El final de la dictadura se produjo cuando, muerto el dictador, el gobierno ya no podía dar satisfacción, concediendo más privilegios, a los intereses de los sectores económicos (banca, industria, comercio internacional) que necesitaban, para sobrevivir, un campo de acción superior al del mercado nacional. La integración en el Mercado Común europeo era una necesidad empresarial antes que una conveniencia política. La Transición no fue un proceso orientado por la aspiración de la clase dirigente a la libertad, ni mucho menos a la democracia. Los Pactos de la Moncloa reflejan, mejor que la ley de Reforma Política, cual era el objetivo primordial de la clase dominante. Ese objetivo lo debía alcanzar pagando el mínimo precio, o sea, evitando el riesgo de la libertad política y aceptando como techo de las libertades públicas el exigido por los Estados de Partidos europeos para homologarse con ellos. Fueron consignas literales de los partidos ilegales. Suárez lo comprendió. Para lograr ese objetivo necesitaba el apoyo de las grandes empresas y el concurso de la oposición ilegal. Su intuición de lo inmediato, combinada con ruda inteligencia y nula cultura, le hizo tomar la coyuntura por modelo permanente, y creer que el gobierno era arte de conceder privilegios y licencias, en lugar de promoción de leyes basadas en principios generales y ordenación racional de las administraciones públicas. Bajo ese espíritu otorgante, empezó a repartir legalizaciones de partidos, sindicatos y autonomías, con financiación estatal, y liberaciones de la economía, concertadas con los explotadores del mercado de monopolios, oligopolios y licencias. La potencia de su gobierno duró mientras tuvo algo que conceder a los potentados. Terminado el reparto, se quedó sin motivo de gobierno y dimitió. El segundo mandato de Zapatero se parece cada vez más al de Suárez. Ante la crisis económica, imposibilitado de verla por su miopía congénita, más que por voluntarioso optimismo, se acumulan concesiones de dinero público a la banca, sin condicionarlas al flujo crediticio. Ante el reparto del fondo de financiación a las Autonomías, la mueca risueña de su talante seduce en el sofá a quienes puede prometer y promete más cantidad de la que esperaban, con partidas que, sumadas, sobrepasan el cien por cien del fondo a repartir. No importa, incrementará el déficit o la deuda publica. La industria del automóvil espera su turno de promesas seductoras. Y mientras los jueces preparan con discreción su huelga corporativa, la calma chicha sindical anuncia tempestades sociales. florilegio "En las crisis de liquidez, los gobernantes disculpan a todos los banqueros de haber sido ladrones, y a los contribuyentes, de ser idiotamente robados."