LA PREPARACIÓN DEL GOLPE MILITAR CONTRA EL PUEBLO DE PARÍS
El 27 de junio el rey da la orden a la nobleza y al clero de unirse al Tercer Estado en una sola Asamblea. Es ahí, cuando se consagra la victoria de los comunes frente a los privilegiados en su lucha por el voto individual y por la reunión conjunta de los tres estamentos, y es ahí cuando señala don Antonio el momento de la traición de los diputados a sus electores, a la causa de la representación política (Teoría Pura de la República pp. 41). En el mismo momento en que los comunes consiguen el voto por cabeza debieron restablecer el mandato imperativo. En lugar de ello, consagraron su abolición el 8 de julio de 1789.
No está probado que de la Asamblea Nacional no hubiera podido extraerse una voluntad mayoritaria moderada. Los comunes tenían la mitad de los diputados. Su acción quedaba neutralizada por la nobleza y el clero, que contaban con la otra mitad de los miembros de la diputación. La facción liberal de la aristocracia del Duque de Orleans iba a ser el árbitro de la nueva situación y podía decantar las decisiones de la Asamblea hacía uno u otro lado.
Pero el rey no tomó en serio la posibilidad de dejar actuar libremente a la Asamblea y quiso coaccionarla. En el mismo momento en que Luis XVI y la nobleza se resignan a la unificación, deciden recurrir a la fuerza para someter a obediencia a la diputación. Las primeras órdenes, las había dado el rey el 26 de junio.
El día 30 de junio varios miles de ciudadanos liberaron de una prisión militar a once soldados que habían prometido no obedecer órdenes contrarias a las de la Asamblea, llevándolos en triunfo al Palais Royal. La solidaridad de los cuarteles de la guardia francesa con el pueblo de París se fraguó definitivamente. Al llegar esta noticia a Versalles, Luis XVI llamó a diez regimientos alemanes y suizos (alrededor de 18.000 soldados), que debían llegar a París entre el día 5 de Julio y el 20 de Julio.
La delegación de electores parisinos que acudió a la Asamblea para que interviniera a favor de los soldados no consiguió ser recibida. Un motín en los cuarteles, una prisión militar asaltada, todo el pueblo de París movilizado en defensa de estos soldados, no era suficiente para que los diputados se saltaran el principio de no intervención de la Asamblea en los asuntos del poder ejecutivo.
La Asamblea tras una intervención del diputado bretón Le Chapelier envió una delegación al rey en solicitud de clemencia. Concedida la gracia el 3 de julio, el rey se dirige a los diputados:
Si el espíritu de licencia e insubordinación continua creciendo se terminará quizá por desconocer el precio de los generosos trabajos a los que los representantes de la nación se van a consagrar.
Nadie dudaba en Versalles de la inminencia del golpe militar contra París ni de la trampa tendida a la Asamblea. Si se solidarizaba con el pueblo sería acusada de promover la agitación. Si se solidarizaba con el rey perdería por completo la confianza de los electores y su credibilidad ante la opinión.
La Asamblea acuerda, con el voto favorable de toda la nobleza, conjurar al rey para que reenvíe los soldados a los puestos de donde vuestros consejeros los han sacado. La aristocracia, que tiene el monopolio del mando del ejército, retira su apoyo político al golpe de la corte y del monarca contra el pueblo. La alta nobleza asoma ahí, otra vez, sus aspiraciones frondistas contra el rey. El golpe militar daría más poder a Luis XVI en detrimento también de la nobleza.
El 11 de julio, en un Consejo de ministros al que Necker no fue convocado, se decidió instalar pública e inmediatamente a los nuevos ministros para prepararse para la nueva situación que el golpe militar exigía. Ese mismo día el monarca confiesa que la intervención es cuestión de horas:
Es necesario que haga uso de los medios que están en mi potencia para restaurar el orden en la capital y los alrededores.
Necker fue despedido el 12 de julio. Esta destitución fue lo que hizo explotar la insurrección. Fue el fulminante de la rebelión popular, que veremos la semana que viene.
Presentado por Adrián Perales Pina