AITOR CÉSPEDES SUÁREZ
Actualmente, en Europa occidental, se reconocen como personas conscientemente progresistas aquéllas que comparten una serie de ideas y valores comunes. Entre éstas destaca una extraña sensación de internacionalismo que deriva fácilmente a un antipatriotismo que no incluye únicamente a la nación propia, sino a Europa en general, considerando al viejo continente como el responsable de la mayoría de los males que habita el mundo, un lugar despreciable que es necesario cambiar en diversos aspectos.
La ironía de esta visión se encuentra en el hecho de que es precisamente en Europa occidental donde se ha llegado más lejos en la mayoría de las propuestas progresistas. Derechos laborales y sociales jamás alcanzados (y siquiera imaginados) en el pasado se consiguieron en las últimas décadas del siglo XX y en todo lo que llevamos de siglo XXI.
Desde luego, todavía queda trabajo por hacer, pero lo cierto es que en tan sólo unas décadas se han cambiado varios esquemas mentales que llevaban reproduciéndose durante milenios en la historia humana, y esos, los esquemas mentales, son los más difíciles de transformar, por lo que la velocidad con la que se ha producido este cambio resulta asombrosa.
Cada vez se ve con mayor naturalidad a los homosexuales; la sociedad se encuentra cada vez más concienciada con los derechos de las mujeres, teniendo el feminismo un avance masivo de aceptación, y, aunque muchas de las personas que se declaran feministas no sepan muy bien a qué se refieren, este paso es decisivo e importantísimo; las tendencias animalistas y ecologistas están en aumento; los derechos laborales, pese a su retroceso durante estos años de crisis, siguen siendo percibidos de forma mayoritaria como algo sagrado; y exactamente lo mismo ocurre con la defensa de derechos considerados básicos, como son la educación y sanidad pública.
Resulta, por tanto, paradójica, otra de sus reclamaciones: fronteras blandas, cuando no abiertas. Los progresistas se sienten culpables por el hecho de que los países del llamado Tercer Mundo sean más pobres que los de la malvada Europa, o estén metidos en algún conflicto bélico. Independientemente de que su país tenga algo que ver o no con esta realidad, la manera en la que parecen querer redimirse por algo de lo que no son responsables, es reclamar unas fronteras blandas que permita la entrada de inmigración masiva, y la proclama de un multiculturalismo infantiloide e idealizado que percibe lo exótico como una novedad refrescante frente a la fría, aburrida e industrial Europa; y a un ilusorio crisol de culturas como el culmen de la libertad y el progreso frente al represor y fascistoide continente europeo.
Esta fantasía sólo se explica debido a la frecuente ignorancia que se tiene sobre principios básicos de la economía, del comportamiento humano a lo largo de la historia ante los movimientos de población, así como de la política. La política es política, es decir, lucha por el poder, y en toda sociedad humana, cuando conviven varias culturas, la más fuerte siempre trata de imponerse sobre el resto. Es la ley del grupo y de la manada. En los casos en los que ninguna cultura (ojo, hablo de culturas, no de etnias), ha sido capaz de imponerse sobre las demás, la inestabilidad social y política han sido las protagonistas.
Nada de esto parece importarle a la generación Disney (a la cual pertenezco) que tan acostumbrada ha estado desde su infancia a consumir programación donde todos los contratiempos se solucionan en pocos minutos con una canción, y donde los problemas se representan con personajes arquetípicos malvados hasta la médula y sin solución.
Sin embargo, la realidad es bien distinta, y más difícil de entender y de aceptar. No existen malos malísimos encarnados en pocos personajes, sino unos eternos, complejos y enmarañados conflictos de intereses propios de cualquier sociedad nacional, maximizados por el globalismo actual.
Pero la clase de progresistas de la que hablamos (quizá sería más conveniente llamarlos giliprogres) sigue ensimismada en sus propias ideas, con la firme convicción de detentar la más alta y noble superioridad moral jamás alcanzada. Unas ideas, desde luego, poco reflexionadas, pues ni siquiera se percatan de las contradicciones de sus peticiones. Y es que, como queda dicho, Europa occidental es donde más lejos se ha llegado en la realización de los ideales progresistas. Del mismo modo, es donde mayor perspectiva hay de que dichos ideales sigan avanzando y cumpliéndose. Sin embargo, el multiculturalismo, de triunfar, acabará con el progresismo, pues el resto de culturas del mundo son, con mucho, más conservadoras que la europea. Por tanto, el multiculturalismo supone en la práctica una forma eficaz de suicidio asistido del progresismo.
Y ya comienzan a notarse sus efectos en aquellos lugares donde precisamente la bandera progresista se ha izado más alto. Suecia, paraíso de las ideas progresistas, es el primer país donde estas contradicciones están chocando. De los logros feministas tan aclamados y reconocidos en el país nórdico, hemos pasado al reconocimiento del matrimonio infantil para inmigrantes y refugiados islámicos; y al aumento de violaciones por personas procedentes de países musulmanes, donde la mujer es menos que nada. Algunas suecas, incluso, no denuncian dichas violaciones por el miedo de ser tachadas como racistas.
Algo parecido ocurrió en Inglaterra, concretamente en la ciudad de Rotherham, donde miembros de la comunidad pakistaní violó sistemáticamente a más de 1.400 niñas y adolescentes británicas no musulmanas durante catorce años. La policía, el alcalde, los servicios sociales y los periodistas locales sabían lo que estaba sucediendo, sin embargo no hicieron nada, por miedo a ser acusados de racistas.
El odio a lo europeo en general, y a la propia patria en particular, ha desembocado en este delirio multiculturalista que procede de un infantil complejo de culpabilidad que nada soluciona, y sí genera numerosos problemas sociales. Los progresistas de los que hablamos (los gili-progres), que tantos aires de intelectuales se dan, que caminan por el mundo creyendo tener la perfección moral sobre estos asuntos, están tan ciegos, dentro de su ignorancia, que ni siquiera se dan cuenta de que el progresismo se devorará a sí mismo debido al multiculturalismo.
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