AMADEO MARTÍNEZ INGLÉS.
Sí, sí, amigos, ambos, el rey y el duque, el suegro y el yerno, con el carácter de “presuntos” no se me vayan a enfadar algunos de los escasos “súbditos tontorrones” que todavía le quedan a esta monarquía borbónica llamada a declarar ante los jueces de Mallorca el próximo sábado día 25 de febrero y que aún se creen habitar en un supuesto Estado democrático y de derecho.
Pues sí, bondadoso lector ¡vaya pareja! Dios los cría y ellos se juntan. Aunque en este caso concreto, el advenedizo duque de atrezzo que nos ocupa, el tal Urdanga, que lleva meses arrastrando la imagen de la muy noble y bella ciudad de Palma de Mallorca por el lodazal de su ambición desmedida y su caradura integral al portar todavía en su despreciable currículo el título que, sin consultar para nada a su ciudadanía, le otorgó en su día su, asimismo, despreciable suegro real (esperemos que pronto las fuerzas vivas mallorquinas exijan sea desposeído del mismo) no se ha juntado a su padre político, el inviolable e irresponsable rey golpista, Juan Carlos I, por vía directa (o sea peloteril, bufonesca, cortesana, de valido todopoderoso…) sino por vía de bragueta, a través de los buenos oficios de su hija menor, la “dulce Cristina” (seguramente acabará como la otra “dulce” de triste recuerdo, la Neus, “asesinando” por razones de Estado al esposo trincón) que tuvo a bien enamorarse como una colegiala de los musculitos del antiguo balonmanista de elite.
No me gustaría exagerar, en estos especiales momentos en los que el país discurre por los espacios políticos y sociales en evidente rumbo de colisión o, si se prefiere, con las revueltas en la calle pisándole los talones, en un tema tan especialmente sensible como este que comento porque los que nos dedicamos a la ardua tarea de contar la historia, sobre todo los militares que estudiamos la vida y milagros de reyes, generales, validos, líderes sociales y visionarios de toda laya que, de la mano de monstruosas guerras y genocidios despreciables, engendran reinos, imperios, civilizaciones, repúblicas y dictaduras más o menos cavernícolas, debemos ser prudentes, cautelosos, humildes y, desde luego, nada dados a la hipérbole histórica, pero creo sinceramente (ya veremos si luego los acontecimientos judiciales por venir me dan la razón) que lo que va a ocurrir el próximo día 25 de febrero (un nuevo y mediático “25-F”, sin duda) en el Juzgado nº 3 de Palma de Mallorca representa un hito social y político sin precedentes en la variopinta historia de España.
Nunca en este país, si la memoria o mis escasos conocimientos de la misma no me fallan, un juez se había atrevido a encausar, a llamar a los tribunales, a imputar nada menos que cuatro delitos, al yerno de todo un rey en ejercicio de su alto cargo (Borbón por más señas) por mucho que en este caso se trate de un “rey constitucional” (¡como para hacérselo en su día al rey felón, Fernando VII!), “demócrata”, “campechano” y “salvador de las libertades de todos los españoles”. Apelativos, dicho sea de paso, que yo no me creo en absoluto, conociendo como conozco al personaje y sabiendo a la perfección (esto sí) como se fraguó su deleznable ascensión al trono de España de la mano de un dictador rebelde y genocida de su propio pueblo, que durante casi cuarenta años gobernó este país como si fuera un cuartel de La Legión.