El miedo lleva presidiendo la vida social española desde hace casi cien años. Tras la Guerra Civil, el miedo lo presidió todo. La dictadura franquista impuso una forma de ver el mundo que nos ha perjudicado y lo sigue haciendo ahora que llevamos 40 años de otra dictadura, peor en muchos sentidos por ser hipócrita, porque han querido barnizarla de democracia, cuando no pasa de ser una monarquía de partidos estatales que dirige la oligarquía de siempre, sucesora de lo que había, pero con corrupción masiva. Esa forma de ver el mundo es el conocido “no destacarse nunca”, “pasar desapercibido”, “que no se te note” y tantas frases de este jaez que paralizan a muchísimas personas brillantes, honestas y que tanto tienen que aportar a la sociedad. Unos pocos grupos que se dividen por siglas de partido, con sus correspondientes cuotas de poder procedentes de las urnas, se han hecho con la hegemonía cultural de España -controlando primero y utilizando después todos los medios de comunicación- y todo aquello que no pase por el filtro de su “visto bueno”, será atacado de inmediato por no poder encasillarse en los “nuestros” o en el tan cómodo “ellos”. Pero “nuestros” y “ellos” son dos palabras que, en su boca, no significan nada; ninguno piensa, ambos consensuan; no dialogan sobre nada, puesto que las ideas propias o diferentes no están admitidas; todo se diluye en sus adaptaciones miserables de antiguas ideologías, arroyuelos malolientes que desembocan en el cenagal moral de la socialdemocracia anuladora. Pero ellos sí se destacan, saliendo a diario en prensa, radio y televisión. Ellos no pasan desapercibidos. Toda la vida política española se mueve en un lodazal de frases hechas, de falsos valores entendidos, de amagos de decir medias verdades que ni siquiera llegan a ser pronunciadas, de mucha mala baba, de eterno “colmillaje político” (calculado en detalle), de puñaladas que solo lo son de cara a la galería, en titulares de periódicos, mientras la realidad muestra que comen y beben juntos, se divierten juntos y se desean lo mejor unos a otros, a través de sus teléfonos. Eso sí, por twitter, de vez en cuando, por estrategia, por propaganda, se envían tontas frases que creen ser incendiarias y que propagarán todos los medios al unísono. Es un circo burdo barnizado -con podredumbre-, de seriedad.
Todo aquel que no se haya escondido nunca o que, habiéndolo hecho, quiera dejar de hacerlo de una vez, tiene aquí un movimiento cultural de españoles (MCRC) que ni nos escondemos ni queremos pasar desapercibidos; si pasamos, es solo porque no interesa que un movimiento como este salga a la luz, haga pensar, podamos discutir, dialogar, rebatir, etc. Precisamente por eso, el poder absoluto de esta oligarquía podrida, a través de una de sus ramas, la Junta Electoral Provincial de Barcelona, ha prohibido, de manera totalitaria, calculando plazos para molestar lo máximo posible, una concentración donde Antonio García−Trevijano iba a pronunciar un discurso histórico para España. El pánico que le tienen se ve reflejado en esta decisión administrativa. Don Antonio no se ha escondido nunca; por eso él, junto con la libertad política, de la que es embajador permanente, ha tenido que vivir en el exilio, viendo la realidad desde fuera, cantando las verdades del barquero a todos los que se esconden. Su acción ha sido continua, hablando (fuera de los medios de masas) y escribiendo, dejando en su obra un arsenal de ideas y de estrategias de las que será posible nutrirse durante siglos.
Es seguro que no pocos españoles hablan alto y claro, y denuncian estas cosas. A nivel personal es difícil conseguir algo, somos una gota en el océano. Necesitamos unirnos para ser más fuertes. Os necesitamos a todos, compatriotas de todos los rincones de España, para que aportéis vuestras ideas, vuestra fuerza, vuestras ganas y hagáis ver que nuestro hartazgo de la situación actual ha adquirido dimensiones cósmicas. No sigáis escondidos, sois todos personas con capacidades únicas, cada uno es bueno y único en algo. Mostradlo, emplead vuestro talento al servicio de la nación española. Utilizad vuestros dones naturales para denunciar, de mil maneras, toda esta miseria moral que nos envuelve y nos está ahogando, amenazando ya con hundirnos de manera irremisible. No caigáis más veces en la trampa de la propaganda del voto. Esos cantos de sirena de “renovación”, “cambio desde dentro”, son meros brindis al sol. El sistema está diseñado para seguir siempre así, no se puede modificar. Se puede, solamente, romper. Y construir otro nuevo y digno. Nosotros sabemos bien cómo. El que dice “no es posible” es porque no sabe cómo o, lo que es mucho peor, sigue las consignas del miedo que inventa la oligarquía para que su temor sea el nuestro. Lo he dicho más veces, y lo repetiré cuantas sean necesarias: su miedo es nuestra fuerza y el faro a seguir. Tienen miedo solo a una cosa, A UNA, a la abstención. Además lo reconocen sin tapujos. Ahí tenemos la clave. Que su miedo crezca.
Ha llegado la hora de la acción y ninguno de nosotros podemos escondernos. Como en el cuento, el rey va desnudo; proclamémoslo entonces; en el cuento, tuvo que hacerlo un inocente niño porque los demás se escondían; pero en cuanto el niño pronunció la frase, todos empezaron a reír y burlarse de la farsa. El rey es España, y está desnuda. Los lujosos ropajes de los que presumen sin cesar los medios son solo humo, niebla, hologramas; en definitiva: la nada. Empezaron diciendo, como en el cuento: “qué democracia tenemos, qué preciosa, cómo brilla, reluce como ninguna en Europa, qué fantástica es; qué inteligentemente nos la hemos dado, y cuánto nos costó”. A fuerza de repetir esto millones de veces, muchos lo creyeron. Pero no hay nada. Únicamente nos aguarda el precipicio. Paremos un segundo (mediante abstención activa en las urnas) y pensemos. Decidamos (todos los españoles, no permitamos de nuevo que lo hagan unos pocos por nosotros) a dónde queremos ir y cómo. Hablemos de esto a diario. Dejemos de escondernos bajo telones de fiestas, de comilonas, de celebraciones, de puentes, de letras, de angustias, de series, de cuentos…
Demos la cara; por nuestro futuro, por nuestros descendientes. Por una España digna y valiente, sea más pobre o más rica, pero donde merezca la pena mirarse al espejo y decirse, con orgullo: “qué suerte haber nacido aquí, en el país más libre de la Tierra”.