ARMANDO MERINO.
Todos los temas característicos de la concepción romántica de la música se convirtieron rápidamente en patrimonio común de la cultura del siglo XIX, soliéndose encontrar las mismas preocupaciones en multitud de escritos de filósofos, músicos, poetas, eruditos, críticos, etc. Un rasgo que se observa en todos los escritos procedentes de músicos románticos es el tono literario: no debe esperarse de un músico romántico que transcriba sus pensamientos acerca de la música haciendo uso de un lenguaje técnico. De esta manera, la característica común de toda la estética musical de la primera mitad del siglo XIX es mirar a la música con ojos de literato, más que con ojos de músico.[1]
Muchos músicos románticos meditaron y escribieron sobre su arte: Hoffmann, Schumann, Berlioz, Weber, Liszt, Wagner, etc. Sin embargo, al margen de todos ellos, hay uno que merece un puesto señero: Ludwig van Beethoven (1770-1827). Su obra, su vida, su destino desafortunado, se han transformado en símbolos del Romanticismo y han alimentado una vasta literatura que ha mitificado su figura. El ideal de la música y el músico románticos hallan en Beethoven el modelo perfecto, habiendo sido catalogado su arte por toda la musicología centroeuropea hasta la II Guerra Mundial como el cénit de la historia de la música.
La figura del compositor de Bonn ha sido un mito no sólo musical, sino también estético, cultural y político para una buena parte del siglo XIX. Sin embargo, en este artículo nos interesan los numerosos escritos que el compositor nos legó. Al leer su epistolario, así como los cuadernos de conversación que se han conservado, se descubre una insospechada riqueza y hondura de pensamiento, que revelan la vasta cultura que Beethoven poseía: leía a filósofos, poetas y críticos con absoluta pasión; su saber era mucho más extenso que el que correspondía a un músico de una cultura normal. En una carta de 1809, confiesa: “No hay casi ningún tratado que pueda parecerme hoy demasiado docto. Sin presumir de poseer una auténtica erudición, me he esforzado, desde la infancia, en comprender el pensamiento de los mejores y más sabios de cada época. Debe avergonzarse el artista que no se sienta culpable por no llegar, al menos, hasta ahí.”
Con esta sincera declaración Beethoven inaugura la figura del compositor romántico, que se halla muy alejada de la concepción que se tenía hasta entonces del músico como artesano. La música ha de comprometer al hombre en su totalidad; la condición del artista no puede ser otra que la libertad absoluta con respecto a cualquier vínculo moral y material.
En otra carta de 1822, esta vez dirigida a Louis Schlösser, analiza de forma lúcida su proceso creativo: “Durante mucho tiempo, arrastro mis pensamientos conmigo antes de transcribirlos. Puedo fiarme de mi memoria y estar seguro de que, una vez encontrado un tema, no lo olvidaré a pesar de que pasen años…. Me preguntáis de dónde provienen mis ideas y yo no puedo responderos con certeza, pues nacen más o menos espontáneamente. Las atrapo con las manos en el aire, mientras paseo por los bosques, en el silencio de la noche o al alborear el día”.
Estos y otros abundantes fragmentos, dejan testimonio del sentido netamente romántico de la composición musical que se inaugura con Beethoven: el valor de la propia obra y la individualidad del artista representan el substrato cultural sobre el que se desarrolló la concepción romántica de la música.
Mediante el ejemplo de su propia vida y través de sus desordenados apuntes y cartas, Beethoven describió de forma muy sugestiva, la actitud del músico romántico frente al hecho musical. Le genialidad de su obra ayudaron a establecer esta actitud como punto de referencia obligado para toda la literatura musical de toda la primera mitad del siglo XIX, más concretamente hasta la aparición en escena de Richard Wagner.
En el próximo artículo veremos cómo la figura de Beethoven fue mitificada posteriormente por la literatura y la historiografía decimonónica, creando un icono que ha perdurado prácticamente idéntico desde la muerte del compositor hasta el final de la II Guerra Mundial.
[1]Es necesario recordar aquí que el término Romanticismo proviene de la palabra alemana Roman, que deriva de la expresión in lingua romana, que fue utilizada por primera vez por el filósofo Friedrich Schlegel para referirse al por entonces incipiente género literario de la novela.