Nada permitía ver, dice Lefrebvre, a principios de verano de 1788, que la burguesía iba a intervenir, en nombre del Tercer Estado, en el conflicto que enfrentaba a la aristocracia con el poder real. Pero con la noticia el 8 de agosto de que los Estados Generales iban a ser convocados para el 1 de Mayo del año siguiente, el Tercer Estado se estremeció.
En un primer momento no se ofrecía una perspectiva de lucha, pero la situación cambió bruscamente cuando el 23 de Septiembre de 1788 el Parlamento de París especificó que los Estados Generales se constituirían como en 1614 (con el voto por órdenes y sin duplicar el número de los diputados del estado llano).
El clamor se extendió por toda Francia. La burguesía no hablo más de despotismo: sus esfuerzos se volvieron contra la nobleza no contra Luis XVI del que esperaban que intercediese por ella. Empieza aquí el enfrentamiento entre el Tercer Estado y los dos estamentos privilegiados.
La propaganda de la burguesía defendió la duplicación del número de diputados del Tercer Estado y el voto por cabeza. La nobleza, que había propiciado la Convocatoria de Estados Generales, se niega a la duplicación y defiende el voto por órdenes.
El 12 de Diciembre de 1788, la alta aristocracia dirige a Luis XVI un mensaje sobre el peligroso estado inestable de la situación política, causado por la aparición de un nuevo fenómeno revolucionario: la opinión propiciada por la Convocatoria de los Estados Generales.
Sire, el Estado está en peligro. Una revolución se prepara en los principios de gobierno (&) las opiniones que habrían parecido hace poco tiempo las más reprensibles, hoy parecen razonables y justas. Y lo que indigna hoy a las gentes de bien, pasará tal vez por ser regular y legítimo en algún tiempo. ¿Dónde se detendrá la temeridad de las opiniones?
La semana que viene continuaríamos con la figura política del ministro Necker: el éxito de su política económica es la causa de su fracaso político.
Presentado por Adrián Perales Pina
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