Sobrevivir al paso de los años podría ser tomado por un hipocondríaco como un motivo de alegría si no volviera a reparar en las amenazas que se ciernen sobre su vejez. En Delitos y faltas se formulaba que “Comedia es tragedia más tiempo”. Y la tragicomedia de la vida recorre la filmografía de Woody Allen, que en muchas ocasiones no es más que una autobiografía escenificada.   La Gran Alternancia de nuestro compañero Miguel Rodríguez, tiene, entre otras muchas virtudes, la de iluminar la obra de Kierkegaard, el cual “introduce una nueva consideración, la angustia, determinada y diferenciada del sufrimiento por el hábito de la reflexión. La angustia, en su determinación hacia la reflexión, es el instrumento con que asimilamos y nos apropiamos de nuestro sufrimiento”. Y el angustioso, consciente, dolor, que la incertidumbre existencial genera en la persona/personaje de Allen, puede rastrearse en la obra de Bergman, tan influido a su vez por el autor de La enfermedad mortal. Interiores es el homenaje al maestro sueco.   (Foto: Conor_rolan) Aunque en sus últimas películas ha recurrido a actores que cumplan con su papel, es imposible que un “alter ego” (tal como Marcello Mastroniani con Fellini en Ocho y medio) reproduzca su compleja neurosis (o esa tendencia esquizoide que reflejaba Zelig) y la locuacidad e hiperactividad con las que compensa su timidez e indecisión. En cuanto a las actrices, recordamos interpretaciones conmovedoras: Annie Hall, Hannah y sus hermanas, Alice, Otra mujer. De todas maneras, este amante de Manhattan, el jazz y el cine negro de los cuarenta, suele llegar a la conclusión de que no hay más que dos tipos de mujeres en el mundo: las que se llevan la fuerza de un hombre y aquellas otras que se la devuelven.

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