Sin duda, la famosa alabanza de san Juan en Patmos, de la que procede la difundida expresión, «los caminos del Señor son inescrutables», refleja una verdad indiscutible y puede aplicarse, con todo rigor, a los viajes emprendidos por Antonio García-Trevijano promoviendo la libertad política y la democracia en España. Si en Murcia fueron dos policías municipales, de proverbial simpatía y cordialidad, quienes lo escoltaron hasta un afamado restaurante situado en el corazón de la alegre ciudad levantina, donde, previamente, habían reservado una mesa para él –¡qué magnífica hospitalidad!–, en Córdoba fue Alex Pérez de Luque, ingeniero agrónomo e investigador, dirigente del MCRC, quien, a través del dédalo de callejuelas de la vieja ciudad, desenredó el hilo que condujo al autor de la Teoría pura de la República desde el impenetrable centro hasta las afueras. Guiaba el vehículo que realizó tan prodigioso recorrido –por intrincado y misterioso–, un eléctrico Alejandro Garrido, llegado con premura de tierras marbellíes, portando uno de los tesoros bibliográficos de Antonio García-Trevijano: su libro Ateismo estético. Arte del siglo XX, que nuestro espontáneo Teseo contribuyó a editar entre Méjico y la China. Alejandro, sigue los pasos de don Antonio por toda España y aproxima allí donde se celebran los hermosos actos políticos de presentación de la Teoría pura de la República esta obra, igualmente extraordinaria, de filosofía del arte. Ya en el extrarradio de la laberíntica población, a las puertas de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Córdoba, aguardaba al autor de la Teoría pura de la República y del Ateismo estético, un comité de recepción excepcional, compuesto por el decano de dicho centro del saber, Miguel Agudo Zamora, el catedrático de Filosofía del derecho, Diego Medina, y los miembros del MCRC, Paco Jesús Rodríguez Almendros, empresario de Órgiva, José Miguel Reyes, Catedrático de Historia Económica de la Universidad de Granada, Jesús Cabello, de Linares, Carlos Alberto Borrego, de Córdoba, y Pedro Rotili, de Badajoz, entre otros. Inauguró el acto el Sr. Decano, al que siguió el Prof. Medina, quien presentó al conferenciante. Confesaba el presentador, con cierto titubeo, que su republicanismo era reciente, lo que a todos los repúblicos del MCRC que oímos esta declaración, nos pareció inmejorable, puesto que, a nuestro entender, los republicanos de la última hornada, los de la República Constitucional, son los mejores, mucho más avanzados políticamente que los partidarios y nostálgicos de la I y II repúblicas. Siguió una sencilla y emotiva intervención de Alex Pérez, promotor de la reunión, recordando a los asistentes su descubrimiento de la figura única de García-Trevijano, en los años 90 del pasado siglo, durante uno de aquellos legendarios programas de La Clave, y la conversión inmediata a las ideas democráticas y republicanas, encarnadas por aquél. Dedicó Alex, asimismo, unos minutos a presentar al público el Movimiento de ciudadanos por la República Constitucional (MCRC), en términos sugestivos, exhortando a los presentes, de modo muy convincente, a ingresar cuanto antes en sus filas. Después de saludar a un auditorio compuesto por 120 atentísimos oyentes, comenzó Trevijano su intervención introduciéndolos sugestivamente, mediante historias y anécdotas de la época de la Transición, en el tema central, que versó sobre la representación. El carácter recoleto del salón de grados de la facultad, así como la peculiar idiosincrasia del público asistente, auscultada siempre muy certeramente por el autor de la Teoría pura de la República, le llevaron a pronunciar una lección –no una lección magistral, sino una maravillosa lección– que fue escuchada en silencio total y suma expectación, solo interrumpida por salvas espontáneas de aplausos durante los momentos culminantes, saturados de energía expresiva y finura espiritual. Y si es bien cierto que Antonio García-Trevijano se siente como pez en el agua ante grandes auditorios como los que le rodearon en Vigo, Totana o Granada, donde sus intervenciones tuvieron carácter de mitin, en escenarios recogidos como los de La Coruña, Santander o Córdoba, la faceta de gran maestro de la libertad política y de la democracia se hace relevante, lo que resulta muy apreciado por sus seguidores más intelectuales o con espíritu de propagandistas, y especialmente entre los juristas. A sus palabras sucedió el vivo concurso de los asistentes mediante numerosas preguntas que respondió, como en él es costumbre, con fuerza y precisión singulares. En la cena que se sirvió a continuación de este nuevo acontecimiento político, en un local de moda, don Antonio presidió una mesa integrada por distinguidos repúblicos: el profesor Diego Medina, sentado a su derecha, cuya naturalidad y simpatía sorprendió gratamente a todos; Carlos Alberto Borrego, sentado a su izquierda, que mostró un encanto personal y una franqueza verdaderamente singulares; nuestro buen amigo Adrián Perales, que acompañaba al maestro desde Madrid; así como una nutrida representación de la familia Pérez de Luque: nuestro compañero Alex y sus hermanos Juan Luis, filólogo de lengua inglesa, Daniel, médico, y Luis Manuel el más joven, estudiante de la carrera de piano; también Luis Pérez Alba, veterinario, tío de ellos. Después de cenar, a la hora de las despedidas, un emocionado Carlos Alberto Borrego confesaba a don Antonio que ninguno de sus amigos se iba a creer que había cenado a su lado, cosa natural, por otra parte –según sus propias palabras–, ya que ni él mismo se lo creía. Verdaderamente increíble fue, en efecto y una vez más, el ambiente de amistad e idealismo moral y político vivido en el transcurso de esta nueva salida de Trevijano, respaldada por el MCRC.