La figura de Adán tuvo una importante relevancia en la literatura del Judaísmo y en la primera Cristiandad, y la fuente de dicho poder fue la naturaleza paradigmática del papel de Adán. El era “Ha’adam” el ser humano: el arquetipo, prototipo y modelo de los seres humanos subsiguientes, de modo que podemos dilucidar sin riesgo de error la evidencia en las diversas culturas de la figura de este ancestro original.
En la mente de los judíos y de los cristianos del primer siglo, Adán era como nosotros. En lo que Adán podría convertirse, podríamos convertirnos nosotros. Por lo tanto, si uno pudiera alterar el modo en que Adán era considerado en la mente popular, se podría cambiar la opinión contemporánea de la naturaleza y de la función del hombre, de lo que significaba el ser humano. Todos estaban de acuerdo en que la historia de Adán y Eva ofrecía un paradigma básico para el orden de la sociedad humana, el argumento sobre el rol del gobierno, por lo general, tomaba la forma de algo conflictivo acerca de dicha historia. La iglesia en el siglo V modificó su comprensión de la historia de Adán y Eva partiendo de una afirmación del libre albedrío y de la necesidad de la elección voluntaria hasta llegar a una afirmación de la incapacidad del hombre de gobernarse a sí mismo.
Mientras que los cristianos de los primeros siglos habían luchado por el libre albedrío del ser humano y por la necesidad del autogobierno de los individuos basándose en los principios del evangelio, los cristianos de la época de Agustín rechazaron tanto la doctrina del libre albedrío del ser humano como la posibilidad del autogobierno individual. En consecuencia buscaron que la iglesia o el gobierno civil controlaran a la humanidad, que escogieran las opciones adecuadas para ellos y que las hicieran cumplir. Este es un ejemplo de interpretaciones, en la primera hora canónica, en las sociedades religiosas o en sociedades donde la religión estaba a cargo del Estado, el control del paradigma de Adán implicaba también un control teológico y social. Tal era el poder de dicho paradigma, que ambos sectores de una controversia, con frecuencia recurrían a él, así como ambos lados de una comunidad religiosa de la actualidad apelarían a la misma Biblia para sostener las opiniones contradictorias.
Por ejemplo, el autor de 4 Esdras, un determinista, consideraba que la falla humana se debía al pecado de Adán, quien había sido creado con un defecto: Adán, el primero, incinerado con un corazón vil, transgredió y fue vencido, así como lo fueron también todos los que de él descendieron. Así, la enfermedad se volvió permanente; la ley estaba en el corazón de las personas, al igual que la raíz de la maldad, pero lo bueno desapareció y lo malo permaneció…Ah, Adán, ¿qué has hecho? Porque tu fuiste el que pecó, la Caída no fue solo tuya, sino también nuestra, de quienes somos tus descendientes. Así, en la opinión pesimista de Esdras 4, fue el corazón vil, con el cual Adán “fue incinerado” por su creador, la causa de todos los pecados humanos.
Sin embargo, el autor de Baruc 2 insiste en que cada uno de nosotros es libre de tomar sus propias decisiones, libre de la carga de Adán: “Porque si bien Adán pecó primero y trajo consigo la muerte a todos los que no vivieron en su época, aunque cada uno de ellos que ha nacido de su progenie se ha preparado para el tormento por venir”. Por lo tanto, Adán no es el causante de su propia desgracia, sino que cada uno de nosotros se ha vuelto su propio Adán.
Jesús también utilizó el paradigma Adánico para justificar su ruptura con las tradiciones de los mayores sobre la permisibilidad del divorcio. Si bien la ley de Moisés permitía específicamente el divorcio, por ejemplo, Jesús argumentó “Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (Mateo 19:8). En otras palabras, la condición original en el Edén sentó un precedente de mayor fuerza en la mente de Jesús que la subsiguiente legislación del Sinaí. Lo que ocurrió en el caso de nuestros primeros padres es normativo.
El poder normativo del paradigma Adánico también se manifiesta en las epístolas pastorales: “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”. Porque Adán fue formado primero, y después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión”. (1 Timoteo 2: 12-14). Nuevamente se invoca el modelo fijado por el paradigma Adánico para justificar la práctica de la Iglesia contemporánea. Al igual que en la Iglesia moderna, el ejemplo de Adán y Eva es de fundamental importancia mucho más de lo que se le concede en el transcurrir de las religiones especialmente respecto a la relación entre esposos y a la naturaleza y el objetivo de la vida.
La sociedad secular moderna tiene dificultades en comprender cuán poderoso era el paradigma Adánico en otros tiempos y lugares, pero eso se debe a dicha sociedad que ya no cree en Adán y Eva. La experiencia de los primeros padres ha perdido relevancia para la sociedad moderna, porque esta ya no cree que ellos hayan sido los primeros padres. Hemos elegido otros paradigmas menos exigentes (el hombre es un bípedo sin plumas), que es el modelo puramente científico, o bien hemos intentado abandonar por completo los paradigmas (la existencia precede a la esencia), el modelo existencialista. No obstante ello, el poder normativo de paradigma Adánico en la antigüedad era tal, que se generó una enorme cantidad de bibliografía, tanto entre judíos como entre cristianos, en el intento de redefinir la naturaleza de la humanidad, dándole otro enfoque a la figura del primer hombre, Adán. Pero de este breve apunte seguiremos hablando.