Don Severo Catalina, catedrático y político español de mediados del siglo XIX, decía que la mayor parte de la gente confunde la educación con la instrucción. No sé si nuestro personaje era un adelantado a su tiempo o si los que sufrimos retraso somos nosotros, porque su afirmación goza de una actualidad que asusta. La España de Don Severo era un país de analfabetos de hecho. La España de hoy parece más bien una nación de analfabetos por derecho, con derecho al estudio por el estudio, sin méritos ni esfuerzo. Todavía no hemos comprendido que la educación es materia de las familias, mientras que la instrucción es cuestión compartida entre aquéllas y el Estado. Si en el pasado los más miserables abandonaron la pobreza gracias a los estudios o al trabajo, qué grave se antoja este momento cuando el Estado de partidos se ve incapaz de garantizar la igualdad de oportunidades en una u otra empresa.
El pasado fin de semana se manifestaron por las calles de Valencia los profesores y los aspirantes en paro a formar parte de la mecánica instructora del Poder Político. Los miembros del Segundo y Tercer Estado, el Opositor y el Subvencionado, tomaron las avenidas para exigir la recuperación de su estatus privilegiado contra el primer Estado, el del Poder. Miles de ingenuos secundaron esta acción teatral de la partidocracia contra la partidocracia.
Cuando la desesperación arrecia, los hombres pierden su conciencia individual y se sumen en una confusión que los arrastra hacia quienes dicen defender sus intereses, ocultando en verdad un nuevo engaño. Estas muestras de poder Estatal, de “Contra-Estado”, ilustran la enorme distancia que media entre los núcleos de poder Estatal y la realidad social de la nación que los sustenta. Resulta triste la imagen de tantas personas de bien perdidas bajo pancartas ideadas por organizaciones políticas interesadas y oportunistas cuyo único fin consiste en cambiar la oposición por el poder. He aquí un nuevo ejemplo de inútil movilización-estafa. Porque con ella no se quiere resolver el verdadero problema de nuestra Nación y su Estado, la falta de libertad política, la ausencia de representación ciudadana, la impunidad y la soberbia de quienes controlan el timón, las velas y a los desgraciados que reman en las bodegas del buque de la corrupción.
Este tipo de protestas que apelan a la “dignidad” mientras defienden un régimen indigno en sí mismo padecen el mismo mal que la película “Celda 211”, perfecta trama interpretada por buenos actores que sin embargo se desarrolla en un contexto irreal que transforma la cinta en un grito sin eco, en una reivindicación sin fin definido, en una mera historia pasajera. Si la acción de “Celda 211” se hubiera desarrollado en Cuba, otro gallo hubiese cantado, pues se habría inspirado en la realidad, constituyendo un grito universal, la libertad, enfrentándose así a un régimen que ciertamente tortura a los presos hasta la muerte, ya se trate de criminales o disidentes políticos, poetas o incautos, víctimas todos de las garras del Comunismo, forma de Estado totalitaria de partido único que sobrevive atroz a nuestro tiempo.
¿No se dan cuenta los manifestantes de que el problema no es tanto que se “recorten” privilegios sino el que siquiera se haya preguntado previamente a los ciudadanos sobre el alcance de esos mismos “privilegios”? El Estado de partidos ha construido un “modelo” a su antojo desde la ilegitimidad, pretendiendo sostener lo insostenible de modo hipócrita y tramposo, sin el menor interés en que la ciudadanía participe activamente en su forma y maneras. Nuestro mayor problema radica de nuestra indefensión, pues llevamos más de treinta años sufriendo una doctrina estatal que nos ha desarmado, defenestrando la instrucción inspirada en el esfuerzo y transformando los centros de enseñanza en focos de radicalización y promoción del pensamiento único, madriguera del totalitarismo. ¿Por qué no se manifiestan contra esto los mencionados paseantes de Valencia? No. Mis queridos compatriotas sólo salen a la calle cuando se les toca el bolsillo y se encuentran de pronto al nivel del ciudadano común, sin trabajo y sin expectativas. Dijo un maestro que quien no lo sabe todo a los veinte es imposible que comprenda algo a los treinta. ¿Qué les importa esto a los doctrinarios de la “digna” escuela del Estado? Ellos no se rebelan contra el régimen nacido en la Transición sino por la dimensión que dicho sistema insostenible alcance. El Estado de partidos jamás cumplirá lo que promete en su intratable Constitución, ni acatada ni cumplible, por la simple razón de que para que unos estén siempre arriba otros han de permanecer siempre debajo, bien como indignados, bien como estómagos agradecidos, pero jamás libres de la servidumbre a la que el Estado de Estados obliga con su imposición y su doctrina, como un secuestrador de mentes y esperanza.