Renzi aspiraba a Duce plebiscitario (¡un Duce “prêt-à-porter”!), y convocó un plebiscito para recuperar la ley electoral de Mussolini, que ha perdido. La moraleja partidocrática es que no hay que convocar plebiscitos, porque se pierden. Y lo próximo será que tampoco hay que convocar elecciones, pues también se pueden perder.
En España, el tabarrón de profesores, filósofos, politólogos y tertulianos (¡el clero del Régimen!) es que para votar hay que ser culto. Falso. Para votar, lo único que hay que ser es libre, es decir, pertenecer a un pueblo con sistema de representación política y separación de poderes, sin la cual, por cierto, y según el artículo 16 de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, no hay Constitución que valga.
Es verdad que ese par de cosas sólo las tienen, ininterrumpidamente desde 1787, los americanos, en espera, eso sí, de las reformas que los españoles, que cuentan, como bien se ha visto con motivo de la muerte en Cuba del Caballo, con una izquierda castrona y una derecha castrosa, nos tienen prometidas.
De momento, nuestra Constitución es un puente, y tan estratégico como el del río Kwai: un año los controladores aéreos lo pusieron en jaque, y Zapatero sacó el Ejército de Julito Rodríguez a la calle, con Rubalcaba, quemando las naos, a la vanguardia.
–No sabemos a dónde vamos, pero caminamos en vanguardia.
Después de muchas cogitaciones sobre nuestra “charte octroyée”, de dar crédito a lo que sale en los periódicos, estaríamos en condiciones de ofrecer al mundo dos conceptos jurídicos que, por vía de superación (como lo de Einstein con Newton), ponen fin a la ciencia constitucional fundada en 1928 por Carl Schmitt: uno es la sedición como derecho; el otro, la “nación federal”.
Ni “derecho a decidir” ni “nación federal” son concebibles, aunque diré lo que el amigo de Bonafoux: “El periodismo es un oficio más; sería ridículo que los periodistas, que no tenemos qué comer, tuviéramos convicciones”.