ANDRÉS ORTIZ OSES.
Me ha interesado la figura estrambótica de Fernando Arrabal y su obra esperpéntica desde los coloridos y acalorados años 60, los años del florido Mayo francés y del cromático Concilio Vaticano II. El propio Arrabal se suele vestir también coloristamente, aunque sobre un fondo de negro como corresponde a su teatro Pánico. Recuerdo estudiando en Austria a este provocativo español, escandalizando en Centroeuropa a los bienpensantes pero malpensados de aquellos años mozos, una provocación a los mayores que nos convocaba empero a los menores frente a la asfixiante ortodoxia oficial y oficiosa.
Lo mejor de Arrabal es su crítica corrosiva a toda ortodoxia, incluida la ortodoxia heterodoxa, por eso no es un hereje sino un heterodoxo no ortodoxo. Incluso cuando se “ensucia” en todo lo divino y humano, añade en el elenco a lo demoníaco, con un deseo pío o piadoso de fertilizarlo todo para su regeneración lúcido/lúdica. Se piensa que esta actitud carnavalesca de nuestro autor es la propia de un payaso, pero necesitamos un tal Payaso que payasice nuestro muermo (in)cultural.
Arrabal no es un payaso cualquiera, sino el Payaso que los antropólogos denominan con el vocablo “Trickster”. El Trickster es el payaso salvador, el bufón redentor, el arlequín soteriológico, una figura antigua y una figuración moderna entre quijotesca y daliniana, que incluso incluye al medieval Cristo-arlequín de las Fiestas de locos evocadas por H. Cox. Este es un espíritu anarcoidal/anarcordial, disolutor y disturbador, propio también del Trickster aragonés Pedro el Saputo.
Desde esta su posición bufonesca, Arrabal proyecta lo sublime y su desublimación, lo sagrado y lo sacrílego, la escatología celeste (oral) y la escatología terrestre (anal). Ahora bien, no se trata de invertir los valores, como hace cierta ideología ingenua y zafia, sino de revertirlos a través de la corrosión de lo corroíble que es todo en definitiva: pues ya sabemos que todo lo nacido merece perecer por cuanto necido. El humor resulta así disparatado, pero aquí el disparate y el dispararse humorísticamente se usan para evitar el disparo a uno mismo o suicidio y el disparar al otro u homicidio.
Siempre me ha chocado la visión falsa o falseada que se tiene de la actitud de Arrabal calificada como esquizo o esquizoide, cuando en realidad se trata de una actitud antiesquizoide. En efecto, el talante arrabalesco no es esquizoide sino todo lo contrario, es fusional o confusional, ya que intenta fusionar los contrarios y contradictorios a través de su destrucción y recreación. Desde esta óptica fusional de Arrabal, son los demás precisamente los que aparecen como esquizoides, por cuanto escindidos o fragmentados por una realidad que funciona impositivamente como una realeza impuesta.
Frente a esta imposición o impostación de lo real nuestro autor teatral proyecta una realidad surreal, en el sentido de subreal o transreal, una realidad que fusiona Dios y el mundo, el Todo y la nada en un nihilismo que cabría calificar de metafórico (y no literal). En esto se aproxima a Cioran, cuyo nihilismo no es literal sino místico o misticoide (malgré Savater).
El inteligente cardenal Ravasi y su abierto Atrio de los gentiles está tratando de asumir este tipo de posturas que, como la de Cioran (y pienso en Arrabal), intentan una especie de salvación a través del grito y el absurdo, la corrosión y la irrisión. El caso es que hay blasfemias piadosas, como las de Job y Qohélet, Cioran y Arrabal, mientras que hay rezos impíos a un Dios increíble e implacable. Por otra parte, una religión sin humor es un tumor, lo mismo que un humor sin amor es humo. La fuerza de un Cioran o un Arrabal está en plantear los reversos de Dios y su creación, la compresencia oblicua del diablo y del mal, lo atroz y lo abyecto, buscando empero algún sentido en el sinsentido, alguna belleza en la fealdad y algún placer en lo soez (como ocurre en el caso paradigmático de la sexualidad).
Sin embargo, Arrabal nunca ha llegado al límite grosero de gritar “viva el morir” (que sería un viva al mal-vivir), sino “viva la muerte”, el cual es un grito muy distinto y distante que remite paradójicamente al descanso eterno (requies aeterna). Un descanso eterno reconvertido en paz temporal cuando Arrabal se junta con Usun Yoon, natural de Corea y cultural de Utrera, bajo la batuta del Gran Wyoming. En ese encuentro inefable entre el autor/actor y la actriz queda patente que el silencio es el arcoiris de la palabra pues en el silencio inefable se funden todas las cosas de un modo implícito o implicado. Por ello pienso que la vida y obra de nuestro dramaturgo debería portar el siguiente lema hermenéutico: el ser que puede decirse puede desdecirse, el ser que puede entenderse puede desentenderse (silentemente).
El ser que puede desentenderse es arrabalesco: se trataría finalmente de desentendernos para entendernos mejor. Fernando Arrabal ha encontrado su fiel editor aragonés en Raúl Herrero, poeta y pintor, quien acaba de editar el libro-homenaje “Arrabal-80” en su editorial Libros del Innombrable. De nuevo es este último un nombre-límite que remite a Becket, el autor de “Esperando a Godot”, cuya mejor traducción en estos tiempos calamitosos como los de siempre, y dada la edad de piedra de Arrabal, bien podría ser: “Esperando a Jodot”.