PACO BONO SANZ.
Hay personas que no piensan cuando hablan, se levantan por las mañanas para escuchar la misma voz de siempre, la triste melodía de sus vidas no plenas, de su sufrimiento fosilizado. Esas personas no caben en este texto, ni su perfil puede ser redondeado con mis palabras de tormenta de verano. No quiero aquí llevar a lo más alto la ingratitud, la falta de respeto, las obsesiones idiotas o cualquier otra actitud ante la vida que convierta al hombre en simio o en ser de tribu. La tribu impone sus costumbres, no se cuestiona su necesidad, no acepta cambios, la tribu coacciona e iguala a todos sus miembros, sea cual sea su intelecto. ¿Acaso podemos ser todos felices de la misma forma? ¿Dónde se encuentra el límite entre la felicidad y la tradición? Yo soy lo que soy por mi vinculación a mi tribu, pero lo que quiero ser me compete únicamente a mí, porque la libertad consiste en eso, en el equilibrio entre lo que soy de origen y lo que deseo conseguir como fin.
¿Se da esta situación en una sociedad tan ignorante y conservadora? El ignorante es un conservador por inercia, un siervo que no dará nunca un paso si no es por obediencia a su superior. Pero, ¿acaso ese superior tiene legitimidad si su poder se funda en la inacción de un siervo ignorante? ¿Podemos esperar nada bueno de quien gobierna un pueblo dócil y cobarde que sólo sale a la calle para protestar por el fin de las utopías que un día le prometieron? El Estado de bienestar se tambalea, y sus efectos en las tribus de la sociedad que lo mantiene son atroces. Sin embargo, no esperen ustedes la rebelión del ignorante, sino su queja, su lamento, su llanto de desierto… No mirará sus pies, ni usará su cabeza, creerá que no puede caminar por sí solo, fuera del sistema, de la estructura de gobierno de sus tribus.
Para construir una sociedad libre, necesitamos personas que quieran ser libres, que piensen, que se rebelen por el bien, hacia lo positivo, sin dejarse derrotar por la opresión de la fuerza de lo ilegítimo. Quien cree que la libertad guarda relación exclusiva con uno mismo, se equivoca. La soledad no te hace libre, porque el individuo no puede ser libre fuera de la sociedad, sin embargo, la sociedad tampoco te hace libre, porque la libertad no se recibe, sino que se conquista cada día. Cuando se produce un desequilibrio entre el poder fuerza de la sociedad y el poder fuerza del Estado, los individuos quedan a merced del organizador. Un Estado unido y fuerte y una sociedad individual y dividida constituyen el caldo de cultivo ideal para el totalitarismo. La libertad individual se garantiza conquistando la libertad colectiva, dividiendo los poderes. La sociedad, a través de sus representantes, elegidos en distritos de forma uninominal, legisla. El Estado, cuyo ejecutivo es elegido mediante elección uninominal en un sólo distrito nacional, gobierna. No se trata sólo de dividir los poderes o de separarlos en origen, sino de entregarlos a quien corresponde. Porque no hay mayor indefensión para lo individual que el descontrol de lo colectivo.