La nación comparte con el lenguaje la imposibilidad de ser fundada ex novo. Los individuos pueden apartarse de su idioma y aprender uno nuevo; al igual que distintos miembros de una nación pueden emigrar y renunciar a su nacionalidad, pero lo que no pueden hacer es fundar, por concertaciones voluntarias, una nación o un idioma de la nada. La empresa de crear naciones está tan fuera del alcance de la libertad individual como la de inventar una lengua1. Esto no quiere decir que la nación sea estática e inmortal. Al igual que el lenguaje sufre, a lo largo de la historia, transformaciones.2 Estas pueden ser paulatinas, por interacción pacífica de sus individuos, o súbitas, por el concurso de las armas. En ninguno de los dos casos estas transformaciones pueden fundar ex novo, por medio de la voluntad de sus miembros, una nación. La transformación paulatina, en el caso del lenguaje, es la que tiene lugar por la modificación de la palabra hablada o simplemente por crecimiento lingüístico. La sucesión de ligeros cambios puede alterar de tal manera las formas fonéticas, el vocabulario y la sintaxis que en largos periodos de tiempos la hagan ininteligible a las generaciones posteriores. Lo cuál requiere de un larguísimo periodo de tiempo; por lo que el resultado no puede ser diseñado en su conjunto por nadie.3 Sucede igual con la nación. Y no digo nada nuevo. Cicerón, al respecto de Roma, dice que “nuestra República no ha sido constituida por un ingenio sólo, sino por el concurso de muchos; ni se consolidó por una sola edad, sino por el transcurso de bastantes generaciones y bastantes siglos. No es posible encontrar un ingenio tan grande que todo lo abarque; y el concurso de todos los varones esclarecidos de una época no conseguiría, en achaques de previsión y prudencia, suplir las lecciones de la experiencia y del tiempo”.4 La desaparición de un idioma también puede deberse a acontecimientos bélicos. Un idioma extranjero puede, por la fuerza, suplantar la lengua aborigen.5 Y una nación puede anexionar a otra sin dejar rastro de aquella. Esta transformación, súbita, tampoco puede ser un ejemplo de nación creada ex novo, pues implica la sustitución de una nación por otra ya existente. Si hay sustitución no puede haber creación. Ni siquiera un dictador con ansias expansionistas puede alumbrar naciones sin el concurso de los siglos. A lo más puede imponer a tierras extranjeras la que él heredó; pero no puede prever las consecuencias de sus conquistas en los rasgos objetivos de las naciones anexionadas a lo largo de los siglos, ni predecir la influencia de sus acciones en el inconsciente colectivo, ni determinar la nación que la historia le impuso. El proceso de creación de la nación, como hecho de existencia evolutivo, no puede ser atribuido a la voluntad humana racional de una sola persona sino a la interacción de muchos y al transcurso del tiempo. Es un proceso que no diseñan los individuos. Ninguna persona puede planear la historia. Todo lo que puede planear y tratar de poner en práctica son sus propias acciones, las cuales, junto con las acciones de otras, constituyen el proceso histórico.6 1 – Antonio García-Trevijano, Del hecho nacional a la conciencia de España, pp 136. 2 – Ludwig von Mises, Nación, Estado y economía, pp 61. 3 – Jesús Huerta de Soto, Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos, Cuarta Edición, pp 25. 4 – Marco Tulio Cicerón, De re publica, II, 2 Traducción de Francisco Navarro y Calvo. 5 – Ludwig von Mises, Op cit. 6 – Ludwig von Mises , Teoría e Historía, pp 221, Unión Editorial 2003.