El 23 de febrero de 1981 el teniente coronel Antonio Tejero, pistola en mano y mostacho al viento, silenció de modo involuntario el ruido de sables que, presuntamente, había servido de música de fondo a la transición española. Aunque no termina de estar muy claro si aquel sablazo fue el último, el primero o solo uno de tantos, lo cierto es que condicionó sobremanera todo lo que vino después.
La charlotada forzó chapuceramente el nacimiento de la entonces “nueva política” española, encabezada por una élite de prohombres (juas) destinados a cicatrizar heridas y cimentar con firmeza las bases sociales, económicas y morales de una nación con todo a su favor para convertirse en la más próspera de Europa. Los resultados están a la vista y no creo necesario ahondar en los cómos y porqués. Baste señalar que responden a una secuencia interminable de corrupción, escándalos, mentiras, endogamia impúdica y fanfarria aldeana. En cuanto a las heridas, ahí siguen, en carne viva, abiertas y supurando sin cesar litros y más litros de pus.
Hoy, nos seduzca, nos horrorice o simplemente nos epate, estamos asistiendo a un cambio radical del paradigma que ha marcado el devenir de la política española los últimos treinta y cinco años. Es evidente que no se trata solo de integrar a las masas en el Estado; se trata de incrustarlas a conciencia, de embutirlas y apretujarlas hasta formar una suerte de leviatán amorfo que solo obedezca a sus apetitos inmediatos. La abominación resultante está innominada; unos dicen que un día se llamó España, otros aseguran que jamás respondió a tal nombre… Para no convertir este texto en eterno, propongo que llamemos al monstruo Saturno, como al titán con el que comparte preferencias gastronómicas. Y es que, para mi disfrute, resulta que a nuestra aberración estatal le pirra zamparse a sus retoños.
El amigo Saturnete, después de zamparse a Suárez hace treinta y cinco años, tiene hambre y lleva ya un tiempo calentando la cazuela con la meticulosidad de un chef estrella, de esos que están ahora de moda. Por lo visto no ha decidido a cuál de sus pequeños va a deshuesar, trocear y estofar primero. Sánchez parece más magro, pero de Rajoy todavía se puede sacar un buen caldo y viene con guarnición. Todo un dilema, a fe mía.
En lo que respecta al MCRC, tampoco es que importe mucho, la verdad. A fin de cuentas, comer y rascar, todo es empezar. Y ya iba siendo hora, que las heridas pican cosa mala.