La cultura de Occidente es el pensamiento ateniense llevado a la práctica. Atenas fue educada por Homero, que puso en boca de Aquiles los primeros valores en ser recogidos por escrito, ser el primero en alcanzar la virtud en dos aspectos: pronunciar palabras y realizar acciones. El dominio de la palabra no es otra cosa que la soberanía del espíritu. La valentía es una virtud que se deriva de la piedad, el amor a los padres y a la patria.
Hesíodo, sobre los hombros de Homero, introdujo un valor nuevo: el del trabajo, que está en la base de toda la cultura occidental. Anunció además el valor del Derecho. Solón consagró este último al establecer la dependencia causal entre la violación de la norma y la perturbación de la vida social.
Distinguían los griegos diferentes tipos de amor que a su vez escondían el valor que lo fundamentaba: El amor fraternal, el paternal, el filial, el erótico y uno que destacaba sobre los demás: el amor ágape, que es un amor incondicional hacia el ser humano por el hecho de serlo. Este concepto pasó a denominarse charitas en Roma (hoy diríamos “caridad”). Cicerón lo expresó así: “Charitas generis humani… Civis suum totius mundi” es decir: Los deberes de caridad tienen su fundamento en la misma naturaleza humana… somos ciudadanos del mundo. Marco Aurelio decía que “Lo propio del hombre es amar incluso a quienes nos dañan” La acepción vulgar y actual de la caridad es una caricatura de aquella, inefable, grandiosa y universal: el valor de lo humano.
Jenófanes de Colofón primero, Platón (República) y luego Aristóteles (Ética a Nicómaco), a las adquisiciones anteriores añadieron el análisis de las grandes virtudes que son los hábitos que el hombre desarrolla para respetar los grandes valores. Estos son: la valentía, la piedad (siempre entendida como el amor a los padres y a la patria), la justicia y la prudencia. El propio Platón, ya mayor, sustituyó la valentía por la sabiduría filosófica. Aristóteles analizó además la templanza y la fortaleza. Todos estos valores han llegado a nosotros por la vía del cristianismo, debido al estoicismo contenido en el Evangelio.
Para investigar lo que es bueno, justo y verdad, los griegos establecieron la isegoría o libertad para hablar en la asamblea y dialogar (que no es lo mismo que parlotear, ni negociar, pues deriva de logos, razón). Para aplicar la doctrina de Solón sobre el respeto al Derecho, hubieron de poner la norma por escrito y al hacerlo por fuerza tuvieron que aplicar la ley igual para todos: lo llamaron isonomía. Para evitar que el gobierno abusara del ciudadano, crearon un sistema que garantizara la libertad política, esto es: el control del pueblo sobre el gobierno. Un sistema en el que el pueblo (Demos) tuviera la fuerza (Kratos) sobre el gobernante: La democracia.
Todos los valores occidentales son ajenos y anteriores al concepto mismo de democracia, que no es más que una forma de gobierno.
Cuando un político al uso se refiere a “los valores democráticos” nos da a entender, que se trata de valores progresistas y novedosos, a los que su inteligencia – descomunal y monstruosa- ha tenido acceso y que es depositario, como Moises o Mahoma de los secretos divinos sobre el bien y el mal. Los valores a los que se refieren con esta expresión, son “la fraternidad” o “la tolerancia” (parte mínima del contenido del concepto amor ágape y la charitas), el “Estado de Derecho” (por el que luchó Solón, en el siglo VII a. C.), la pluralidad y el diálogo (isegoría), la igualdad (isonomía), la libertad (por la que lucharon los atenienses para someter al poder). Es decir valores datados hace más de dos mil quinientos años, más antiguos que el concepto mismo de democracia instaurada por Clístenes en el siglo VI a.C.
La democracia fue el efecto y no la causa de los valores de isonomía (igualdad) e isegoría, (libertad de palabra). Era la forma de gobierno que correspondía a esos valores.
Por ello decía Platón que a cada forma de gobierno, le corresponde un cierto tipo de hombre. A juzgar por nuestros políticos, a nuestra forma de gobierno le corresponde el tipo humano del demagogo, el masturezo y el pazguato. Un sujeto gracioso, si la ignorancia y la soberbia del gobernante, no fueran un peligro para los gobernados. La expresión “valores democráticos” ilumina al demagogo con la luz de la ignominia y hace las funciones de un faro providencial que avisa del peligro a los navegantes despistados.
Si no quiere ser envenenado por los demagogos, hágase un favor: no los escuche, no los vea, no los vote. Trátelos con el mismo desprecio que ellos le tratan a usted.