Los partidos políticos son el producto natural de la libertad de asociación. Eso es bueno, está bien y es normal.
El error es que los partidos políticos en España no nacen ni están anclados a la sociedad civil (que no existe en España) están anudados al Estado. Es el Estado el que les subvenciona vía Boletín Oficial sancionado por el Rey.
Por tanto, para que los partidos políticos respondan a su naturaleza civil han de estar pagados por los militantes exclusivamente, prohibiéndose cualquier donación privada, ya que el que paga, manda.
Estos partidos políticos al estar civilizados tendrán un verdadero mecanismo interno de control. Es claro que actualmente jamás el régimen interno del partido político será democrático ni podría serlo. Ni aunque hubiese democracia formal ni hoy día con esta oligarquía, ya que lo importante, lo relevante, es que sean democráticos en su régimen externo. Que cada partido tenga las normas asociativas que prefieran sus militantes que libremente los sostengan económicamente.
Los políticos se organizan siempre de forma jerárquica. Cualquier alusión a las bases diciendo que éstas son las que deciden es falsa de toda falsedad. Lo que hacen ahora los militantes es ratificar lo que el Jefe de partido diga, de modo que cualquier iniciativa de sus miembros tenderá a hacer más efectiva la maquinaria estatal. Las bases sólo pintan para darles legitimidad. Y dinero, claro.
Cuando exista democracia formal en España, con separación de poderes en origen representación se votará a una persona y su suplente, sin lista alguna, y cada partido podrá apoyar a ese candidato o no.
Hoy, la iniciativa legislativa la tienen siempre los partidos del Estado y el poder Ejecutivo es el que legisla, poniendo previamente a los diputados a sueldo.
Votar es legitimar la ausencia de democracia en España y avalar que los partidos políticos no estén sujetos a la nación y sí al Estado.