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Las noches blancas (Telemadrid): «Progres»

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El 14 de marzo de 2006 Antonio García-Trevijano fue entrevistado en el programa de «Las noches blancas» (Telemadrid) titulado «Progres» y dirigido por Fernando Sánchez Dragó:

Modelos para Europa

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El proyecto de federación de los Estados Unidos de Europa, que cuenta ya con más de siglo y medio de gestación infructuosa, no se basó, en ninguna de sus propuestas y tentativas, sobre el modelo de los Estados Unidos de América. La razón que siempre se adujo era la misma que la señalada por Tocqueville para establecer la diferencia entre la democracia americana y la europea. Allí había una igualdad de condiciones sociales que aquí faltaba. Pero esa explicación además de no ser  histórica tampoco satisface al intelecto.  Lo que pudo ser verdad (con esclavitud de los negros) en el origen, pronto dejó de serlo con la avalancha de inmigrantes. A partir de 1860, la desigualdad de condiciones era superior al otro lado del Atlántico. La guerra de Secesión demostró que la oposición de los modos de producción del  Norte y del Sur equivalía, desde el punto de vista de la unidad política, a la que manifestó la lucha de clases en la guerra cartista y en las revoluciones europeas del 48. Lucha que allí estuvo a punto de romper la federación y aquí estableció, con dos guerras mundiales, la división política, económica y cultural entre dos bloques europeos.

Aunque intervengan otros factores, los grandes fracasos políticos, como el de la Constitución de la UE, deben explicarse ante todo por grandes causas políticas. Más potente que la idea de federar a los pueblos bajo una sola bandera ha sido la idea nacionalista de mantenerlos no ya separados sino enfrentados a muerte. Esto explica que los federalistas europeos se inspiraran en los movimientos culturales y económicos donde el nacionalismo parecía inclinarse ante el internacionalismo, como en Francia bajo el Segundo Imperio,  o había sido superado en federaciones interiores, como en Suiza o Alemania. Por eso, se debe transformar la UE en una Federación basada en la democracia de sus Naciones, y no en la oligarquía de sus Estados de partidos.

*Publicado en el diario madrileño Ahora en junio de 2005.

Tres Ideas Nacionalistas de Europa

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Ante el vacío de ideas sobre Europa, parece interesante recordar las tres  concepciones que inspiraron, en la época dorada del nacionalismo liberal, el proyecto de Federación europea. La concepción francesa se basó en el principio federativo de Proudhon (inspirador de la Iª República española) y en la transfiguración europea de los romanticismos nacionalistas (la que Víctor Hugo propuso en su discurso a la Exposición Universal de París). La conciencia de clase de la Internacional Socialista anuló la posibilidad de federación de la conciencia nacional. El protestantismo de la filosofía política alemana y el militarismo prusiano apagaron el ecumenismo de la transfiguración mística de Francia que Hugo pidió al Segundo Imperio.

La concepción suiza influyó notablemente en el movimiento federalista europeo. Suiza siempre ha desmentido la idea de que Europa necesite construirse como espacio mercantil antes de aspirar a su unidad política. Ese pequeño país no tuvo que integrarse en el Mercado Común para alcanzar uno de los niveles más altos de desarrollo económico. Pero la realidad helvética es más convincente que la teoría suiza para federar Europa. La identidad entre comunidad cultural y comunidad política, debida a Bluntschli, era una confusión nacionalista que no explicaba la singularidad suiza ni la ausencia de conciencia europea. La concepción alemana,  debida al diplomático prusiano Constantin Frantz, se basó en el miedo a Francia y Rusia. En una primera fase la Federación de Europa sólo debía comprender Alemania, Austria-Hungría, Suiza, Suecia, Noruega, Bélgica y Holanda. En política exterior este núcleo debía establecer una Entente con Inglaterra. Y, una vez “purificada la atmósfera”, extender la Federación continental al mundo anglosajón, incluidos los Estados Unidos de América. La política nacionalista de Bismarck segó la hierba de esta utopía protestante, del mismo modo que la de Napoleón III agostó la del proyecto católico de Víctor Hugo.

*Publicado en el diario madrileño Ahora en junio de 2005.

La identidad de Europa no está en la UE

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Francia puede demostrar el próximo domingo que Europa y UE son cosas distintas. El europeismo no se identifica con el mercantilismo de la UE. Lo que diferencia a Europa del resto del mundo no está en su mercado común, ni en los elementos singulares que dieron portento a sus naciones.   Religión, ciencia, arte, filosofía, técnica, Estado, nacionalismos, tensiones ideológicas entre concepciones opuestas de la vida o del mundo, han estado presentes en todas las grandes civilizaciones. La cultura americana, por ejemplo,  es tan heredera como la europea del legado greco-romano-cristiano. El hecho de que Europa haya sido madre de la civilización occidental no basta para diferenciarla de los hijos emigrantes que alcanzaron la mayoría de edad en otros continentes. Como individuos, los padres son indistinguibles de sus hijos adultos. Lo que distingue unos pueblos de otros no puede estar en su origen, pues todos venimos de la misma camada, ni en su pasado, por profunda que sea la huella dejada en la idea que se hacen de ellos mismos, sino en su actitud colectiva, de confianza o de recelo,  ante el porvenir.

El pasado colonialista, por ejemplo,  puede justificar la desconfianza ancestral de África y Asia hacia Europa, pero el actual neocolonialismo de EEUU, que hace benigno al europeo, no es ya elemento diferenciador entre las madre-patrias de los pueblos occidentalizados. Esto no significa que la uniformidad de la industrialización, la tecnología, la economía de consumo y la comunicación instantánea hayan borrado por completo las diferencias culturales que la economía de producción produjo en los pueblos agentes de la civilización occidental. Las semejanzas formales son engañosas. Unas mismas instituciones y una misma legislación pueden encarnar diversos espíritus nacionales, así como recrear valores éticos tan divergentes como los de la Europa protestante y la católica. ¿Cuál es la identidad europea?

*Publicado en el diario madrileño Ahora en junio de 2005.

Violencia de Especie Femenina

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La prensa alimenta la opinión de que la corrupción judicial es fenómeno limitado a los asuntos forenses de los poderosos. Sólo difunde los casos en las grandes fortunas, los propietarios de las sociedades mediáticas y los gerifaltes de los partidos parecen manejar a su antojo a los tribunales.

Pero cada vez cunde más fuerte el rumor de una corriente judicial que me propongo remover.

La corrupción en los Juzgados de familia regentados por mujeres, y en los bufetes femeninos que denuncian falsamente a maridos honestos (en proceso de separación o divorcio), está consagrando la impunidad de una prevaricación judicial sistemática amparada por los Tribunales Superiores de Justicia.

Esta nueva clase de prevaricación judicial, en favor de madres que utilizan a sus hijos menores como puros instrumentos de su enriquecimiento ilícito, está introduciendo en capas sociales de alto nivel, un nuevo tipo de violencia que, frente a la de género, bien puede llamarse de “especie femenina”.

Con experiencia de medio siglo en la abogacía civil, aseguro que la degeneración moral, el desprecio de las leyes, el corporativismo mafioso, la pobreza del conocimiento jurídico en la mayoría de las juezas de 1ª instancia, han encontrado en los Tribunales Superiores de Justicia, que han visto ahí su glorioso destino, el salvoconducto para seguir perpetrando, con impunidad, sus memorables fechorías para convertir a los justiciables masculinos en ajusticiados.

El delito de prevaricación, aún el más grosero, ha sido borrado del Código Penal.

El grado de corrupción judicial en el Estado de los Partidos es muy superior al alcanzado durante la Dictadura. En aquel régimen odioso había más decencia personal y más dignidad profesional en los magistrados.

Hoy sería inimaginable, por ejemplo, obtener una resolución suprema contra el gobierno, como la que obtuve contra el de Franco en el asunto del periódico “Madrid”.

La conspiración judicial femenina ha creado y alimenta una nueva violencia de especie.

*Artículo publicado en el diario madrileño Ahora, el 16 de junio de 2005.

División de Europa

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Francia y Holanda viven bajo la presión mediática de la Constitución europea. Todos hablan y nadie dice de qué Europa se trata. Pero, sin necesidad de entrar en los hontanares espirituales y materiales que hicieron divergir a otro lado del Atlántico las ideas y costumbres importadas de Europa, todavía se pueden rastrear profundos veneros de la cultura y carácter que nos distinguen de EEUU.  Y en ellos reside la necesidad de independencia de una Europa unida. Sin perjuicio de analizarlos en otros artículos, basta con indicar ahora que uno de ellos, la seguridad social, queda sujeto a la regla de la unanimidad, es decir, fuera de la unión europea. Mi reproche a la década (1947-1957) donde se dilucidó el porvenir de Europa, se dirige contra la obsesión de buscar el principio de la unidad europea en algún elemento singular de su contradictorio pasado. En aquellos debates (“Rencontres”) participaron figuras indiscutibles del pensamiento y del arte, pero ningún hombre de Estado. Y Churchill en 1946, con su propuesta de federar los Estados Unidos de Europa, lo era.

Los pueblos no se unen por la identidad del factor histórico que los separó, ni para eliminar las rivalidades que agostaron sus posibilidades nacionales. Sin un peligro común que las amenace de inmediato, las naciones semejantes en desarrollo solo pueden unirse para superar la dependencia, impotencia o incertidumbre en que el presente las sitúa, ante un futuro de dominación globalizada. Si no es para hacer algo distinto en el mundo, bien está que las naciones europeas se constituyan en una unidad dominada. Así, la potencia americana no tendrá que desperdigar y coordinar su acción dominadora sobre 25 naciones. El Presidente Bush ha dicho que EEUU procuró dividir a Europa en el pasado, pero no ha confesado las falsedades que proclamó, a propósito de Iraq, para mantenerla dividida en el futuro. La Constitución europea, apoyada por EEUU, garantiza esa división.

*Publicado en el diario madrileño Ahora en mayo de 2005.  

Europa no es Humanista

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Europa no ha sido la patria del humanismo ni suelo propicio para su arraigo. El humanismo europeo ha sido asunto de eruditos y filólogos.  Grecia no tuvo conciencia de su humanismo, a no ser que confundamos cultura y civilización. En todo caso, lo agotaron los sofistas. En Roma, una familia aristocrática lo importó de Grecia para escándalo de la cultura republicana tradicional. El cristianismo, como las demás religiones reveladas, no puede  ser humanista sin contradecirse. El espíritu europeo, con su dualismo cartesiano, dejó cojos los andares humanos. La pierna derecha, con botas de siete leguas, avanza  sobre las cosas extensas de la  técnica. La izquierda, de zocos en colodros, se arrastra, adelante y atrás, cargada con las cosas intensas del alma, sin moverlas una pulgada.

El humanismo nació en China como “armonía del ritmo de la hora física con el ritmo de la hora moral”. La  conciencia del tiempo se crea en Asia con simultaneidad o duración. Por eso el brahamanismo, no siendo humanista, puede explicar el humanismo budista, donde la ternura de Buda, equivalente a la caridad de Cristo, permitió prescindir del sacerdocio. La diferencia del humanismo hindú con el chino consiste en que aquél es una religión y una moral sin historia,  mientras que éste es una política, una historia y  una ética. Ghandi introdujo la política y la historia con un ardid humanista. No el de su resistencia pasiva y boicot a las manufacturas inglesas, eso concernía a la acción práctica, sino el de una acción espiritual acorde con la religiosidad india. Convenció a las masas de que la Independencia era cuestión de dignidad y lealtad consigo mismo, de honorabilidad con los demás, antes que un asunto político o de logro material. La no violencia hizo protagonista de la historia a masas hasta entonces despreciables. En la misma época, Europa experimentó lo peor de la humanidad, y Asia, lo mejor del humanismo.

*Publicado en el diario madrileño Ahora el 4 de mayo de 2005.

Lo Peor de Europa

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Antes, las élites de EEUU se sentían atraídas por los países de sus antepasados europeos. Las dos guerras mundiales trocaron la admiración de lo antiguo por la eficacia de lo moderno. Hoy ningún americano busca en Europa respuestas a sus inquietudes vitales. Aunque el desconocimiento sea mutuo, es posible conocer la causa de la incomprensión. La demagogia inherente a la utopía de la igualdad, la necesidad de engañar a las masas haciéndoles creer que tienen o van a tener lo que no tienen ni podrán tener, junto al esnobismo en las clases dominadas, han determinado el hecho exclusivamente europeo de que todos los partidos, incluidos los comunistas y los conservadores, y todos los medios de comunicación, sean socialdemócratas, es decir, no sólo antiliberales, sino antidemócratas. La socialdemocracia se ideó para ocultar las causas objetivas de la lucha de clases. No procede de una degeneración del socialismo, sino de la demagogia del capitalismo. La hipocresía burguesa se llamó a sí misma socialdemocracia. La pasión de parecer iguales, por miedo a la clase obrera, hizo perder el gusto por la distinción, es decir,  por la libertad.

En Europa ni siquiera se conoce lo que significa libertad política, como libertad colectiva. Tampoco se sabe lo que es garantía institucional de la libertad, pues todo se confía, como en los tiempos de las Monarquías ejecutivas, a la idiosincrasia más o menos liberal de los gobernantes de turno. Si tuviera que elegir un solo elemento que distinga al espíritu europeo, no podría señalar el judeo-greco-romano ni el cristiano, pues también fueron integrados en el espíritu americano. Tampoco la inclinación a la ciencia y la tecnología o a la industrialización y el arte, puesto que son comunes. Somos distintos por la preferencia que damos a la cuestión social en la legislación, y a la demagogia socialdemócrata en el lenguaje. La elevación de los salarios por encima del mínimo vital se hizo allí por motivos económicos optimistas y aquí por razones políticas pesimistas.

*Publicado en el diario madrileño Ahora el 18 de abril de 2005.

Visión foránea de Europa

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Si queremos ser reconocidos como europeos, antes que como españoles o suecos, debemos superar dificultades que los historiadores de la política y la cultura de las naciones no han vencido. Pues, de una parte, nuestra idea de Europa no se deriva de hechos comunes o acciones coetáneas de los europeos, sino de hazañas asombrosas realizadas en tiempos dispares por algunas naciones particulares; y de otra parte, las imágenes proyectadas con las acciones de pueblos europeos sobre los no europeos, o sea, las diversas ideas foráneas de Europa, son más sencillas y están mejor definidas que la imagen idealista y compleja que nos hacemos de ella.

La condición europea de las diversas acciones nacidas en este continente nos vino impuesta desde fuera. La geografía daba una identidad común a lo que era constantemente distinguido con la particularidad singular de las historias nacionales. Esa insólita deformación de la historia por la geografía ha provocado la doble paradoja de Europa:
a) Fuimos europeos cuando no lo sabíamos (antes de 1823) y dejamos de serlo cuando lo supimos (después de 1870).
b) Construimos los valores europeos cuando carecíamos de conciencia europea y los destruimos cuando accedimos a ella.

La pretensión de atribuir a Europa los hechos nacionales que tuvieron mayor trascendencia para el mundo carece de fundamento científico. Reducir la historia de Europa a la suma de las más llamativas gestas de algunos de sus pueblos, antiguos o modernos, además de ser anacrónico, supone una indiscriminación cultural y una arbitrariedad política. No hay filosofía de la historia que pueda definir Europa con la adición del legado greco-romano-cristiano al Renacimiento del arte y del Estado, al descubrimiento y colonización de América, a la Reforma protestante, a la revolución industrial, a la Revolución francesa, a la conquista colonial de Asia, a la conquista colonialista de África y a la revolución rusa.

La moderna conciencia europea no se formó de golpe ni de modo lineal. Se inició en 1823, con la llamada del romanticismo a la independencia de Grecia. Se acabó al hacerse europea la guerra del 14. Se contradijo en la rebelión de Bélgica y conquista francesa de Argelia (1830); se uniformó en las revoluciones del 48; se afirmó con la unificación de Alemania e Italia y la abolición de la servidumbre en Rusia (1858); retrocedió con la ocupación colonial de Asia; se anestesió en la guerra franco-prusiana (1870) y el reparto de África; se enardeció con la guerra de EE UU a España (98) y el sitio de Port-Arthur (1904) en la guerra ruso-japonesa.

Las ideas foráneas de Europa responden a la distinta naturaleza de las acciones de Estados europeos en los demás continentes. Aunque todas ellas han tenido de común la trasgresión del principio de igualdad de los seres humanos, sin embargo los modos culturales de trasgredirlo, muy distintos en violencia y duración, han dado origen a tres ideas sobre Europa, derivadas de las tres formas clásicas de la explotación de unos pueblos por otros: la colonizadora, la colonial y la colonialista. La primera ocasionó la idea americana de Europa, con sus derivaciones al norte y sur. La segunda, la idea asiática con sus variantes al lejano y próximo oriente. La tercera, la idea africana con sus modalidades mediterránea y subsahariana. Se distinguen por la ausencia o grado de mestizaje cultural que causa el mayor o menor respeto a las estructuras sociales de los países explotados.

Después de la guerra mundial, la explotación económica inherente a la descolonización (modelo neocolonialista de la libertad teórica de mercado patrocinado por los organismos internacionales) ha aproximado la imagen exterior de Europa a la de Estados Unidos de América. El nuevo tipo de dominio europeo, prepotente hacia abajo y sumiso hacia arriba, está arruinando las esperanzas de que la UE ponga límites a la continua trasgresión de los derechos humanos en el mundo por EEUU.

*Publicado en el diario La Razón el lunes 5 de noviembre de 2003.

Europa vista por EEUU

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Las hermosas palabras pronunciadas en Oviedo por la escritora norteamericana Susan Sontag, al recibir el Premio Príncipe de Asturias, traducen el sentir del espíritu de verdad que aún late, aplastado por el de propaganda, en los pocos intelectuales y artistas que, allí o aquí, no han vendido su alma a la gloria del Estado imperial o a la de sus filiales europeas, los Estados de partidos.

En la condena de la invasión de Iraq, Sontag expresó el sentimiento de la mitad de la población de su patria. Pero su esperanza de ver en Europa el contrapoder del Imperio, presupone una idea polémica que, además de no ser compartida por todos los intelectuales independientes (yo sí la comparto), rompe la visión tradicional de los escritores norteamericanos del siglo XX. Una visión compleja que, no obstante, refleja la evolución de una conciencia americana de superioridad vital, iniciada con la aventura imperial de McKinley–Roosevelt (1898), consagrada con el paternalismo de Wilson en Versalles (1918) y cristalizada con el imperialismo militar de la OTAN (1948), una organización carente de sentido desde la disolución del Pacto de Varsovia.

En los «Rencontres» de Ginebra (1957) se organizó un «Coloquio sobre Europa vista por los norteamericanos». Reducido a la visión de los más europeos de los escritores norteamericanos (H. James, T. S. Eliot, Henry Adams), no distinguió los cambios de opinión operados en las tres diferentes etapas de la presencia de EEUU en el mundo, ni los contrastes entre la mirada del Oeste (hacia Asia), la del Medio Oeste (hacia sí mismo) y la del bostoniano Este, única que ha buscado en Europa las huellas de sus ancestros y la adquisición de una conciencia espiritual. Aquel coloquio ignoró al filósofo español, catedrático de Harward, Jorge Santayana, a quien debemos la comprensión europea del pragmatismo americano.

El humanismo existencialista de la posguerra mundial parecía incapaz de sobrepasar la visión europeísta del trascendentalismo de Emerson, o la del indiano inmensamente rico que, antes del siglo XX, compraba castillos y blasones de las cunas que mecieron tantas disputas estériles y tan ruinosas rivalidades entre sus ennoblecidos antepasados. Menos mal que dos profesores estadounidenses constataron la realidad. Los norteamericanos, orgullosos de la superioridad práctica de su modo de vida, no contemplaban Europa como acción presente en el mundo. En 1957 era inimaginable que antes de medio siglo lo más selecto de la cultura estadounidense vería en Europa la única potencia capaz de frenar al impúdico imperialismo del Pentágono.

Las esperanzas de Sontag hacen temblar de miedo a los gobiernos que se apartaron de la tímida iniciativa de Francia, Alemania, Bélgica y Luxemburgo para dotar a Europa de una defensa militar propia. ¿Es posible que la potencia económica de la UE sea, por sí sola, un contrapoder que equilibre el peso abusivo de los EE UU en el mundo? ¿Tiene Europa prestigio bastante para evitar, por sí solo, las arriesgadas intervenciones del Pentágono en cualquier lugar del planeta? ¿Puede identificar su porvenir o vocación, en todo momento y circunstancia, con los designios del partido gobernante en Washington?

Como no distingue entre civilización y cultura, América no confía en Europa. No sabe que una misma cultura puede dar lugar a civilizaciones distintas. Y aunque la uniformidad del consumo nos americaniza, algo profundo nos sigue separando. Allí se considera que la acción, aun siendo errónea, vale más que la indecisión europea. Prefieren obrar y equivocarse. No por ingenuidad, como dice el tópico, sino por la costumbre adquirida en su civilización de «frontera». La que primero dispara y luego pregunta. Y les parecemos mal pensados porque vemos mentiras y no errores de buena fe en la causa nefasta de sus impremeditadas acciones militares. Bahía de Cochinos, Vietnam, Etiopía, Afganistán, Iraq.

*Publicado en el diario La Razón el jueves 30 de octubre de 2003.

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