de la bondad del sistema establecido, un análisis empírico demuestra sin necesidad de profundizar mucho, que, en realidad enmascara la naturaleza plutocrática y, al parecer, cleptocrática del sistema.
El mito no alimenta siempre la esperanza; en el fondo, fomenta el fatalismo y el quietismo. Pero debido a su naturaleza contingente, el hombre es un ser utópico y como tal, mitificador. Esto concurre en gran medida en el caso de los mitos políticos, de los que se sirve la demagogia utilizándolos como un arma muy principal. Los mitos políticos son falsificaciones; unas veces inconscientes, productos quizá de la historia, como, por ejemplo, la creencia ancestral en la posibilidad de una Ciudad, Estado, Sociedad o Régimen Perfecto, una consecuencia del deseo de inmortalidad. Este mito, no sólo ha impulsado buena parte del pensamiento político, sino grandes acciones políticas en orden a la realización de aquel ideal. El modo de pensamiento ideológico descansa en ese mito y en otros inventados expresamente, como pedía Georges Sorel, para conquistar del poder y legitimar sus actos.
Uno de los problemas de la inteligencia política consiste precisamente en la continua aparición de nuevos mitos y la renovación de los antiguos envueltos en otra retórica. Siempre ha sido así. El modo de pensamiento racional filosófico o científico, se opone a los mitos. Pero ni siquiera las hipótesis científicas, por ejemplo la darwiniana, o las leyes científicas escapan a la mitificación. Por ejemplo, como es sabido, de la teoría físico-matemática de la relatividad se ha inferido que todo es relativo y por tanto no existe la verdad. Pero si esto es así, lo único cierto es la voluntad de poder.
Con el auge de la técnica de los medios de comunicación, la época se ha vuelta muy confusa. Ni siquiera resulta fácil en nuestros días discernir el mito del error o del engaño, aunque todo mito, cuando se cree sinceramente en él, conlleva el error y el autoengaño. Los media han impulsado la propaganda y desde la primera guerra mundial se ha industrializado la producción de mitos: los partidos políticos disponen expresamente de departamentos de propaganda, y los Estados, indirectamente a través de los sistemas y programas “educativos” y directamente de los Ministerios de Cultura u otros organismos, producen continuamente mitos políticos.
La desmitificación es seguramente la tarea más urgente en nuestro tiempo de la inteligencia política.