Descripción
Para Aristóteles el hombre es un zōon politikon: un animal social que vive en una comunidad regida por leyes que surgen de las palabras. Con las palabras dialogamos con nosotros mismo sobre lo que está bien o mal. Y también razonamos conjuntamente sobre lo que es justo y conveniente para la Ciudad. Aristóteles insiste en la diferencia: si bien los animales tienen voz, no tienen palabra. La voz comunica emociones, estados de ánimo o deseos; pero es incapaz de expresar la justicia o ser expresión de libertad. Por eso un hombre con voz, pero sin palabra, perdería su capacidad de juzgar y se alejaría de su propia humanidad.
En la antigua Atenas Sócrates ponía en evidencia las contradicciones de sus adversarios
dialécticos porque sabía las inevitables consecuencias: asumir una incoherencia es el primer paso para asumir las demás; y cuando la incoherencia se convierte en moda, la capacidad crítica cesa y la palabra desfallece. En griego el término bárbaros significa balbuceante, alguien que emite sonidos incomprensibles. Sin palabras para conversar en el ágora y pensar con los otros sobre lo bueno y lo justo no habría ya ciudadanos, sino bárbaros: seres dotados de voz, pero sin juicio y sin logos.
Hoy las voces apenas dejan oír las palabras, Sócrates está muerto y hablar libremente resulta cada vez más complicado. La verdad de lo políticamente correcto no admite matices, discusión ni deliberación reflexiva. En la calle, y sobre todo en las televisiones, el mensaje es inequívoco: en nombre de la nueva verdad los disidentes deben ser señalados, vigilados y apartados.
La verdad política se llama libertad, y cuando en nombre de otra verdad se sacrifica la libertad, el resultado es siempre el mismo: un régimen totalitario donde reina la mentira.
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