EL MITO DE LA BASTILLA. 3ª PARTE.

La Declaración de Independencia americana del 4 de Julio de 1776 es una realidad histórica embellecida por un mito que sintetiza fielmente lo sustancial de los acontecimientos entonces ocurridos y expresa un ideal de valentía y honestidad.

El mito se eleva por encima de los individuos pertenecientes a un mismo colectivo y constituye un referente moral con el que se identifican sus miembros. La autenticidad del mito americano ha hecho posible que su pueblo permanezca hoy unido tras sufrir la Guerra de Secesión y la segregación racial. Ha cumplido su función.

La falsedad del mito de La Bastilla ha impedido que la Revolución conquistara la libertad política para la Europa continental. La consagración por parte de Luis XVI y la diputación, en el Te Deum celebrado después de los acontecimientos del 14 de Julio, del error táctico que supuso el asalto a una prisión abandonada por parte de la multitud del Palais Royal y el horror de las muertes de Launay y Flesselles, los convirtió en cómplices de unos crímenes que no tuvieron un fin revolucionario.

El Te Deum no es que redimiera los asesinatos de la multitud, es que los elevó injustamente a la categoría de mito. Esta consagración no fue inocente. Tenía un fin político. El rey creyó expiar su culpa y su miedo. La culpa de haber dispuesto lo necesario para que las tropas a su mando atacaran París. El miedo al pueblo tras la Toma de la Bastilla. Para ponerse a salvo, se confió a los diputados de la Asamblea Nacional.

La diputación participó en esta fiesta redentora. Se sumó a la ficción del como si se hubiera consumado una Revolución para alejar la que podía venir. La Asamblea Nacional felicitó al cuerpo de Electores de París por los acontecimientos del 14 de Julio cuando antes se había negado siquiera a recibirles y a darles su apoyo para constituir la guardia burguesa. Así creyó redimir la culpa de su inmovilismo. Estaban asustados por la reacción que pudiera tener el rey tras la Toma de la Bastilla. Saltaron de alegría al ver que era Luis XVI quién les pedía a ellos ayuda y fingieron olvidar cuáles habían sido los planes militares de su majestad tan solo unas horas antes.

Como el maníaco depresivo en su fase de exaltación después de un tiempo de fuertes remordimientos, o las sociedades primitivas celebrando un día de fiesta donde se permitía la violación de normas sagradas tras un periodo de fuerte represión; el rey, la Corte y los comunes olvidaron sus principios y se fundieron en un abrazo movido por un miedo recíproco. La fuerte tensión entre opuestos de las semanas anteriores quedo enervada en una ceremonia religiosa por una causa inconfesable. Esta tacha de sus partícipes no se borró.

Presentado por Adrián Perales Pina

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