foto rafael martin rivera

RAFAEL MARTÍN RIVERA.

Los socialistas no podían haber elegido mejor panfleto para conmemorar los treinta años de su llegada al poder: «Democracia, Libertad, Derechos. Gracias Felipe». Seguramente, los ingenieros de propaganda de este «Régimen de Partido Interior» deben ignorar profundamente el concepto de infamia o mentira, no menos que el de moral o ética, y de ahí que, como se dice del imbécil –en el antiguo sentido jurídico civil del término–, su conducta, por «irresponsable» y carente de consentimiento, únicamente pueda ser apreciada de amoral y jamás reprendida por inmoral. Sólo desde esta perspectiva –naíf, sin duda– podría explicarse esa impostura «goebbeliana» de la que tanto parecen gustar, y que, sólo en la más oscura pesadilla futurista, podría haberse arrogado la «policía del pensamiento» imaginada por George Orwell. Aunque bien mirado, acaso no haya tanta distancia entre el «1984» profetizado por Orwell, el maligno «Ingsoc», el cínico «Psoe», la totalitaria «Oceanía» y la «Euroespaña» populista de 1982. Lo que sí es cierto, es que el «Gran Arfonzo» vaticinó con exactitud orwelliana, pero sin abandonar su chabacana «retórica de la Escuela Sevillí», aquello de que la España que resultara de aquel 1982 no la iba «a reconocer ni la madre que la parió». Y vaya si acertó el «Gran Henmano».

Tras la reconstrucción de la «memoria histórica», hoy el «Partido Interior» nos alecciona sobre este enigmático «Gran Felipe» –por lo de la equis–, reconvertido en Talleyrand de la política internacional y genio Bismarkiano de la administración del Estado, hacedor indiscutible de la democracia, los derechos y la libertad. Antes ya se ha hecho con otros afines, pretéritos y presentes, cuyo nombre es menester omitir aquí so pena de que a uno le dé un vahído o un ataque de ansiedad. Según el «Ministerio de la Verdad» y el «Ministerio del Amor», de ahora en adelante, será aconsejable dirimir estas disquisiciones históricas ante el psiquiatra, en lugar de en congresos de Historia contemporánea –«destiladores de odio», diría alguno–.

Recuérdense las enseñanzas de la «Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, por Emmanuel Goldstein» («1984») donde se le revela a Winston que «la ignorancia es la fuerza», pues no basta con «afirmar que lo negro es blanco», sino que es necesario «creer» y aún «saber» que lo negro es blanco y «olvidar que alguna vez se creyó lo contrario». Esto exige, a renglón seguido, «una continua alteración del pasado» a fin de «salvaguardar la infalibilidad del Partido»: «la mutabilidad del pasado es el eje del Ingsoc». «Los acontecimientos pretéritos no tienen existencia objetiva, sostiene el Partido, sino que sobreviven sólo en los documentos y en las memorias de los hombres» y «si los hechos demuestran otra cosa, habrá que cambiar los hechos. Así la Historia ha de ser escrita continuamente».

Mas si la Historia ha de ser reescrita, según los mandatos del «Régimen del Partido Interior», o, incluso, reinventada o construida, al más puro estilo estalinista, es de exigir, al menos, que se haga con algo de luces, coherencia y sentido común. Resulta lamentable –por no decir, insultante a la inteligencia–, que a un personaje que ha cercenado casi todos los derechos y libertades, y que no gozó nunca del más mínimo sentido democrático, se le atribuyan justamente dichas cualidades y virtudes. Realmente, hay que reconocer, que la incompetente «policía del pensamiento» le ha hecho un flaco favor al «Gran Felipe», trayéndonos de nuevo a la memoria recuerdos de una época oscura, de ilusiones ahogadas y de fracaso colectivo. Derechos y libertades –dice el panfleto–: actos de terrorismo de Estado, torturas, secuestros y asesinatos; la «Ley Corcuera» y el nuevo concepto de seguridad ciudadana; la trama de los fondos reservados para financiar sicarios y corruptelas; Filesa, Malesa y Time-Export; siniestros personajes como Barrionuevo, Vera, Damborenea, Roldán, Mariano Rubio, y un largo etcétera, que no dejaron ni una sola institución del Estado limpia de sospecha de corrupción, prevaricación o crimen. Desde el Banco de España hasta la Guardia Civil, pasando por la Cruz Roja Española o el Boletín Oficial del Estado, y, sin duda, la Presidencia del Gobierno y la propia Jefatura del Estado, quedaron en entredicho. ¿Democracia? –también–: todas las «leyes fundamentales del Estado», desde la Ley Orgánica de financiación de los partidos políticos hasta la del régimen electoral general, pasando por la del Poder Judicial o el sistema educativo, se aprobaron bajo el rodillo de la mayoría absoluta socialista, como si fueran decretos gubernamentales; «Euroespaña» se impuso sin referéndum y la consulta de su ingreso en la Alianza Atlántica se manipuló y desvirtuó para que saliera sí o sí.

No hay espacio suficiente en un pequeño artículo como éste para mostrar los infames «logros» de la etapa iniciada con «1982», ni memoria con el cuajo necesario para revivirlos. Sin duda, hay cosas que es mejor olvidar, y ni siquiera molestarse en reescribir.

 

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