Las revoluciones políticas comienzan, y en eso se diferencian de los golpes de Estado, sin haber madurado sus objetivos finales y sus modos de acción. No empiezan como movimientos revolucionarios. Todas se iniciaron con banderas reformistas. De esta regla no escaparon ni la Revolución francesa ni la rusa. Por eso está bien que se llame verde a la aparente revolución que se está incubando en Irán. En aspectos superficiales parecen reeditarse, en un contexto de dictadura religiosa, las manifestaciones de la primavera de mayo del 68 en Praga y Paris. Pero solo tienen de común la gran amplitud del movimiento contestatario y la carencia inicial de líderes dotados de talento político para transformarlo en movimiento revolucionario. Para no caer en el error de simplificar la situación iraní, como mero enfrentamiento entre ganadores y perdedores de las recientes elecciones o como lucha por el poder entre el conservador Ahmadineyad y el reformista Musavi, o sea, entre el supremo ayatolá Alí Jamenei y los grandes ayatolás de Qom, error que de momento no ha despistado a Obama, conviene no centrar tanto la atención en el conflicto de poder religioso entre el presidente del ejecutivo, tendente a consolidar un gobierno islámico, y su opositor Musavi que aún mantiene en teoría el moderado laicismo de la República islámica. Lo decisivo será el camino y la consigna que desenlace la tensión causada por la salvaje represión contra la protesta. Una ingente masa social, airada en proporción a la afrenta, ya ha obligado a Musavi a salir de su prudente silencio para tomar posiciones cada vez más distantes de las instituciones. La jornada de duelo por los ocho asesinados, convocada para hoy bajo el liderazgo de Musavi, puede marcar el rumbo reformista o revolucionario de los futuros acontecimientos. Los hechos represivos y los disturbios en el mismo seno del Parlamento y de la Universidad tienen suficiente potencial revolucionario. La división entre los ayatolás no solo es profunda por sus causas políticas, sino irreversible por su motivación moral. Pero no se debe prejuzgar el resultado de la revuelta sin conocer hasta donde llega el grado de indignación social, en una sociedad religiosa, contra el fraude electoral del gobierno y el grave atentado moral a la verdad cometido por todas las instituciones oficiales. Aunque la protesta esté tan generalizada que hasta 6 de los 11 jugadores de la selección nacional, en partido del campeonato de futbol en África, trasmitido por la televisión iraní, lucieron muñequeras verdes. Si el pueblo iraní conquistara su libertad, pese al obstáculo de la cultura islámica, recobraría el esplendor y la influencia de la Persia clásica. florilegio "Las débiles energías de la reforma forjan la matriz de potentes revoluciones."