La democracia se caracteriza por tres principios. Si falta uno de ellos, no hay democracia. El primero es el principio de elección o sorteo del ejecutivo, cuyo principal miembro era el Arconte en la vieja Atenas y Jefe de Gobierno en la actualidad. El segundo es la facultad que el pueblo, Demos, para hacer leyes o poder legislativo, en la Atenas clásica lo hacía mediante la Ekklesía o asamblea de ciudadanos. Hoy al ser imposible el poder legislativo se realiza mediante unos representantes de los ciudadanos, es decir, de unos mandatarios (mandados por) que obedecen estrictamente a sus representados o mandantes. Es el caso de la democracia representativa, esto es, provista de un sistema electoral representativo (EEUU, Inglaterra, Francia…) y no proporcional o de partidos (España. Italia, Grecia…) pues en estos casos el pueblo no manda al representante, lo hace el partido. El tercer principio es el de control del gobernante, en la vieja Atenas se realizaba mediante la Euthimia, (enderezar, poner derecho) un sistema de control al que era sometido el gobernante al dejar el cargo, donde se examinaba, no ya si había robado, sino si había gastado el dinero de forma óptima o si existía alguna forma mejor de asignar los recursos, en cuyo caso, desterraban o condenaban a muerte al gobernante. El Tribunal de Cuentas es lo más parecido a esta institución. En la democracia representativa, el control ha de ejercerse también mediante la separación de poderes. En España no se dan ninguno de los tres principios.
Fue Aristóteles el que definió la demagogia, como la forma corrupta de la democracia. Polibio a la democracia degenerada la denominó oclocracia. La degeneración de la democracia supone la existencia de una forma de gobierno democrática precedente, esto es, una forma de gobierno en el que el pueblo (Demos) tuviera la fuerza (Kratos).
Oclocracia o demagogia, es una forma de gobierno que parte de la situación anterior y gira hacia otra en la que el poder es puesto en manos de demagogos, gente que alaba al pueblo, que le engaña mediante las palabras, que le promete lo imposible y utiliza estos medios para arrastras a las masas. Esta forma de gobierno -la tiranía de las masas- fue considerada por los grandes pensadores griegos como la más peligrosa de todas, la causa de la degeneración y desaparición de la Atenas de Pericles, de la condena de Sócrates por 500 ciudadanos-jueces. Hasta tal punto fue demonizada, que durante milenios nadie defendió la democracia como forma de gobierno, por temor a una degeneración capaz de perder al pueblo. Fue la forma más odiosa, hasta la independencia de EEUU, donde por vez primera Hamilton denominó “Democracia Representativa” a la forma de gobierno que habían ideado. John Adams lo denominaba “República de las Leyes” porque ni se les pasaba por la imaginación la idea de resucitar la democracia.
Primo Levi -el judío italiano superviviente de Auschwitz- advertía a quien quisiera escucharle, que nunca olvidemos que Hitler fue adorado por las masas. El siglo XX fue una lección práctica dura e inolvidable de la teoría de Polibio y Aristóteles.
La demagogia, tiene como rasgo especial, el cambio de significado de las palabras, para adecuar los hechos a la idea del demagogo.
Una vez cambiado el significado de las palabras, se cambian los conceptos y ésto son las piedras con las que el cerebro humano construye el pensamiento. Cambiando el significado de las palabras, el demagogo dirige al pueblo mediante el engaño y éste lo sigue ciego. Es capaz de convencerlo de que una tiranía es una democracia, porque defiende la libertad y la igualdad. Basta adecuar el significado de libertad, igualdad y democracia al interés del tirano.
Continuaremos en otra ocasión con la aplicación de la demagogia como herramienta del poder, no como forma de gobierno, al régimen de poder español.